El valor efímero de la cultura
El problema de la cultura es la lucha permanente por ganar puestos en la lista de prioridades de cada persona
Una de las características intrínsecas de la obra de arte es su escaso valor de uso y su extremo valor marginal. Adam Smith se refiere a ello en su famoso ensayo La riqueza de las Naciones como la paradoja del valor.
Esta paradoja, que es un referente de la economía neoclásica, se explica con el ejemplo de los diamantes y el agua en la medida que siendo el agua mucho más útil que los diamantes su precio es mucho más barato.
El valor marginal de la cultura es clave para entender su papel en la economía
El valor marginal de la cultura es un elemento fundamental para entender cómo se comporta ante las crisis económicas o las reducciones presupuestarias. Pongamos un ejemplo para explicarlo:
Una familia ingresa un total económico de 1000 unidades monetarias. Las primeras 400 se invierten en la vivienda, las siguientes 250 en comida, 200 se destinan a ropa y material de limpieza, 50 se ahorran para disfrutar de las vacaciones, 25 a gastos educativos de los hijos, 25 van a parar a gastos familiares diversos, 25 se destinan a ahorro neto y 25 a ocio y cultura.
Estos gastos están ordenados en función de su valor real de uso, o sea de su valor de necesidad y se mantienen estables si no existen elementos distorsionadores.
Imaginemos que una circunstancia ajena reduce la renta familiar a 900 unidades monetarias. El comportamiento normal de esta familia no va a ser reducir proporcionalmente los gastos un 10 %, sino administrar la renta disponible en función de las prioridades porqué una unidad monetaria destinada a comida no tiene el mismo valor que una destinada a vacaciones o a cultura.
El principal reto de las políticas culturas es que no decaiga ante una crisis económica
Al nivel de satisfacción que produce la última unidad de gasto una vez ordenadas todas las necesidades se le llama utilidad marginal
La capacidad para mantener el gasto cultural ante circunstancias económicas adversas y sobre todo para que la satisfacción que genera no decaiga en la medida que se consume es el principal reto de las políticas culturales.
Dicho de otra forma, el problema de la cultura es la lucha permanente para incrementar su utilidad marginal, es decir establecer una auténtica carrera para ganar puestos en la lista de prioridades de cada persona.
La cultura necesita presupuestos estables que no dependan de vaivenes políticos
Por eso la política cultural necesita presupuestos estables independientemente de la percepción que pueda generar una etapa de aparente éxito.
Los grandes productores de contenidos culturales globales saben que el esfuerzo en comunicación y márqueting debe mantenerse aun dando por supuesto el interés objetivo de cada producto.
Por eso consideran que el gasto en publicidad, posicionamiento y relaciones públicas es una inversión tan importante como la que se destina a la producción efectiva del contenido cultural.
La vida cultural española y catalana ha sufrido en los últimos años múltiples vicisitudes, pero más allá de los problemas derivados de la crisis o de la subida del IVA que han comportado reducciones importantes de presupuesto, lo mas inquietante ha sido un discurso dominante que le otorga al mercado cultural autonomía y suficiencia económica.
Diferentes visiones ante la política cultural
Para los neoliberales del Partido Popular la reducción de las políticas públicas y la hegemonía del sector privado es la consecuencia de un mercado creciente a nivel global y de la convicción que las subvenciones minan la competitividad.
Para la nueva izquierda, los recursos públicos no deben utilizarse para promover iniciativas con afán de lucro – por cierto que deberíamos acotar el uso de la expresión afán de lucro aplicada a la cultura porqué hay quien la asocia injustamente al enriquecimiento personal cuando define, únicamente, un marco económico imprescindible para cualquier empresa –.
Este mercado estable y suficiente no existe ni aquí ni en los EEUU, cuya cultura se alimenta de enormes desgravaciones fiscales.
El comercio cultural depende de su capacidad de generar emociones
Hay quien ha definido la industria cultural como una economía de casino. Esta expresión va mucho más allá de su arbitrariedad y su comportamiento azaroso e implica componentes psicológicos.
El comercio cultural depende de su capacidad para garantizar emociones primarias y para ello es imprescindible un discurso político de extrema afectividad.
Lamentablemente no es habitual que nuestros representantes políticos se dejen ver por los teatros ni las salas de arte lo que en términos de discurso político es un principio de prescindibilidad.