Emigración empresarial: cuando el tópico se impone al mito

La importancia de la huida de empresas no radica en su impacto inmediato. No se puede descontar como algo “temporal y reversible”, como dice el Govern

Fue el estratega del Partido Demócrata James Carville quien ideó el “it’s the economy, stupid!” (“¡es la economía, estúpido!”) que ayudó a Bill Clinton a ganar la presidencia norteamericana en 1992. El imperativo de la economía, más que las llamadas del extranjero, también fue decisivo para impedir el salto al vacío de Carles Puigdemont en la insólita sesión del Parlament del pasado 10 de octubre. Por lo menos, de momento.

“Se ha impuesto el tópico de la pela es la pela”, me decía, irónico, un alto directivo de una multinacional sita en Barcelona. “La pena es que se haya tardado tanto”. El comentario, manido y un poco condescendiente, reflejaba su frustración por la tibieza de gran parte de los empresarios catalanes respecto del procés hasta el penúltimo momento. Aunque se reconduzca el conflicto, el daño ya está hecho: “Se ha roto la confianza y ya no existe una expectativa de estabilidad”, sentenciaba. El oxígeno de la economía son las expectativas

La dirigencia independentista domina el markerting. Ha conquistado una gran cuota de mercado entre su público natural, y en el exterior, con un producto bien empaquetado, un mensaje atractivo, un programa de fidelización, unos portavoces eficaces y hasta unos celebrity endorsers. La independencia convertida en mito alcanzable.

Pero esos mismos estrategas, que en su mayoría jamás han pisado una empresa, desconocen lo que más preocupa en las C-Suites corporativas al CEO (primer ejecutivo), al CFO (director financiero), al COO (director de operaciones), al CLO (abogado y secretario del consejo)…. Son los que tienen la responsabilidad fiduciaria (incluso penal) de proteger los intereses de accionistas y empleados… Son los que se la juegan.

España es un mercado ‘tribancario’ en el que Caixabank se mide con el Santander y el BBVA

La estampida’ empresarial (531 compañías en lo que va de mes, según los registradores) iniciada por el Banc Sabadell y La Caixa sorprendió por el arraigo de ambas entidades y por la pertenencia de sus presidentes al Gotha de Cataluña. ¿He presionado Madrid a Jordi Gual, Josep Oliu o al mismísimo Isidre Fainé, como insinúan los dirigentes independentistas?

No es el caso. Han cumplido con su obligación: presentar a sus consejos –la representación de sus accionistas— con opciones para actuar con rapidez en un mercado de libre competencia. Su inquietud no era sólo la retirada de fondos de sus sucursales. Su problema era, y sigue siendo, perder cuota de mercado en el resto de España. Que cierren sus cuentas los particulares y empresas de Málaga o Valladolid simplemente porque son catalanes.

España es un mercado ‘tribancario’ en el que Caixabank, tercero en el ranking, se mide con el Santander y el BBVA. El gigante de las torres negras posee aproximadamente el 30% del todo el negocio de particulares, autónomos y microempresas. Y con un 11% de cuota, se acerca al BBVA (13%) en PYMES. Esto es lo que Caixabank arriesga si se le asocia con la estelada.

El Sabadell es la quinta entidad española. Tiene cuotas que van desde el 9% hasta el 16% en cada uno de esos tres segmentos. Su dilema es, si cabe mayor, con una marca corporativa que es un topónimo catalán. Para las dos entidades emigradas, la decisión era poco menos que obligatoria. “Es la economía…”, la consigna ganadora. Lo han olvidado, pese a su excelente inglés, los estrategas de la Plaza de Sant Jaume.

Lo verdaderamente grave de la deslocalización virtual es que abre el camino a que se convierta en real

La inexorable ley de lo medible es lo que impulsa la deslocalización virtual de las empresas. Comenzó por las más sensibles al riesgo político: las del Ibex y otras cotizadas del Mercado Continuo o del MAB. Y siguieron otras, cotizadas o no, como fichas de dominó.

La trascendencia de la emigración de Gas Natural, Abertis, Colonial o Catalana Occidente no radica en su impacto inmediato, nulo en empleo y neutro fiscalmente. Cuando los voceros soberanistas descuentan la huida como algo “temporal y reversible”, demuestran no saber cómo operan las empresas. Y, si lo saben, lo que hacen es falsear la realidad. Lo verdaderamente grave de la deslocalización virtual es que abre el camino a que se convierta en real.

