El virus y el nacionalismo
El virus del nacionalismo se basa en el supremacismo, el fundamentalismo y el síndrome de creerse la nación elegida por Dios
Un paseo por la biología y la medicina. Hablemos del virus. Ese agente infeccioso, con frecuencia difícil de reconocer y aislar, que se desarrolla en el interior de las células y contamina el cuerpo.
Como un rizoma, el virus aparece aquí y allá. Se esconde, se disfraza, se cobija, se protege. Muta. Se multiplica. Emerge. Conspira. Maniobra. Insidiosamente. Implacablemente. El virus contamina el cuerpo humano. Los ordenadores. Los móviles. Los programas.
¿Y si el nacionalismo –acepten la metáfora o analogía: ese “proceder por semejanza” de Aristóteles que posibilita la extensión del conocimiento- fuera algo parecido a un virus intrigante y astuto que contamina el individuo y el cuerpo social?
¿Y si ese virus se introdujera subrepticiamente en las organizaciones políticas, económicas, profesionales, sociales y deportivas, así como en la escuela o los medios de comunicación, para debilitar las defensas y facilitar su extensión? Si fuera así, deberíamos aceptar que el nacionalismo enferma a la sociedad. Y deberíamos aceptar que se debería recurrir a una ciencia médica que describe y prescribe.
Describe las características específicas del virus, las causas de su aparición y extensión en un lugar determinado, así como las consecuencias del mismo sobre el individuo y la sociedad.
Prescribe las acciones y terapias adecuadas –localización, focos de transmisión, coadyuvantes de la propagación, aislamiento y tratamiento terapéutico- para enfrentarse al virus y al contagio. Una terapia que no ceja en el empeño de reconocer, detener, tratar y prevenir la causa del mal.
La medicina también indica lo que no hay que hacer ante el virus: ni capitular, ni ceder al desaliento, ni entregarse a unas soluciones fáciles que, en mejor de los casos –el virus insiste y persiste-, alargan o entorpecen el tratamiento.
El virus nacionalista se distingue por el fundamentalismo identitario y el supremacismo
Hay ciencias sociales que han detectado la existencia del virus nacionalista. Hablamos de la historia, la politología, la sociología, la filosofía, la psicología o el derecho. El diagnóstico: el virus nacionalista -a la manera de sus congéneres- infectaría el cuerpo social agitando y dando órdenes a las células infectadas con el objetivo de multiplicarlas y quebrar las defensas del individuo.
Las características: el virus nacionalista se distingue por el fundamentalismo identitario, el supremacismo, el síndrome de la nación elegida, el afán de exclusión, el egoísmo, el victimismo, el síndrome de la nación elegida, el narcisismo de las pequeñas diferencias, el chovinismo del bienestar y el redentorismo.
El modus operandi del virus nacionalista: la deslealtad como tarjeta de presentación, el incumplimiento sistemático de la legalidad, el desafío continuo, el golpe a la democracia y al Estado de derecho, el abuso de los sentimientos, las técnicas de manipulación de la consciencia, el control de los medios, prescripción de la verdad y la neolengua que construye una realidad paralela.
Y algo más: la personalidad inmadura que huye de la realidad a través del engaño y la fantasía con la vista puesta en la codicia, la irresponsabilidad de quienes son incapaces de asumir las consecuencias de sus decisiones, las reacciones impulsivas propias de la frustración con los consiguientes e indeseables resultados de sus actos.
Por todo ello –de nuevo la metáfora o analogía médica – hay que recurrir a la ciencia médica. Del latín mederi: prevenir, tratar y cuidar. En román paladino: legalidad democrática y Estado de derecho. Con todas sus consecuencias.