El virus que sacudió la tecnología
La batalla entre la centralización y la descentralización tecnológicas ha abierto la puerta a un nuevo mundo tecnológico. Uno en el que la tecnología deje de ser sinónimo de merma de derechos y control.
La crisis de la COVID19 ha llevado a cuestionar algunos de los consensos tecnológicos de los últimos 20 años. Más allá de los fallecimientos, las mascarillas y el miedo se libró una importante batalla en la que se ha erigido como ganadora una alianza insólita. Todo podría ser diferente tras esta crisis. Pero, ¿por qué?
Cuando la crisis comenzó a golpear Europa a principios de marzo, surgieron los argumentos habituales y esperados: «tendremos que sacrificar la privacidad para derrotar al virus», «hay que escoger entre salud y privacidad, y la salud debe prevalecer». Estos argumentos ya los hemos oído antes. Para algunos, cada crisis o acontecimiento merece la misma respuesta: menos privacidad, más innovación tecnológica sin control, menos regulación en materia de datos. Esta ha sido la cantinela desde el 11-S gracias a un sector tecnológico centrado en el crecimiento y los beneficios y no en las consecuencias o la responsabilidad.
Para algunos cada crisis o acontecimiento merece la misma respuesta: menos privacidad, más innovación tecnológica sin control, menos regulación en materia de datos. Esta ha sido la cantinela desde el 11-S gracias a un sector tecnológico centrado en el crecimiento y los beneficios y no en las consecuencias o la responsabilidad
La avalancha en defensa de los argumentos que socaban la privacidad y la regulación de la tecnología se ha visto reforzada por fuertes corrientes procedentes de Asia, donde se ha luchado contra la COVID19 combinando recortes de derechos y libertades fundamentales y el uso de la tecnología para vigilar los movimientos diarios y los brotes. A medida que Europa se preparaba para el confinamiento, los países comenzaron a explorar formas de utilizar la tecnología para combatir al virus: vigilancia GPS, controles de síntomas y temperatura, códigos QR de inmunidad, identificaciones digitales de la pandemia, rastreo de contactos … Empezó a tomar forma un Gran Hermano de la pandemia.
Pero entonces se produjeron dos dinámicas imprevistas que cambiaron el foco. Por un lado, la irrelevancia de algunos de los más acérrimos defensores de las tecnologías en el nuevo panorama. El hecho de que blockchain, la inteligencia artificial o el aprendizaje automático no pudieran proporcionar, ni afirmar de manera creíble que podían aportar una fórmula milagrosa contra la pandemia dejó a muchos en un estado de confusión. Por otro lado, siendo un factor todavía más importante, una comunidad de desarrolladores e ingenieros de la UE comprometidos con la privacidad y la transparencia se hizo oír en el debate, afirmando que era posible imaginar soluciones para abordar algunos de los aspectos más complejos de la pandemia sin poner en riesgo la privacidad de las personas. Animado por un marco jurídico europeo robusto y preciso que otorga una ventaja competitiva para las tecnologías que minimicen el uso de datos personales y tengan objetivos claramente definidos, lo que se conoció como el grupo DP3T desarrolló un enfoque para rastrear los contactos basándose en la conservación de la privacidad y en la eliminación de cualquier posibilidad de uso indebido de datos personales por parte de los gobiernos o cualquier otro actor minimizando la recogida de tales datos. Así, el uso del protocolo DP3T exigía a los países u operadores de datos abandonar efectivamente cualquier intención de usar la pandemia para vigilar a la población o de usar sus datos personales de cualquier forma que no fuera alertarla de un posible riesgo de exposición. El equipo DP3T también insistió en publicar el código de su protocolo, y urgió a cualquier país que afirmara tener una mejor solución que la publicara con el fin de que la comunidad pudiera analizarla.
La existencia del protocolo DP3T significó que los países que buscaban soluciones tecnológicas para combatir la COVID19 tenían dos opciones: usar aplicaciones basadas en GPS o servidores centralizados con datos personales, o utilizar soluciones descentralizadas con las que los ciudadanos controlaran sus datos y su salud. Es muy raro poder elegir cuando se trata de tecnología. Ciertamente, puede haber diferentes proveedores e interfaces, pero la espina dorsal de la mayor parte de la tecnología a nuestro alrededor es muy similar y se basa en un modelo extractivista de datos que crea enormes incentivos para desdeñar la privacidad. El modelo de Silicon Valley ha dado tanto valor a los datos personales que la mayoría de las tecnologías considera a los usuarios un producto, no clientes. El actual mercado de la tecnología da más importancia a recoger datos personales que a resolver problemas, así que estamos rodeados por soluciones que crean falsos problemas para que aceptemos entregar nuestros preciosos datos personales.
DP3T cambió esto. Al declarar que el «rastreo de proximidad» solo debía desarrollarse como un sistema de advertencia y detección de riesgo tempranas, el protocolo cambió el foco y mostró que había otra forma de mirar a la tecnología. En el proceso, DP3T se topó con aliados imprevistos dentro del mundo empresarial: Google y Apple. Los dos gigantes tecnológicos, quizás siendo conscientes de que el mundo compra y usa sus productos, aunque en realidad ya no sean de su gusto, han dado recientemente pasos importantes para recuperar la confianza de sus clientes y han visto la posibilidad de ayudar en la promoción de aplicaciones de rastreo de proximidad lideradas por los estados como una oportunidad para hacerlo mejor.
Pero no todos los agentes se han sentido cómodos dejando de lado la posibilidad de recoger cantidades masivas de datos sanitarios en plena pandemia. A algunos gobiernos y a muchos agentes del sector de la tecnología les sigue costando no usar y abusar de los datos. La lógica de «lo hacemos porque podemos» se ha convertido en el enfoque de «el hecho de que podamos no significa que debamos», y esto supone un giro de 180º en las prácticas tecnológicas que se han convertido en dominantes que a muchos les sigue costando digerir.
Afortunadamente, los esfuerzos liderados por la Unión Europea para proponer un paradigma tecnológico basado en la privacidad, la transparencia y la ética también ha significado que DP3T haya encontrado aliados poderosos, y en la actualidad un protocolo de rastreo de proximidad con protección de la privacidad es la innovación tecnológica más emocionante que ha surgido en mucho tiempo, es una de las claves para evitar un segundo confinamiento y probablemente se convierta en el estándar mundial.
La batalla entre la centralización y la descentralización tecnológicas ha abierto la puerta a un nuevo mundo tecnológico. Uno en el que la tecnología deje de ser sinónimo de merma de derechos y control y se convierta en una herramienta para resolver mejor los problemas sociales, y no solo aliente guerras de cotización bursátil.
Paradójicamente, tras la COVID19 nuestro contexto tecnológico goza de mejor salud que antes de la pandemia. Hagamos que siga así.