El suicidio asistido de CDC

¿Quién hubiese podido prever que en muy pocos años desaparecería no solo Convergència i Unió (CiU), la coalición que durante casi todo un cuarto de siglo monopolizó el poder en la Generalitat, sino incluso la misma Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), el partido político fundado en noviembre de 1974 en la abadía de Montserrat bajo el liderazgo indiscutido e indiscutible de Jordi Pujol?

La militancia de CDC, puesta ante el dilema de refundar y renovar el partido o crear una formación política de nuevo cuño, ha optado por amplia mayoría por el suicidio asistido. Está por ver si habrá o no una suerte de resurrección. Lo que queda claro por ahora es que CDC es hoy un cadáver político. Otro tanto le parece suceder a su ex socio de coalición, la democristiana Unió Democràtica de Catalunya (UDC).

¿Cómo puede haber sucedido una catástrofe política tan enorme? ¿Qué ha ocurrido para que CiU, CDC y UDC desaparezcan del mapa político catalán y español, en el que tanto peso habían llegado a tener durante tantos años?

Habrá quien aduzca al respecto que fenómenos así son propios en los partidos que, como CDC y en gran parte CiU, tienen su fundamento y se caracterizan por un liderazgo unipersonal. El caso de la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez sería un buen ejemplo de ello. No obstante, en el caso de CDC existen otros factores que han contribuido de modo decisivo a este suicidio asistido al que estamos asistiendo.

El escándalo de evasión fiscal y corrupción generalizada que afecta al conjunto de la familia Pujol-Ferrusola, que ha destruido para siempre el mito personal del propio Jordi Pujol Soley y que ha hecho salir a la luz otros casos de corrupción relacionados con CDC como partido, no es en modo alguno ajeno a esta voladura de la formación que lidera ahora Artur Mas, una voladura aparentemente controlada pero que se ignora si podrá ser controlada de verdad.

Pero aún hay más. Desde que Artur Mas sucedió a Jordi Pujol en el liderazgo de CDC, tras superar el duro tránsito por la oposición en los mandatos presidenciales de los socialistas Pasqual Maragall y José Montilla al frente de gobiernos progresistas formados por el PSC con ERC e ICV-EUiA, aquella histórica CiU se lió la manta a la cabeza e inició un camino errático: Mas logró al fin su investidura presidencial en 2010 gracias a la abstención del PSC, para pasar a continuación a gobernar con el apoyo del PP.

Más adelante disolvió el Parlamento catalán en 2012 para emprender, tras la pérdida de una docena de escaños, una incierta vía independentista con el apoyo de ERC, partido con el que se presentó en coalición, previa nueva disolución parlamentaria, en unas elecciones planteadas a modo de plebiscito en las que solo gracias a los votos de la izquierda radical independentista de la CUP pudo CDC mantener todavía la Presidencia de la Generalitat, pero con el elevado coste de verse obligada a sustituir a Mas por Carles Puigdemont y, ojo al dato, quedar maniatada por la CUP para seguir en el poder.

Encima, pasados solo seis meses, la CUP anuncia ahora que quiere echarse atrás en el acuerdo, porque no les satisfacen las políticas desarrolladas hasta ahora.

PSC, PP, ERC, CUP… Son demasiados cambios, excesivas mutaciones de socios, coaligados o compañeros de viaje. El desconcierto es lógico. El tradicional electorado convergente, así como buena parte de su cada vez más exigua militancia, anda desnortado y sin rumbo.

La Ítaca anunciada queda cada vez más lejana y difusa. De momento, el suicidio asistido de CDC trastoca de nuevo el panorama político catalán. ¿Habrá resurrección o, como sucedió con la UCD de Suárez, CDC no tendrá ni tan siquiera un entierro digno?