El virus descoronado
La calma es la mejor de las reacciones ante la vecindad el coronavirus
No es cuestión de informaciones más o menos fiables, ni de bulos contra ciencia. Los momentos desasosiego e incertidumbre que estamos empezando a experimentar son fruto de una realidad incuestionable. La expansión de un virus que, aún sometido a extrema y rigurosa vigilancia, ha conseguido escapar de su encapsulamiento inicial y dar la vuelta al mundo.
El hecho es que el virus ya está aquí. Es casi imposible que no se convierta en pandemia y afecte a decenas o centenares de miles de personas en el mundo, incluidos nuestros vecinos, familiares o nosotros mismos. ¿Cómo reaccionar? Con calma, son aspavientos. No es tan grave como puede parecer.
El alarmismo, o sea el exceso de alarma, es tan malo como la despreocupación. Algunos animales cuentan con extraordinarios instrumentos de agresión, garras, colmillos, venenos…; otras especies, del calamar a innumerables cuadrúpedos y bípedos, débiles o incapaces de defenderse atacando, disponen en cambio de mecanismos de huida sobredimensionados.
Por nuestras características físicas, los humanos estamos en la escala más baja de la fragilidad. Prueba de ello es la extinción en épocas remotas de toda nuestra parentela homínida, que a poco estuvo de acabar asimismo con los sapiens.
Lo nuestro, lo que llevamos más profundamente enraizado, es pues el temor. Tanto o más que las ratas, que defecan de miedo para huir más ligeritas. La diferencia entre nosotros y otros vertebrados propensos a la parálisis o fuga per miedo es que somos conscientes y capaces, pasado el primer susto, de analizar la situación y reaccionar de la manera más conveniente.
Esta y no otra ha sido la secuencia posterior a la noticia del coronavirus. Primero miedo, luego alivio relativo ante dos factores. Por un lado, la sensación de que las autoridades sanitarias mantenían la situación bajo control, lo que se ha revelado punto menos que falso.
Estamos ya en la tercera fase y a punto de pasar a la cuarta, que es la pandemia
Por otro, y eso está ya certificado, el bajo índice de mortalidad, que fuera de la China es inferior al 3% o incluso al 2% de los infectados, y se ceba como la gripe en los más débiles, los ancianos y los que ya tienen otras enfermedades.
En la mayoría de los casos, el coronavirus presenta síntomas poco o nada graves. Aún así, a nadie le gustaría encontrarse en una situación de riesgo. El peligro, cuánto más lejos mejor. China, Corea del Sur, grandes cruceros en las antípodas, algún caso o sospecha en Canarias o en la península… segunda fase, que ha quedado atrás. Estamos ya en la tercera y a punto de pasar a la cuarta, que es la pandemia.
Por ello sorprende, no el alarmismo, que no cunde, sino la casi indiferencia, por lo menos aparente, con la que la población ha reaccionado a la noticia del aislamiento de diversas zonas del norte de Italia, con docenas de miles de ciudadanos encerrados en áreas de las cuales no pueden salir sin cometer un punible y severo delito.
Confirmados en las últimas horas múltiples casos en un sinnúmero de puntos, entre ellos los más próximas, está ya claro que peligro llama a todas las puertas. Es la normal la evolución del virus, la aproximación por pasos cada vez más grandes hacia la pandemia. Lo contrario a desparecer de manera milagrosa.
De la noche a la mañana, cualquier lector de este digital, y aunque no lo sea, puede hallarse en la misma situación que muchos italianos del norte. No puede salir de casa, o del barrio, o del pueblo. Bajo ningún concepto, si no es para ser trasladado a un centro hospitalario. Al segundo estornudo, autoconfinamiento.
En situaciones de este tipo, hay que insistir, lo peor es dejarse dominar por el pánico. Pero lo segundo peor es la insolidaridad y la reacción individualizada, más contagiosa que el propio y virus, que se vuelve desmesurada cuando se convierte en colectiva.
Incluso en caso de pandemia declarada, hay que tomárselo con la máxima calma
Imaginemos que ya hay quien, una vez agotadas las mascarillas y por si acaso, empieza a acumular alimentos, medicinas, combustible o lo que sea. Mal asunto, porque ello implica que otros muchos se quedarán sin la parte que les corresponde de los stocks.
El virus avanza pero la preocupación debe de ir por detrás. De no ser así, si el temor de cada cual crece, lo mejor es guardárselo y abstenerse de comunicarlo a la parentela. Incluso en caso de pandemia declarada, hay que tomárselo con la máxima calma.
Hasta el momento, y al filo de las noticias que avanzan ya al trote, con muchas probabilidades de pasar pronto al galope, la sociedad, y con ella los medios de comunicación, merecen buena nota. Estamos tan lejos como es posible del pánico. La calma es la mejor de las reacciones ante la vecindad el coronavirus.