El sentido común sevillano y el predicador Junqueras

Confieso, el domingo vi el programa de Jordi Évole. En alguna ocasión ya he admitido mi escasa afición a su periodismo de brocha gorda. En esta ocasión, sin embargo, me atrevo a felicitarle por el formato y la idea escogida: el líder del independentismo catalán comiendo y haciendo sobremesa con una familia sevillana en la mismísima capital andaluza.

Hubo un poco de todo en el Salvados del domingo. La primera de las cosas fue conocer al dirigente de ERC en un ámbito menos impostado y más natural. Su incapacidad para abrir una botella de vino (Penedès, of course) con un sacacorchos convencional no fue la mejor de las imágenes posibles para sus asesores. Su escasa cintura personal para el diálogo con sus anfitriones tampoco dice mucho en su favor y retrata un prototipo de catalán lejano de la realidad más plural del país.

 
La independencia de Cataluña no es una cuestión sólo de números y argumentos racionales, sino de vivencia y sentimiento

Lo segundo interesante del programa fue comprobar cómo ha aprendido Junqueras a zafarse de lo espinoso, de lo contradictorio de su discurso. En cada una de las ocasiones en las que fue interpelado por sus anfitriones de la capital hispalense con una cierta actitud crítica se refugió en evasivas impropias de quien podría liderar un territorio tan complejo como el catalán. Una de las más sangrantes fue cuando el propio conductor del espacio, el periodista Évole le preguntó de forma directa si TV3 no era una televisión tendenciosa. El Junqueras más escurridizo se hizo el muerto y defendió la supuesta neutralidad de la televisión pública de la Generalitat. Por no citar su supuesto desconocimiento sobre el linchamiento político al que está siendo sometido el escritor Javier Cercas a propósito de su postura crítica con el independentismo.

La familia andaluza escogida tenía posturas representativas de las corrientes que podrían coincidir con los dos grandes partidos españoles, PP y PSOE. El dirigente republicano fue un frontón ante cualquier proposición de diálogo y, sobre todo, un valiente al decir que, en cualquier caso, lo que le motiva y le impulsa es más sentimental que racional. Dicho de otra manera, que la independencia de Cataluña no es una cuestión sólo de números y argumentos racionales, sino de vivencia y sentimiento. Nada que decir, por tanto, sobre las pulsiones del corazón de Junqueras. Si acaso que son fundamentalmente eso, una visión entre espiritual y moral de una realidad determinada.

El espacio televisivo demostró un hecho incuestionable: desde la diferencia y el contraste de opiniones los anfitriones sevillanos abogaban por una solución de sentido común, el diálogo político. Y en ese mismo terreno, el Junqueras más dócil y televisivo seguía adoctrinando cual aplicado predicador. Está en su derecho de hacerlo, de mantener su dogma como aspiración vital y espiritual, pero al menos pudimos reconocerle claramente en ese ámbito más intransigente con sus percepciones.