El secuestro del relato político en Cataluña
Pese a todos sus problemas con la justicia y con su propia familia, Jordi Pujol puede estar contento. En Cataluña, desde su victoria en 1980, que nadie esperaba y que dejó al socialista Joan Reventós con una sonrisa congelada, el campo de juego lo ha marcado el nacionalismo.
Cualquier otro relato ha sido secuestrado. Es cierto que se debía poner en marcha una autonomía, que era necesario crear una conciencia de comunidad –sin ella, y pese a defender postulados liberales, es cierto que ningún país puede ofrecer buenos servicios colectivos– y que, inevitablemente, se llegaría a choques competenciales con el Gobierno central. Pero la puja ha ido siempre a más, a una especie de subasta que ha tenido un claro objetivo: que las elites políticas nacionalistas pudieran conservar el poder.
Este año se cumple el 40 aniversario del Ja sóc aquí, el regreso de Josep Tarradellas a Cataluña, después de pasar por Madrid y negociar con Adolfo Suárez, entre junio y septiembre de 1977, la recuperación de la Generalitat. Tarradellas quería una administración moderna y eficaz, y por ello discutió con los parlamentarios democráticamente elegidos en las elecciones generales de 1977 la necesidad de elaborar, de forma rápida, un nuevo Estatut. Más allá de las polémicas que se suscitaron, lo cierto es que las nuevas elites políticas que se iban formando querían cuanto antes acceder al poder.
Todos los intentos –¿se intentó de verdad?– de ofrecer un relato alternativo resultaron un fracaso. Ni el PSUC ni, posteriormente, el PSC, tuvieron la fuerza necesaria. Y 37 años después la situación es casi la misma, aunque las siglas sean diferentes. No existe, con la posibilidad de tener éxito, una alternativa política que no pase por un nacionalismo que se ha vestido –momentáneamente– de independentista.
Nadie se atreve a abordar cuestiones de extrema importancia para los catalanes que no se resuelven con un estado propio, o con un choque frontal con el Gobierno central, sino con políticas propias, atrevidas y eficaces, atendiendo las propias competencias de la actual Generalitat.
La Comisión Europea ha elaborado el Índice de Progreso Social con la idea de que el crecimiento del PIB deja de lado muchas cuestiones sociales. Cataluña aparece en el puesto 58 atendiendo el PIB, entre las 272 regiones europeas analizadas. Pero cae al puesto 165 según ese índice social.
¿Por que? Los gobiernos de la Generalitat, también los del tripartito, aunque tomaron más consciencia del problema, han incidido en «políticas paliativas», y no tanto en inversiones sociales para atajar los problemas. Se trata de atender prioridades a través de los presupuestos, aunque eso no vaya en detrimento de la demanda de una mejor financiación autonómica. ¿Cómo es posible que en Cataluña se destine sólo el 0,1% del PIB a vivienda, cuando la medida europea es del 0,6%? ¿O que en políticas de familia sólo se destine el 0,1%, cuando la media europea es del 2,4%?
No existe un relato alternativo al nacionalismo en Cataluña. Y no existe una alternativa que pueda competir en las urnas con los partidos ahora independentistas, como el PDECat, antes Convergència, y Esquerra Republicana.
En problema en Cataluña es de orden interno. Sólo a través de diferentes elecciones se podrá lograr un gobierno que gobierne, y una oposición que se oponga, sin pensar en el Gobierno central y en el choque permanente.
Lo que busca, como telón de fondo, el ahora independentismo es seguir gobernando. Y sin la constitución de una alternativa, que ofreza un relato y un proyecto diferente a los catalanes, seguirán, ciertamente, en el poder. Desde 1980, Pujol sigue ganando todos los partidos, algo que vio venir, antes que nadie, el propio Tarradellas.