El tiempo como semántica en la pandemia
Los confinamientos han puesto brutalmente de manifiesto la compulsiva puerilidad de acelerar el ritmo de nuestra existencia para solapar el mayor número posible de experiencias vitales
Si convenimos que el tiempo es la medida de todo acontecer, esto es, del desarrollo de la realidad, es inescapable que lo político se ponga en relación con la realidad a través del tiempo, para determinar un espacio existencial; una determinada politeia. Este es el sentido básico del materialismo histórico, en tanto que proceso material a través del cual los fenómenos materiales devienen mutua, secuencial, y dialécticamente: también en política, espacio y tiempo son una y la misma cosa, porque al no ser posible el espacio sin materia, no se puede abstraer el tiempo de lo material; sacarlo de sus goznes, como puso Shakespeare en boca de Hamlet.
Es con estos mimbres con los que el politólogo Francis Fukuyama proclamó el fin de la historia, aún matizando que este punto y final se circunscribía al «ámbito de las ideas o la conciencia», y que en el “mundo real o material» no pasaba de ser un punto y seguido.
El encogimiento la geografía, por mor de la instantaneidad digital, ha permitido a Jameson volver del revés a Fukuyama aduciendo que el fin de la historia trae consigo el fin del espacio
En los 30 años trascurridos desde la publicación del libro de Fukuyama, tal y como ha señalado sagazmente el crítico cultural Fredric Jameson, en la era globalizada, la percepción subjetiva de un diferencial entre lo temporal y lo espacial se ha disuelto, a efectos prácticos: el encogimiento la geografía, por mor de la instantaneidad digital, ha permitido a Jameson volver del revés a Fukuyama -tal y como hizo Marx con Hegel-, aduciendo que el fin de la historia trae consigo el fin del espacio; que, como dijo Gilles Deleuze, el tiempo deja de referirse al movimiento al convertirse en la descripción de un espacio en el que se suceden los ahoras; el presente como absoluto.
Pero los confinamientos generalizados en respuesta a la pandemia han puesto brutalmente de manifiesto la compulsiva puerilidad de acelerar el ritmo de nuestra existencia para solapar el mayor número posible de experiencias vitales (tanto da que sean lúdicas o laborales), en el espacio temporal de una vida mortal, tal y como describió el sociólogo Zygmunt Bauman, la hiperactividad que paradójicamente puede llevarte a esa muerte súbita y prematura que los surcoreanos llaman kwarosa, o a la manía depresiva. Cómo no será la cosa, que la Organización Mundial de la Salud acaba de pronosticar que la depresión será en 2030 la primera causa de discapacidad en jóvenes y adultos.
Espacio y tiempo son atributos de nuestra capacidad cognitiva, y que, en tanto que humanos, el tiempo y el espacio son fenómenos al estilo kantiano
A la hora de la verdad, y más allá de la mecánica objetividad del tic-tac del reloj, todo lo que concierne a nuestra condición humana -y que Stephen Hawking nos perdone- es que espacio y tiempo son atributos de nuestra capacidad cognitiva, y que, en tanto que humanos, el tiempo y el espacio son fenómenos al estilo kantiano; que no existen fuera de nuestra consciencia; en la que se crean representaciones mentales de los mismos a través de nuestras facultades sensoriales.
Tal y como explicó Howard Eichenbaum, neurólogo del Centro para la Memoria y el Cerebro de la Universidad de Boston, aunque concebimos el espacio y el tiempo como dimensiones separadas de nuestras experiencias, en la práctica los combinamos en forma de memoria episódica; eventos hilvanados que nuestra consciencia representa como un contexto espacio-temporal unificado, a pesar de que los fenómenos espaciales y temporales están desacoplados en diferentes regiones cerebrales.
Es bien conocido el denominado “efecto umbral”, que se asocia a la dependencia de nuestros recuerdos al entorno en el que nos encontramos, algo que antes experimentábamos cotidianamente cuando se nos iba el santo al cielo al pasar de una habitación a otra, y que ahora experimentamos en sentido inverso al perder el oremus percibiendo la sensación de estar siempre en el mismo espacio, emparejado a un tiempo que ha perdido su valor semántico, porque si no ha dejado de existir, es tan escaso que ya no sabemos cómo usarlo para hacer cuanto debemos o queremos hacer.