El tiempo estancado amenaza elecciones

A pesar del paréntesis navideño he proseguido mi peculiar sistema de encuestas. Lo concentró como siempre en Chueca, porque mi barrio es relativamente moderno, tolerante y diverso. Un muestreo acientífico para mí confiable.

Me interesa escudriñar la satisfacción con el voto emitido el pasado día 20, las motivaciones que lo indujeron y el nivel de desengaño con la votación de cada uno.

Primera sorpresa. Casi todos mis encuestados confiesan que votaron por descarte, sin mucho entusiasmo y sin convicción. Como cuando uno cae en la tentación de comer en McDonald´s y empieza a mirar horrorizado la lista de hamburguesas. La repasa una y otra vez y al final, casi al azar, elige un combo con lo inevitable.

Un porcentaje importante confiesan que siente una incapacidad de naturaleza metafísica para votar al PP. Es una aversión genética, ideológica y cultural. No he descubierto, ni siquiera intuido, una circunstancia en la que estos interlocutores podrían llegar a votar al Partido Popular. Tal vez en una catástrofe definitiva el día del Apocalipsis.

Los votantes confesos del PSOE lo hacen por una exclusión cimentada en la resignación de lo que todavía consideran inevitable. Se trata de impedir que repita el PP. No les gusta el líder, Pedro Sánchez; no entienden los mecanismos instalados de autodestrucción y no creen que las cosas puedan mejorar. Podría decirse que forman parte del suelo electoral del PSOE. Se empiezan a intuir arenas movedizas. 

No les caen bien Sánchez pero intuyen que Susana Díaz es un bicho capaz de dar un golpe de estado interno. En el fondo creen que el PSOE es su desastre una especie de maldición bíblica. 

Muchos tenían y tienen simpatías por Albert Rivera. Les cae bien y le consideran confiable. Pero no saben como gobernaría su simpatía para convertirla en acción política. Les pasa como en los tiempos heroicos de Julio Anguita. Muchos le adoraban pero jamás le votaron.

Lo de Podemos es experimental. La mayor parte no se fían de Pablo Iglesias solo porque no saben cual es la versión definitiva y no conocen los extras que vienen con este modelo. Consideran que es autosuficiente, prepotente, mentiroso y oportunista. Pero escuchan en él sus propios desahogos.  Le votan por molestar, por «joder» que dirían los castizos.

Ahora se han caído del guindo de dos cosas. La primera, que el referéndum es una imposición de las marcas añadidas, sobre todo de Ada Colau. Y, segundo, desconfían de las marcas periféricas previendo una descomposición interna.

Mis interlocutores empiezan a creer que la única solución razonable es un gobierno del PP, presidido por alguien que no sea Rajoy, con la abstención crítica del PSOE y el apoyo de Ciudadanos. Y creen que es lo único que puede evitar elecciones. Dependerá de si en el PSOE creen que las elecciones anticipadas pueden ser su puntilla.

Todos mis encuestados se han relajado de la tensión política en Navidades. Empiezan a aceptar que el tiempo haga su trabajo hasta agotar el postureo de los líderes y se resignan a nuevas elecciones. 

Me he gastado una pasta en cañas para encuestar a mis parroquianos. No creo que el director y el editor de este periódico, a quienes tanto aprecio, me paguen los gastos de representación que he utilizado en mis prospecciones de campo. No soy tacaño y doy por bien empleados estos extras. En realidad, creo que mis honorarios por estos escritos debieran percibirlos mis interlocutores. Pero como no son magros, sería un lío dividir mis emolumentos por el número de encastados. Tengo que seguir reflexionando sobre esto.