El TTIP, ¿el fin del estado?

Las grandes corporaciones han adquirido un poder enorme. Las cifras que manejan Apple, Google o Facebook compiten con las de cualquier estado medio. De hecho, los beneficios de Apple en 2015 superaron el PIB de hasta 110 de los 187 estados que aportan sus datos al FMI. Ese ha sido el cambio trascendental del último decenio: la capacidad de las multinacionales para jugar en un tablero mundial, marcando sus condiciones, y dejando al poder político en una situación muy complicada, con pocos resortes para compensar ese poder.

Esa realidad lleva a muchos ciudadanos a pensar que el TTIP, el acuerdo comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos que se sigue negociando, significará una vuelta de tuerca para lograr un mayor poder de las grandes empresas, que sólo pretenden ahondar en las facilidades para comerciar sin ninguna traba. Lo que ocurre con el TTIP sería como una etapa más en un camino hacia la desaparición del estado.

Es la visión de algunos economistas que se mueven con criterios deterministas, con la idea de que ahora «toca» ese cambio, como en el pasado se produjeron otros fenómenos que posibilitaron un enorme crecimiento económico. Lo ve de esa forma Santiago Niño Becerra, que recuerda las «Enclosures», o el cercado de los campos abiertos en la Inglaterra del siglo XVIII. «Las Enclosures se produjeron cuando hicieron falta, cuando fueron necesarias, cuando la dinámica histórica se hallaba en su momento propicio, ni antes ni después, en el momento adecuado», asegura, recordando que aquella decisión provocó un éxodo de los campesinos hacia las grandes ciudades, posibilitando la mano de obra para la Revolución Industrial.

En ese caso, sin embargo, los responsables de implementar el TTIP deberían evitar las graves consecuencias sociales que tuvieron las Enclosures. Si se necesita menos factor trabajo, se deberá pensar en los sectores económicos –y en las personas que hay detrás—para que puedan seguir participando de la riqueza del conjunto de la sociedad. Pero esa es una visión determinada.

Otros economistas y pensadores sostienen que la globalización es muy imperfecta, que los intercambios de todo tipo son todavía incipientes. Se trata de Pankaj Ghemawat, profesor del IESE en Barcelona, que, a diferencia de Tom Friedman y su idea de que «la tierra es plana», cree que no podemos funcionar desde los extremos, ni blanco ni negro. Ghemawat habla de «semi globalización», y aporta datos: «sólo una media del 13% de nuestros amigos en Facebook son de otro país diferente al nuestro». Es decir, no estamos tan conectados como todos como nos pensamos.

El caso es que el resultado del TTIP dependerá de los negociadores y de la presión ciudadana. Federico Steinberg, investigador en el Real Instituto Elcano, entiende que la oposición al acuerdo comercial parte del mayor interés de los ciudadanos «post-materialistas», que creen que se puede poner en jaque sus principios y valores como consumidores.

Uno de los peligros que ven es la seguridad alimentaria o algunos derechos vinculados al estado de bienestar europeo. También están preocupados por la posibilidad de que los inversores se puedan defender en tribunales especiales, distintos a los que recurren todos los ciudadanos. Pero debemos pensar que los negociadores velan por los intereses de sus respectivos ciudadanos. Y que en Europa los que miran a los ojos a los negociadores norteamericanos son gente seria, preparada y exigente.

Steinberg se refiere al libro TTIP: la verdad sobre el acuerdo transatlántico de Comercio e Inversiones, un ensayo de Gabriel Siles-Brugge, de la Universidad de Manchester y Ferdi de Ville, de la Universidad de Gante. «Explica tanto por qué los efectos beneficiosos (económicos y geopolíticos) que sus defensores están poniendo sobre la mesa para justificarlo han sido exagerados como por qué sus detractores no deben de preocuparse tanto de que un eventual pacto vaya a destruir el modelo social europeo», asegura Steinberg.

Parece claro, por tanto. Como siempre, no nos aventuremos a tachar las cosas en uno u otro sentido. On verra, que dirían los franceses.