El victimismo como herramienta política
José Manuel Moreno Bonilla fue a Madrid a decirle a los empresarios madrileños, con segunda residencia en Andalucía o no, que estaba dispuesto a bajar todo tipo de impuestos y que los esperaba con los brazos abiertos
Siempre es un buen momento para crear un debate, en muchas ocasiones ficticio, que vuelva a estimular a cierta bancada independentista, aunque a estas alturas pase por agotamiento mental y, por qué no decirlo, también físico.
La controversia puede salir de un comentario desafortunado, y fuera de contexto, por ejemplo, el pronunciado por el presidente de Andalucía, José Manuel Moreno Bonilla, en Madrid, o de una denuncia de Carles Puigdemont, realizada en el aeropuerto de Viena porque alguien le empujara. Poco importa el motivo. Las polémicas se amoldan.
La primera se convirtió, a finales de la pasada semana, en una repetitiva apertura de informativos televisivos, comentarios radiofónicos y ocupación de cuatro columnas en las portadas de la prensa. La afirmación del presidente andaluz se refería a la invitación a las empresas catalanas para irse a Andalucía donde encontrarían la eliminación del impuesto de patrimonio.
La frase fue considerada en Cataluña como un despropósito. ¡Cómo era posible! Una comunidad autónoma como Andalucía que recauda menos que gasta se atrevía de rebajar impuestos, y no sólo eso, a tentar a las empresas catalanas a cambiar sus domicilios fiscales.
Lo cierto es que José Manuel Moreno Bonilla fue a Madrid a decirle a los empresarios madrileños, con segunda residencia en Andalucía o no, que son muchos (Marbella, Torremolinos, Azahara de los Atunes, Cabo de Gata), que estaba dispuesto a bajar todo tipo de impuestos y que los esperaba con los brazos abiertos. “Qué os conozco a la mayoría”, acabó diciendo.
En el mensaje se coló lo de los empresarios catalanes, y ya estuvo liada. Una perfecta campaña de comunicación para demostrar la falta de solidaridad del gobierno andaluz. Al acto, por cierto, al que fue algún empresario catalán, no asistió la presidenta madrileña y sí el presidente del partido, Núñez Feijóo, en una decisión demostrativa de que existen claramente dos sectores en el PP y que sus relaciones no son del todo buenas.
Pues, aunque la declaración no tuviera nada que ver con lo que realmente ocurrió, fue propicia para iniciar una campaña que se resumía en el evidente egoísmo de los populares en aspectos nacionales.
La otra cuestión también es válida para evidenciar la campaña que siempre está dispuesta a hacer el independentismo a la hora de explicar el poco cariño que se le tiene a Puigdemont en el resto de España. Bien, podría escribir “España en general” sin ningún tipo de problema, ya que en Cataluña este dirigente tampoco pasa una época de demasiada buena imagen.
La denuncia del golpe recibido por una persona en el aeropuerto de Viena al pasar junto a Puigdemont y la exclamación de “¡A la cárcel!” hacia el expresident debe ser entendida como una afirmación que hace el dirigente catalán sin ser comprobada. Pero nos la creemos y no hay más.
La acción, siempre denunciable, aunque le hubiera ocurrido a un diputado de Vox, la entiende el independentismo como un ultraje hacía la persona que mejor representa su propuesta política. Lo curioso es que, mientras unos intentan esconder o no publicitar este tipo de situaciones molestas, otros las utilizan para demostrar el acoso que supuestamente sufren.
Es el problema de los nacionalismos, en este caso el independentismo. Al final su metodología victimista no resulta creíble. Es el fin de una época que les dio buenos resultados y muchos ingresos.