El secesionismo catalán, de robots y espectáculos
El secesionismo se ha servido del engaño, de los robots de Putin y de los robots propios del soberanismo, que han alimentado el relato
Después de dar la vara sin solución de continuidad, resulta que la independencia no tiene la mayoría suficiente, que la declaración de independencia fue simbólica, que el govern y el “país” no están preparados para la independencia y que existen otras alternativas distintas a la independencia. Y lo dicen ahora, después de cinco años de una insoportable prepotencia nacionalista que repartía certificados de buena y mala conducta nacional. ¡A buenas horas mangas verdes!
Pero, que nadie se engañe: ELLOS sabían que todo era una farsa. Y, pese a todo –a ver si la armamos gorda y alguien nos hace caso-, siguieron con su obsesión. A cualquier precio. Y así ha sido.
Nada nuevo bajo el Sol de la ficción y el teatrillo secesionistas. ¿O es que alguien –con un mínimo de sentido común- podía dudar de los engaños propagados por el secesionismo catalán con la inapreciable ayuda de las terminales mediáticas amigas -públicas y privadas- y los robots de Putin? De los robots de Putin y de los robots secesionistas.
El engaño se ha llevado a cabo para consolar a determinadas élites autóctonas
No hay engaño sin autoengaño. El secesionismo catalán ha engañado. Pero, la fiel infantería secesionista –insisto: con la inapreciable ayuda de las terminales mediáticas amigas- se ha tragado, sin más, el engaño. El dirigente secesionista es culpable por acción de semejante disparate. Pero, el militante secesionista también lo es. Sea por acción u omisión.
Del dirigente secesionista –ayer sonriente y hoy apenado y llorón- ya se ha hablado lo suyo. ¿Para qué el engaño? Para consolidar el poder de determinadas élites autóctonas, para administrar unos recursos considerados propios, para disimular o borrar determinados comportamientos y acciones poco edificantes y, en fin, para satisfacer el propio ego o la fe nacionalista.
¿Qué ocurre con el militante secesionista –sobre todo con el sobrevenido o coyuntural- que acepta, acríticamente, sin rechistar, por acción u omisión, el relato secesionista? Cuatro hipótesis generales -no excluyentes entre sí- y una hipótesis ad hoc.
La hipótesis de la alienación
El militante secesionista es víctima de un proceso de alienación ideológica. Como apunta el filósofo Ludwig Feuerbach a propósito de la religión, el militante secesionista construye una fantasía –la nación catalana, la independencia catalana, la República catalana- que acabará dominándole o alienándole. Un dios hecho a su medida.
La hipótesis de la credulidad
El militante secesionista acepta el storytelling independentista. Esa narración nacionalista que persuade, manipula e inculca con todas las buenas y malas artes posibles. Que construye una comunidad de creyentes. Que modifica la percepción de lo real. Que diseña ficciones y sueños. Que promete un mundo feliz. Que oculta la realidad en beneficio de determinadas ideas, obsesiones e intereses. Que formatea la consciencia y el pensamiento del individuo. El gran engaño.
La hipótesis conductista
El militante secesionista es el resultado de un proceso conductista que estimula determinados comportamientos vía sentimientos, emociones, argumentario, neolengua, mensajes, manifestaciones, movilizaciones, paros de país, consignas, lemas o merchandising que estimulan mecánicamente una determinada respuesta espontánea que consolida la convicción inducida.
La hipótesis del chovinismo del bienestar
El militante secesionista es el producto de un nacionalismo egoísta y excluyente que no admite la libre competencia por los recursos –identitarios, económicos, psicológicos o simbólicos- “nacionales”. Unos recursos que serían de disfrute exclusivo –chovinismo- del Nosotros. Algo que, en el caso de los territorios desarrollados que buscan la independencia, ha venido a llamarse “chovinismo del bienestar”.
La hipótesis ad hoc del secesionista inasequible al desaliento que se engaña a sí mismo
Frente la cruda e ingrata realidad del colapso del “proceso”, persiste el mundo paralelo secesionista. Selección de textos: “el `proceso´ no se ha acabado”, “el `proceso´ ha entrado en una nueva fase de acumulación de fuerzas”, “no nos conocen”, “no nos pararán”, “seguimos”, “ni un paso atrás”, “el camino es largo”, “no hemos querido poner en peligro a los ciudadanos ante la violencia de un Estado represor como el español”, “las tormentas fortalecen las raíces”, “no nos desmoralizarán ni desmovilizarán”, “construyamos la República”. Y, si conviene, “más vale no conectar los medios de la intoxicación”. Ya se sabe: “prensa española, prensa manipuladora”.
Jean François Revel: “La primera de todas las fuerzas que dirige el mundo es la mentira” (El conocimiento inútil, 1988)
Elías Canetti: “una masa abierta… el movimiento de unos contagia a los otros” (Masa y poder, 1960).
La falta de sentido del límite del nacionalismo ha generado el disparate sin límite secesionista. Y mucho espectáculo.
Queda en la retina: performances frente al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, actores y actrices lanzando soflamas desde la tarima, cantautores desempolvando viejos temas, arengas sobre vehículos megáfono en mano, prestigiosos entrenadores lanzando consignas al equipo de casa, velas supurando sobre el asfalto, miles de linternas en el crepúsculo, alcaldesas y alcaldes paseando por Europa vara en alto, parlamentarios enarbolando impresoras y esposas, esteladas cubriendo las gradas de los estadios. Y un griterío compacto, tenaz, agresivo. Y un largo etcétera –no se olviden de las camisetas y las mesas petitorias– que desborda la imaginación.
Guy Debord (1): “todo se aleja en una representación” (La sociedad del espectáculo, 1967).
Guy Debord (2): “la dominación espectacular ha educado a una generación sometida a sus leyes” (Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, 1988).