El ‘trumpismo’ sin Donald Trump
Trump responde al temperamento de un hombre apegado a su buena estrella. El ‘trumpismo’ aspira a convertirse en una doctrina que trascienda a su autor
Ahora que se cumplen 15 años del fallecimiento de Jesús Gil es bueno recordar su decidido empeño en servirse de la política para intereses personales apelando a la antipolítica. Su forma de conducir el debate público, a veces con puñetazos reales a sus adversarios, lo sitúa como una de las variantes más obscenas del populismo que hoy tanto fascina a ciertas élites intelectuales.
Donald Trump utiliza el ataque directo como forma de diálogo como lo hizo Gil 20 años antes, siguiendo la estela de Silvio Berlusconi. Lo interesante de comparar a Gil con Trump no surge de sus similitudes, que son muchas, sino de sus diferencias. La diferencia más importante entre Gil y Trump es que, mientras el primero se sirvió de la política para acrecentar su fortuna, el segundo lo ha hecho para seguir alimentando su insaciable vanidad, pues Trump ya era inmensamente rico.
Contentar su vanidad es el principal motivo de sus acciones como lo fue en cierto modo para John F. Kennedy. Asi lo destacó elocuentemente Gore Vidal en uno de sus retratos políticos en el que advierte de la pulsión por el afan de poder del presidente. Mientras Kennedy lo hizo para pasar a la Historia, el deseo de Trump es salir en la fotografía de la Historia.
Trump nos lega una praxis política, el ‘trumpismo’, basada en cuestionar las democracias liberales y su laberíntica estructura de controles
Kennedy había construido un halo de misterio alrededor de su “Camelot” particular para compartir sus fracasos políticos, como el desastre de la Bahía de Cochinos o la crisis de los misiles, ambas con Cuba como protagonista, que no supo anticipar. En el film Nixon, Oliver Stone cuenta como el presidente de EEUU Richard Nixon, al pasar por delante de los retratos de los sucesivos presidentes de la Casa Blanca anteriores a él, se sentía especialmente interpelado por el retrato de Kennedy con los brazos cruzados mirando al suelo, taciturno, introspectivo y humano.
Nixon comentó a Henry Kissinger su apreciación personal que consideraba una certeza: cuando los norteamericanos miraban a Kennedy, veían alcanzables sus esperanzas, les hacia tocar el cielo; mientras que cuando lo veían a él solo veían a una persona corriente, como ellos.
La trayectoria empresarial y política de Trump se basa en la búsqueda de la aceptación constante de los suyos y fomentar la crítica radical de sus opuestos para reafirmar y consolidar la fidelidad de los que le apoyan. Trump responde al temperamento de un hombre osado y apegado a su buena estrella.
El trumpismo aspira a convertirse en una doctrina política que trascienda a su autor. La gran aportación de Trump es el trumpismo, una corriente ideológica que él ha propiciado pero no ha pensado; doctrina política que centra su principal objetivo en deconstruir lo construído cuando atenta a la soberanía norteamericana. Bajo esa doctrina, la política inmigratoria, económica o las relaciones internacionales deben ser reorientadas porque hacen débil al EEUU del águila amenazante .
Un águila que no caza asilvestrada desde hace demasiado tiempo, al domesticarla los ingratos liberales. Es una doctrina política más compleja de lo que parece a simple vista. En ella reside la idea de anular todo aquello que dificulte llevar a cabo una propuesta política, por irresponsable que parezca. Una de las máximas contribuciones del trumpismo es comunicar al mundo a través de Twitter cualquier propuesta de actuación, antes de llevarla a cabo, con el fin de arrastrar a todo el mundo a posicionarse a favor o en contra.
El ‘trumpismo’ sin Trump ya es una realidad: se observa en Europa la consolidación de actitudes basadas en hacer política socavando las instituciones
Una vez la opinión pública se ha dividido en favorables y detractores, el trumpismo decide cómo atuar. La clave de su política es actuar, o dar la sensación de actuación, para erradicar o subordinar los controles que maniatan el poder . Su hiperliderazgo no precisa una fuerza política que lo apoye, solo necesita acumular adhesiones que sucumban al frenesí de actuar. Este hiperliderazgo hiperactivo recuerda al de de Nicolás Sarkozy.
La escritora Yasmina Reza, en su libro El alba, la tarde o la noche, realiza un demoledor y, a la vez, sugestivo retrato de Sarkozy, en el que el político francés solo hace que actuar y actuar como si fuera una función teatral que no tuviera final. En el libro, Reza narra una deliciosa anécdota que explica el encuentro entre Barak Obama y Sarkozy, en el que éste le pregunta: “¿Cuál es la principal diferencia entre usted y el presidente Busch?” A lo que Obama, antes de ser llegado por primera vez presidente de EEUU, responde: “La diferencia principal es que Bush ha sido presidente durante dos legislaturas y yo no”.
La respuesta bien hubiera podido ser de Trump. También el político francés Édouard Balladur, en su libro Maquiavelo en democracia retrata a Sarkozy como un político apasionado en utilizar los medios de comunicación como punta de lanza para imponer su política. Sustituyan medios por Twitter y tendrán una de las características más singulares del trumpismo.
Como podemos observar, Trump es muy particular y, consecuentemente, muy distinto a los políticos tradicionales, pero menos de lo que se suele advertir. La mayoría de los hiperliderazgos se basan en una cínica observación amoral de la Historia; tal vez por ello Trump ha puesto punto y final al pacto nuclear con Rusia y mantiene abierta una guerra económica con China que ha desestabilizado los mercados y ha puesto en peligro la economía de muchos países.
Trump nos lega una praxis política, el trumpismo, basada en cuestionar las democracias liberales y su laberíntica estructura de controles y mecanismos de deliberación que maniatan a los gobernantes hasta el punto de impedirles actuar.
Contagio en Europa
Para el trumpismo, el cumplimento de los aspectos formales, tan determinantes para una democracia, son un mal a erradicar para dominar la agenda política.
El trumpismo ha establecido una forma de hacer política que ha contagiado a buena parte de Europa, al poner sobre la mesa el siguiente esquema: lo políticamente correcto es una trampa de la izquierda para no actuar; la deliberación política con la oposición debilita las decisiones porque se necesita demasiado tiempo para convencerla, cuando lo importante es poder actuar con los mínimos filtros institucionales; la democracia liberal, parlamentaria, está demasiado alejada del pueblo y es necesario debilitar el status quo político establecido.
El brexit está dominado por esta concepción política de actuar y actuar aunque nos lleve al desastre. La propuesta antipolítica del trumpismo es apostar por hacer menos política para poder hacer y hacer política. Se trata de desprenderse de los políticos profesionales para poder llevar a cabo la política del poder con rupturas y ninguna reforma. El trumpismo sin Trump ya es una realidad.
Ya se observa en Europa la consolidación creciente de actitudes políticas basadas en querer hacer política socavando las instituciones y cuesionando los valores de la democracia.