El silencio de los corderos, con precio de caviar
Que en Catalunya se recorten los derechos de las familias en aspectos como los que denunciábamos ayer y ni un solo medio de comunicación regional sea capaz de poner al gobierno autonómico de vuelta y media no es una casualidad.
Nada es casual en el entorno de la política. Desde hace ya muchos años, los dirigentes de los partidos catalanes aprendieron que la prensa, en tiempos de dificultades, alquila su línea editorial sin ningún pudor. Siempre hay alguna honrosa excepción, pero la gran mayoría sencillamente se ocupa de que su competidor más directo no perciba una renta mayor que la suya abandonando la esencia de este negocio: el periodismo.
Se han conocido en las últimas horas las subvenciones estructurales que reparte la Generalitat de Catalunya a los medios de comunicación, sean escritos en soporte papel, digital o audiovisuales. Lean, comprueben, y podrán entender con todo lujo de detalle cuál es la razón última de que la crítica haya desaparecido del periodismo catalán en 2013.
Las “estructurales” son ayudas públicas teóricamente objetivables en virtud de criterios como la audiencia. En esta casa renunciamos en su día a pesar de que, a la vista de nuestros números auditados, tendríamos derecho a un buen pellizco. Pero eso es lo de menos porque los lectores lo aprecian cada día de forma más generosa. Lo de más es que en paralelo existen otras subvenciones a medios de comunicación que están ancladas en supuestos proyectos. Así, por ejemplo, hemos pagado entre todos los catalanes la digitalización de archivos que nunca concluyen, la “potenciación e impulso” de ediciones que jamás vieron la luz y toda una suerte de iniciativas que sólo justificaban la percepción de fondos públicos de manera arbitraria, vinculada a la adhesión política y, como les decía al principio, casi como fianza del arrendamiento de la línea editorial.
¿Pasa lo mismo en Madrid? No exactamente. Que hay filias, fobias, ayudas, subvenciones y otro tipo de dádivas de algunas administraciones es obvio. Pero la repartidora catalana es sutil, perfecta, como casi todo lo nuestro. No se escapa casi nadie, y si lo hacemos nos acusan de ser de fuera o de estar subordinados a otros intereses aún más espurios que los suyos, lo que es el colmo de la estulticia. El silencio que generan las limosnas del departamento de Presidencia convierte a los medios en corderos camino del matadero. Todos, pues, alineados, silentes, dóciles y acríticos, así se revela en blanco y negro (goyesco, trágico) la foto fija de la comunicación en Catalunya después de pasar por caja de la Generalitat, con los cheques firmados por el verdadero magnate de la comunicación, el consejero Francesc Homs.
Un silencio que no sólo ha matado el espíritu crítico y regeneracionista de los medios en democracia, sino que representa un coste estratosférico injustificable por la teórica preservación de una lengua. Los corderitos, como contribuyentes, los hemos pagado a precio de caviar.