El socialismo jacobino, la última trinchera

Cuando Susana Díaz recuerda, en su discurso de Fin de Año, que el PSOE andaluz hizo posible el Estado de las Autonomías en 1978, dice bien. Pero se olvida del Partido Andalucista, el encargado de volar la descentralización asimétrica de las nacionalidades históricas.

Rafael Escuredo ganó a Miquel Roca y a Iñaki Anasagasti, al primero por puro cambalache y al segundo porque el PNV tenía aseguradas las Haciendas forales. Díaz es la quintaesencia del españolismo rancio, muy concomitante con la idea de país meridional, aquejado de clientelismo, a base de peonadas y subsidios.

Y lamentablemente a base de EREs, el gran pufo. Junto al resto de baronías socialistas, Díaz se impone. Su holograma acampó en Ferraz la noche del martes en que el abigarrado socialismo madrileño cenaba bajo el mando de los resentidos: Tomás Gómez, Antonio Miguel Carmona y Eduardo Madina, el ángel caído.

La Federación de Madrid es el convoy de asalto que resigna al revanchismo, como en la etapa de Borrell después de caer frente a Joaquín Almunia. Ya lo había sido avant la lettre, en plena transición, cuando Felipe y Guerra se trajeron a Moncloa a Narcís Serra para disgusto del viejo profesor, Tierno Galván, de Juanito Barranco y de Rafael Simancas, entre otros.

En estas cenas de resentimiento se come y se bebe, hasta que se te va la mano. Y en la sobremesa, leña al mono, Pedro Sánchez, verbigracia. Pero después del exceso, no hay vuelta atrás. Algunos se quedan con el rictus del Bobo de Coria, cuando cae en la cuenta de que, en las municipales, le fue peor que a Sánchez en las generales. Siempre se puede recurrir a Largo Caballero. La historia se reescribe mil veces para justificar la sedición en las filas socialistas, como sabemos bien los catalanes hartos de Diadas y de minuto 17 y 14 segundos en la grada de Can Barça.

El patrioterismo hispano tiene un techo, el de la derecha pura y dura, como escribe brillantemente Vicenç Navarro, desde el último candray (homenaje al escritor Cecilio Pineda), antes de poner pie en el continente. La España «unida y, por lo tanto, igualitaria» de Susana Díaz y los que le hacen el trabajo sucio en Madrid, es la mismo que defienden Fernández Vara, García-Page o Tomás Gómez; es la del miedo a reconocer los hechos.

Es la España jacobina que se quedó dentro del cesto después del corte epistemológico de la Navaja de Occam (el no al marxismo). Lo peor de los jacobinos de hoy es que forman parte de la España metafísica de José Antonio, pero sin José Antonio; sin el heroísmo de los que iban delante en Belchite o en el Ebro. Es el no pasarán de la burocracia actual de medio pelo, la de los corifeos de Felipe González Márquez, el consejero rotatorio, que está esperando la mediocridad de Susana para dejar más claro todavía el décalage entre su tiempo y el actual.

El PSOE rapaz y falaz no tiene nada que ofrecer, que no sea el cadáver de Pedro Sánchez servido en fuente de plata por los monosabios de Moncloa. Sánchez le ha visto los dientes a Caperucita, ahora que Artur Mas está a punto de salir a hombros de los anti-capitalistas, como hacía Chamaco en Las Arenas de la Gran Vía (hoy simbólico pasto del kitsch y las rebajas).

Lo peor de este PSOE es la cara que se les pone a sus dirigentes cuando discuten si galgos o podencos, mientras se acerca Pablo Iglesias. Podemos gana en Catalunya y Euskadi, allí donde el socialismo tuvo sus mejores trincheras frente al macizo de la raza. Ahora ya es tarde. Sus graneros del norte se vacían. Pero queda el Guadarrama, claro. Donde Carmona y sus amigos se echan un cochinillo regado de Duero y juegan a los dardos con el busto de Sánchez. El PSOE está empezando a morirse de carcundia. Los jacobinistas cabalgan en sus taifas. Adornan las hornacinas de la patria; desconocen al poeta que sembró en las espumas del gran Duero «palabras de amor, palabras».