El santo temor al déficit
No es temor. Es pavor puro y duro. Es verdadero pánico lo que le produce a uno la contemplación de las primeras señales de la ola de irresponsabilidad y despilfarro que se nos viene encima.
La expresión de «el santo temor al déficit» se debe al Ministro de Hacienda y Premio Nobel de Literatura José de Echegaray. Fue una norma de gobierno sistemáticamente aplicada por los gabinetes que siguieron al «desastre» de 1898 y que proporcionaron a España el período de superávit presupuestario más prolongado de toda su historia.
Lo cierto es que, contra lo que siempre se ha dicho, la pérdida de la soberanía en Cuba, Puerto Rico y las Islas Filipinas no trajo consigo el derrumbe de la economía española en 1899 y años siguientes, sino todo lo contrario, pese a que las guerras coloniales de 1896-1898 provocaron un colosal endeudamiento.
Una de las explicaciones principales de ese resultado, que la historiografía tradicional todavía ignora, está justamente en la buena gestión presupuestaria que aplicó Raimundo Fernández Villaverde, Ministro de Hacienda en 1899-1900 y sus sucesores, uno de los cuales fue el propio Echegaray.
Por cierto, lo que quebró la prudencia presupuestaria diez años después no fue el aumento de la inversión productiva, que siempre será bien recibida cuando es auténtica, sino la guerra de Marruecos.
La norma básica de la estabilidad presupuestaria, no obstante, se mantuvo básicamente hasta la Guerra Civil, con lo que se consiguió evitar las violentas inflaciones del período de entreguerras, tan frecuentes en los países vecinos, y hacer de la peseta la más estable de las monedas de la Europa continental.
Con el fin de la Guerra Civil en 1939, los gobiernos de Franco mantuvieron una estabilidad absolutamente falsa, a base de recurrir a la máquina de imprimir billetes, es decir, de incrementar de manera desproporcionada la oferta monetaria, con el resultado, inevitable, de provocar la mayor inflación de los países de nuestro entorno.
La democracia tuvo que renunciar a este grosero procedimiento de la financiación inflacionista, por lo que los déficits degeneraron en inflación, endeudamiento y, como solución de emergencia cuando las cosas se desestabilizaban demasiado, en una cadena de devaluaciones. En la UE y en la zona del euro, ahora no cabe una cosa ni otra. Así que el déficit se transforma de forma inmediata en mayor deuda pública.
Todo esto viene a cuento de la situación política en que nos encontramos. Como todo el mundo sabe, frente a gobiernos muy débiles o, incluso peor, sin gobierno de ninguna clase. No hace falta ser un lince para pronosticar que de esto no van a salir políticas de contención del déficit sino todo lo contrario.
Acabamos de vivir un episodio que constituye todo un signo premonitorio. Me refiero a la alianza del Partido Popular, el Partido Socialista Obrero Español, Ciudadanos, Catalunya Sí que Es Pot y la CUP en el Parlament catalán para imponer la recuperación de la paga extra de 2012 a los funcionarios y la de la totalidad de los días de permiso y vacaciones por antigüedad desde el ejercicio de 2016, así como para establecer un calendario de negociación para la recuperación de las pagas de 2013 y 2014.
Por dejar las cosas claras, vaya por delante que quien firma este artículo es funcionario público desde hace cerca de cuarenta años. Pero todavía me queda un poco de vergüenza. El pacto de estas fuerzas ultraconservadoras –lideradas por García Albiol, Iceta, Arrimadas, Rabell y Gabriel– que se materializó el pasado día 18 de enero, obligando al flamante gobierno de Puigdemont y Junqueras a aumentar el gasto corriente, anticipa lo que va a ocurrir en esta legislatura tanto en Barcelona como en Madrid. ¡Para esto sí resulta fácil ponerse de acuerdo! Gasto y más gasto.
Esta vez ni Mariano Rajoy, al que no concedo ninguna posibilidad de repetir en la jefatura del Gobierno, podrá evitar la bancarrota y la intervención de la troica y de los «hombres de negro». Nuestra única esperanza es que vengan turistas -muchos turistas, muchísimos turistas- y se dejen por acá sus buenos dineros. Pero, desgraciadamente, esto también pende de un hilo. No es temor, es puro y duro pavor, verdadero pánico. Lo cierto es que no queda margen alguno para el optimismo.