El tarareo del cisne europeo
Hay que discutir abiertamente la necesidad de acordar una voladura controlada de la soberanía nacional de los 27 Estados miembros
2022 será al siglo XXI lo que 1917 fue al siglo XX; el verdadero debut de siècle; el año en el que Putin pinchó el globo de la mundialización y refutó a las bravas la Teoría de los Arcos Dorados de McDonald’s promulgada por Thomas Friedman en 1999. Aquel optimismo de fin de siècle expresado por el economista norteamericano contrasta con el desconsuelo de los infelices años veinte que nos ha tocado vivir; unos tiempos extraños, en los que la población acepta mansamente la pérdida del derecho a la libertad de movimiento primero, y del derecho a la libre información, después. Ni siquiera en medio de la Segunda Guerra Mundial osó Winston Churchill prohibir la recepción de las emisiones alemanas de radio del infausto traidor pro-nazi Lord Haw-Haw, precisamente para no convertirse en aquello contra lo que luchaba.
No parece que la decisión orquestada de censurar los medios de comunicación de un país con el que no estamos en guerra denote mucha confianza en la fuerza del relato propio. Tal vez, delate incluso cierto temor a que se nos reproche nuestra historia más reciente, y se nos recuerde que ya no estamos al volante, porque vivimos en un sistema multipolar al que aportamos el 10% de la población mundial, el 45% del PIB global, y el 40% del comercio internacional. Retenemos, no obstante, el monopolio del recurso a la superioridad moral, fingiendo creer, contra toda evidencia, que las relaciones internacionales se basan en la ética, la moral y el derecho internacional, y no en la dialéctica del poder y el instinto de preservación nacional.
Empero, es indudable que, siendo la democracia un sistema de opinión pública, el recurso al maniqueísmo agonista, y hasta al macartismo, acaba siendo tan eficaz como en las autocracias, aunque por razones opuestas: mientras que las democracias necesitan tener de su parte a la opinión pública para legitimarse en el interior, las tiranías la instrumentalizan para justificarse en el exterior, sin que en realidad la tengan en cuenta en su toma de decisiones.
A partir de esta obviedad, lo verdaderamente relevante es discernir si nuestros gobernantes son conscientes de que tienen por delante una maratón que no ha hecho sino arrancar, y que, a diferencia del Kremlin, necesitan ganarse la legitimidad renovando cada día el consentimiento explicito de los gobernados, para dictar medidas excepcionales.
En este sentido, la reacción espasmódica de Bruselas, decretando con inusitada celeridad medidas extraordinariamente trascendentes contra Rusia, que no han estado acompañadas de deliberación ni escrutinio alguno por parte de los parlamentos nacionales -pese a que repercutirán tanto en sancionados como en sancionadores- bien pudiera acabar volviéndose en su contra.
“Los fondos europeos se muestran radicalmente inadecuados para atajar unos problemas que nada tienen que ver con los criterios y requisitos de concesión de dichos fondos, cuyo diseño hace además que sea inviable expandirlos”
Santiago Mondéjar
Como ya se ha apuntado, no es este un problema al que Putin deba enfrentarse, por más que el “regime change” forma parte del “wishful thinking” de los think-tanks habituales: Moscú ha puesto en marcha la mobilizatsiya, una movilización multifacética, que permite al Estado ruso activar recursos, fuerzas y capacidades a todos los efectos para lograr sus objetivos estratégicos, sin que el apoyo al presidente ruso haya descendido.
Esto contrasta con la apática desmovilización de las sociedades occidentales, que puede llegar a tornarse en activa animadversión a las decisiones de la Comisión Europea a medida que las fábricas y los hoteles empiecen a cerrar como consecuencia de la guerra y las sanciones, y cuando los fondos europeos se muestren radicalmente inadecuados para atajar unos problemas que nada tienen que ver con los criterios y requisitos de concesión de dichos fondos, cuyo diseño hace además que sea inviable expandirlos.
Recordemos que el fundamento de los fondos de recuperación es la emisión de valores en el mercado de deuda, lo que ya ha obligado a elevar de manera temporal el límite máximo del presupuesto de la UE al 2% de su PIB, en plana coyuntura inflacionista, y que la parte no reembolsable de los fondos debe financiarse con nuevos impuestos. Inevitablemente, para hacer frente a la nueva realidad global, la Unión Europea debe dotarse de nuevos instrumentos de gobernanza, que transcienden con mucho lo que recogen los tratados, por lo que es inevitable abrir otra vez el melón de la constitución europea que se cerró en falso en 2005.
Estamos pues frente a un “ahora, o nunca”: los primeros movimientos de Rusia y sus aliados sugieren el fin de la era de Bretton Woods II, el sistema monetario respaldado por el dólar que reemplazó a Bretton Woods I, basado éste en el patrón oro, para dar paso a Bretton Woods III, como consecuencia de que el embargo de las reservas de divisas rusas ha causado un desvío de reservas mantenidas como pasivos de las finanzas mundiales a reservas mantenidas como materias primas, es decir, una desdolarización de facto de una parte de la economía global.
Estas son parte de las medidas de emergencia que Serguéi Gláziev -hombre de confianza a la par que economista de cabecera de Putin- ha puesto en marcha para escudarse del largo brazo del FMI; impedir la fuga de capitales; y limitar el riesgo de que la banca rusa se quede sin liquidez. Cerradas estas compuertas, el siguiente paso ha sido promover un acuerdo entre la Unión Económica Euroasiática y China para crear un sistema monetario y financiero internacional independiente, presumiblemente basado en una nueva moneda referenciada por un índice de las monedas nacionales de los países participantes, y la cotización de un selectivo de materias primas.
Las dos conclusiones que podemos sacar a priori son, en primer lugar, que China apuesta por dar tiempo al tiempo, para consolidar su posición global aprovechando los resquicios del enfrentamiento entre EE.UU. y Rusia para ganar influencia en el terreno monetario.
En segundo lugar, que Washington no parece tener mucha aprensión de dejar que una Europa sin recursos naturales sea el cordero sacrificial de su gran juego contra Beijing. Así las cosas, enfatizar un aumento marginal del gasto europeo en defensa, por necesario que sea, no deja de ser una cortina de humo para eludir la cuestión central, que no es otra que discutir abiertamente la necesidad de acordar una voladura controlada de la soberanía nacional de los 27 Estados miembros, a cambio de que los dirigentes europeos estén sometidos al mismo grado de control, transparencia y responsabilidad al que están sujetos los gobernantes nacionales por las decisiones que toman.
Este artículo pertenece al nuevo número de la revista mEDium 10: ‘Economía de Guerra’, cuya versión impresa puede comprarse online a través de este enlace: https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-10-economia-de-guerra/