La vicepresidenta Sáenz de Santamaría se hizo eco el viernes del aviso de recesión en Cataluña hecho por la agencia Standard & Poor’s y su posible contagio sobre el conjunto de economía española. Cristóbal Montoro, trabaja ya en la hipótesis de una caída del crecimiento, con su correspondiente reflejo en el presupuesto del Estado de 2018 y, por tanto, en la financiación de Cataluña. Para terminar de encender las lunes de alarma, el Mobile World Congress confirmó que se queda en 2018, pero se reservó el derecho se completar el compromiso adquirido hasta 2023.

El peligro es la cronificación de la incertidumbre. La ciencia económica se afana por medir incluso lo intangible (véase el Nobel de este año): riesgo-país, previsiones de costes y de financiación; proyecciones de TIR (tasa interna de retorno) y de VAN (valor actual neto) sobre la rentabilidad futura de proyectos o inversiones. Desde hace semanas, las empresas intentan calibrar la confianza en el futuro de Cataluña. Lo que se van descubriendo no es halagüeño.

Los propagandistas económicos del procés reafirman la capacidad exportadora de Cataluña pero ocultan que la mitad de la producción es lo que se vende en España

El gran argumento-fuerza sobre la inevitabilidad de la independencia es la persistencia de las movilizaciones masivas desde 2012. La DUI de efectos retardados ha sido un baño frío de realidad. Y la reacción en las Cortes del Gobierno central, firme pero no desproporcionada, ha terminado de alterar el panorama. El riesgo mayor ya no es, momentáneamente,  la independencia, sino la prolongación sine diae de la inestabilidad.

Los propagandistas económicos del procés, como el colectivo Wilson de Jordi Galí y Xavier Sala Martin, afirman que la capacidad exportadora de Cataluña asegura su viabilidad, pero ocultan que la mitad de la producción es lo que se vende en España. También engañan sobre la agricultura, numéricamente marginal en el PIB catalán (0.9%), pero vinculada al bastión nacionalista de la Catalunya interior. Salir de la política agraria europea condenaría a pagesos y ramaders a la autarquía y a una economía de subsistencia.

Más grave, sin embargo, es que no expliquen que las multinacionales instaladas en Cataluña no compiten únicamente con otras multinacionales, sean de automóviles, de bienes de consumo o de alimentación y bebidas. Compiten con otros centros productivos de sus propias y globales organizaciones, como aprendieron a su pesar los ex empleados de Sharp, de Sony o de Yamaha.

Ante una incertidumbre prolongada y un riesgo político que afecte potencialmente la producción, la cadena de suministros o la seguridad de personal e instalaciones, sus planes de contingencia contemplan a dónde se puede trasladar la actividad. Fuera de Cataluña o fuera de España. Y no se puede olvidar que los costes de laborales en Eslovenia –por mencionar el país de moda— son notablemente inferiores que los de Esparreguera.

El más medroso y apolítico de los poderes es el dinero

Esos planes se están elaborando ahora mismo. La premura en pedir alternativas viene de sus sedes internacionales. ¿Porqué? Las imágenes e informaciones que el aparato independentista ha promovido con tanto éxito a su favor en los medios de comunicación extranjeros han elevado la sensación de alarma. De la estrategia de internacionalización del conflicto, protagonizada por Carles Puigdemont y Raúl Romeva, el término que inquieta en los ‘headquarters’ corporativos es “conflicto”. El más medroso y apolítico de los poderes es el dinero.

Pocas horas antes de que el Consejo del Banc Sabadell anunciase su traslado a Alicante, Oriol Junqueras aseguraba a Antonio García Ferreras en La Sexta que tales rumores “nunca se han cumplido”. Esa ‘perla’ de premonición y oportunidad le perseguirá mientras exista YouTube.

La negación consciente de la evidencia del vicepresident económico, y su inmediata corrección por la vía de los hechos, quizá auguren el final de la suspensión colectiva del raciocinio característica del procés. El frenazo in extremis del 10 de octubre parecería demostrarlo, pero, pasados unos días, hay quien pide volver a la épica.

El problema es que, tras un ataque de lucidez –o de hacer honor al tópico del pragmatismo catalán– se vuelva a la obstinada persecución del mito. Si es así, no tardarán en ponerse en práctica los planes de contingencia que se elaboran estos días.