El síndrome de Hybris
Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco, dice un viejo adagio de la Grecia clásica atribuida a Eurípides.
En nuestros días, esa sentencia está estudiada por la patología clínica que ha bautizado como síndrome de Hybris al comportamiento de un político que se cree que tiene una inteligencia superior a quienes le rodean. Y que puede con todos los obstáculos que se le presenten gracias a su sobrevalorada intuición a la hora de resolver los conflictos. Cuando los supera (9N), se reafirma en una variante del complejo de superioridad.
Este es un problema de orden psicológico bastante común en los gobernantes con éxito, y uno de los síntomas comunes es que desconfían de las personas que les rodean.
José María Aznar desarrolló esta patología en cuanto consiguió el milagro de dar al PP la mayoría absoluta en el 2000. Bush y Blair, contemporáneos suyos, sufrieron del mismo mal…
En Cataluña, el President Artur Mas tiene los primeros sarpullidos del síndrome de Hybris. Un síntoma clásico –como hacía Aznar en su libreta azul en donde anotaba los cambios de su gobierno sin que lo conocieran los fontaneros de la Moncloa– es el de Artur Mas de llevar en secreto su hoja de ruta, primero el 25 de noviembre cuando dio a conocer los trebejos de su lista conjunta, y en estas inasibles semanas de vodevil negociador con Junqueras; para evitar filtraciones a la prensa, nada decía a sus hombres de confianza. Las informaciones llegaban a través de ERC.
Junqueras tiene otros, pero aún no padece ese síndrome. El problema que tenemos con Mas es su pecado original: la independencia no la tiene grabada en su ADN político y, por ende, tiene que sobreactuar para resultar más convincente. Lo suyo es impostura pura.
Que Mas es un gran orador es indiscutible. Habla con prosopopeya en un tono engolado, grave y solemne. Parece catedrático de la enseñanza que se daba en la Universidad del Medievo: el Trivium (retórica, dialéctica y gramática), eso es lo que le está salvando. Tiene olfato político, pero…
Nadie puede darlo por muerto, mas la historia enseña que todos los que han sufrido este síndrome, acaban cayendo.