Semana de reuniones y cumbres varias. Entre otras, la del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el de la Generalitat, Artur Mas, en Madrid. Al final, en la rueda de prensa posterior, un periodista le traslada a Mas la siguiente pregunta: ¿Han hablado ustedes de Spanair? La respuesta del jefe del Govern: No, no hemos hablado.
Apenas habían pasado 72 horas del cierre de la aerolínea catalana y Mas despachó de esa forma el asunto. Ni tan siquiera tuvo la habilidad de decir que ambos habían mostrado su preocupación por los casi 4.000 trabajadores de la compañía o algún recurso político de esas características. Nada, cero. No se había hablado y punto.
Seguro que hablaron, pero a Mas no le interesaba desviar la atención del apoyo que brindará al PP en los próximos meses bajo la coartada política del Primum vivere, deinde philosophari. Lo único cierto de aquella respuesta es la que no dio: la Generalitat quiere correr un velo de silencio y otro de distancia con la bancarrota de Spanair.
Está en su pleno derecho de hacerlo. Es más, el círculo más próximo de Mas siempre ha defendido que el President no creía en el proyecto. Jamás ha apostado en privado por la compañía aérea, incluso antes de acceder al Govern. Mas es de los que pensaba que la iniciativa había nacido torcida, era de José Montilla y Antoni Castells, y que no hay demanda para una aerolínea de esas características en estos momentos. Para él resulta mucho más importante quién y cómo se gestionará el aeropuerto barcelonés de El Prat, que es lo sustantivo. Lo demás es accesorio.
Pero dicho esto, cuando llegó al Govern, se dejó seducir por el entorno corifeo de aduladores del proyecto Spanair. Ha habido unos cuantos: los empresarios de Femcat, entusiastas desde el primer momento; instituciones como la Cámara de Comercio, Fira de Barcelona, Turisme de Barcelona…; y, Joan Gaspart, el auténtico agitador de la cosa. A Mas, lo de Spanair le parecía un marrón heredado del tripartito.
Los días finales de la aerolínea han sido mejorables. Si los de Qatar decían que no, no existían alternativas para seguir adelante con el proyecto. Bruselas no quería despejar las dudas sobre las ayudas públicas, los qatarís se empecinaron en no mezclar el nombre del emirato con posibles sanciones y multas comunitarias, y la Generalitat hizo de mera correa de transmisión entre el emirato y los accionistas locales. Fueron los primeros en conocer la negativa y ahí se fraguó el cierre: no habría más dinero.
Acto seguido, toda la potencia del Govern se puso como un solo hombre a distanciarse de la aerolínea. Tema privado, luego no hay responsabilidades públicas. Como si Mas no hubiera incorporado a la cúpula de la compañía a Miquel Lladó para que fiscalizara la gestión del discutido Ferran Soriano (300.000 euros anuales) y de su segundo Mike Szücs (450.000 euros anuales); como si la administración catalana (vía ICF o Ayuntamiento de Barcelona o Fira) no hubiera estado inyectando fondos públicos para la supervivencia del proyecto hasta pocos meses antes del cierre.
Si en las últimas campañas electorales (autonómicas y municipales) Spanair era un asunto de país, ahora es tema privado y donde dije digo, digo Diego… En fin, al Govern le hubiera correspondido garantizar un cierre más ordenado y argumentado de la aerolínea. El desenlace de los hechos muestra, una vez más, que la improvisación es un gen que parece recorrer el ADN de la clase política sin excepción. Triste, pero real. Salvo, claro está, con las nevadas que nunca fueron.
PD: Algunos de ustedes (los más informados, seguro) habrán oído referencias al incidente con el pasaporte que un responsable político catalán protagonizó en las negociaciones y encuentros en Qatar. El nombre: Joan Sureda, director general de Indústria. Es sólo una más de las cantadas del equipo de independientes y mejores del conseller Francesc Xavier Mena. Seguimos sumando.