El último botín de ETA

¿Para qué hacen falta mediadores internacionales cuando una banda terrorista, después de asesinar y extorsionar durante décadas, acaba siendo derrotada por el Estado? Un Estado soberano no necesita de mediación para resolver su propia supervivencia y garantizar la vida de sus ciudadanos. Para eso existen el Estado de Derecho, el imperio de la ley.

Extraño espectáculo de una comisión abusivamente “amateur” que acude para verificar una entrega de armas que resulta ser no más que una farsa perversa. Singular reparto de papeles para un PNV que busca protagonizar lo que es el último botín de ETA. Profesionales de la mediación internacional, a cada uno su jubilación y la duda razonable sobre su integridad.

En casi todos los procesos terminales de una banda terrorista hay tiempos muertos, falsas pistas. Es un territorio de cepos, trampas y fosas que el Estado debe detectar e ir reconvirtiendo en seguridad para la ciudadanía, en garantía para la vida, en afianzamiento de las formas de convivencia.

Es decir: no todo encaja como en un juego geométrico pero esas horas inciertas no son exactamente lo mismo que ceder a presuntos expertos internacionales lo que corresponde a la decisión de una sociedad agredida durante largos años.

Ese es un material averiado que se ha venido exponiendo en los bazares de todo a cien. La referencia era el abandono de las armas por parte del IRA, en Irlanda del Norte. Por descontado, una de las cortinas de humo menos creíbles y a la vez no del todo inefectivas correspondía a la mediación internacional. En el caso de ETA, estamos en la parodia.

Si se dio mediación internacional en el proceso norirlandés fue, entre otras cosas, porque estaban implicados dos Estados –Gran Bretaña y la República de Irlanda- y porque en el caso de la República irlandesa una de las consecuencias del acuerdo en perspectiva consistía en eliminar de su orden constitucional la reivindicación histórica del territorio de los condados del Norte.

En el caso de España, reclamar mediación internacional ha sido pura propaganda por mucho que el padre redentorista Alec Reid –de ambigua participación en el caso del Ulster– se convirtiera en su día en el profeta del trasmundo “abertzale”. Reid se dio algunos paseos triunfales por Barcelona, la Barcelona de Hipercor.

Escuchar de boca del propio Alec Reid su versión de la situación vasca daba motivos para poner en duda que operase desde la equidistancia, que supiera algo de la historia constitucional de España. Parecía a gusto en el microclima batasunero, del mismo modo que había sido mensajero del jefe político del IRA, Gerry Adams, según sabían todas las partes.

Algo parecido, ocurre con esos mediadores de hoy que nadie reconoce ni respeta. Raras veces un acto de mediación internacional fue menos atendido como el de ahora. Pocas veces estalló tan pronto en las manos de los personajes invitados. Escenificación grotesca de un gran fraude.