El rostro del independentismo catalán
La emergencia sanitaria del coronavirus en España ha desenmascarado el rostro político y moral del independentismo catalán
La epidemia de coronavirus que se ha desatado en España ha puesto de manifiesto el rostro político y moral del independentismo catalán. Un comportamiento y unos gestos –también, una manera de pensar y entender la realidad– que remiten al egoísmo y la arrogancia. Y evidencian algunos rasgos de un movimiento nacionalpopulista confortablemente instalado en la xenofobia del bienestar, esto es, la independencia de los ricos.
Egoísmo y arrogancia
Hay un texto no muy conocido de Immanuel Kant (Antropología en sentido pragmático, 1798) en donde el filósofo alemán trata diversas cuestiones entre las cuales se encuentra la “manera de conocer el interior y el exterior del hombre”. En uno de los epígrafes del ensayo, el autor habla de un egoísmo –una arrogancia, dice– que tiene tres manifestaciones: el egoísmo lógico, el estético y el moral. Como anillo al dedo para hablar del independentismo.
1. El egoísmo lógico que no verifica ni refuta juicios, porque posee la verdad. Ejemplo: “El Gobierno español juega con las vidas de los catalanes… el auténtico virus es el Estado español… generalizar los virus, los muertos, la incompetencia, la pobreza, la incultura, la estupidez, el castellano, Madrid” (David Fernández, secretario nacional de la ANC y presidente del Cercle Català de Negocis). La frustración y el odio que afloran.
2. El egoísmo estético al que le basta su propio gusto, que se aplaude a sí mismo y busca en sí mismo la piedra de toque de lo irónico o sarcástico. Así, las redes independentistas –incluido Carles Puigdemont– retuitean el mensaje de Clara Ponsatí –“De Madrid al cielo”– como una broma inocente de la exconsejera de Educación de la Generalitat. Feo. Ese es el egoísmo que aparece detrás de la bella máscara que se afanan en construir con materiales de baja calidad y alta corrosión.
3. El egoísmo moral que todo lo reduce al interés particular, a lo que resulta útil y conduce a la propia felicidad –un eudemonismo que todo lo justifica– con independencia del deber o cualquier otro criterio. Ejemplo: “Todo lo que sea avanzar, adelante. Avancemos, hagámoslo [diga lo que diga el Estado], lo que no podemos hacer es quedarnos parados” (Quim Torra, presidente de la Generalitat). Sálvese quien pueda; pero Yo, primero.
Quémate tú que ya me pongo yo
Se dirá que ello obedece a una estrategia para marcar perfil soberanista frente al Estado por la vía de la victimización. Cosa que posibilita cohesionar la fiel infantería secesionista en beneficio del integrismo de JxCat y en perjuicio de la “moderación” de ERC.
Aunque, ello pueda implicar la pérdida de activos en el sector de la ciudadanía que percibe la insolidaridad de un independentismo que banaliza y politiza la epidemia en favor de la causa. ¿Estrategia? Sí. Y algo más: son así. Y un detalle: llama la atención el silencio de la mayoría de los conmilitones de Joaquim Torra con mando en plaza. Quémate tú que ya me pondré yo.
Los frutos amargos de la hispanofobia
En cualquier caso, el rostro del independentismo catalán percibido durante la epidemia de coronavirus evidencia algunas de las características –los frutos amargos de la hispanofobia– de un secesionismo catalán que siempre encuentra un coro de medios, opinadores, artistas, científicos; palmeros, paniaguados, endiosados; oportunistas y tontos útiles de toda edad y condición.
La hispanofobia que caracteriza al independentismo catalán le conduce a la mezquindad
1. Deslealtad. La hispanofobia patológica del independentismo conduce a la deslealtad sistemática. Adiós legalidad, realidad, verdad y decencia. De ahí, que el presidente de la Generalitat –para salvar un “proceso” antidemocrático felizmente colapsado– denuncie la política sanitaria española –lo dice un condenado por “desobediencia recalcitrante”– en el Consejo Europeo, la Comisión Europea, el Comité Europeo de las Regiones y la BBC. Un brillante ejemplo de miseria política y moral.
2. Mezquindad. La hispanofobia que caracteriza al independentismo catalán le conduce a la mezquindad. Esa falta de nobleza de espíritu, esa falta de dignidad, que lleva al independentismo a frecuentar la mentira, el oportunismo, la demagogia y el populismo. De ahí, que se proclame que España no solo nos roba, sino que también nos mata.
3. Etnicismo. La preferencia por lo propio –esto es, la exclusión de lo considerado impropio– que se traduce en la construcción de una frontera étnica-identitaria-sanitaria en el combate contra el coronavirus. De ahí, el empeño en la reivindicación del confinamiento –confinar: delimitar o colindar– de Cataluña.
4. Oscurantismo. A la manera de los habitantes de la caverna de Platón, el independentismo solo advierte las formas desfiguradas de la realidad. De ahí, que una ineficiente gestión del Ministerio de Sanidad –el asunto de las mascarillas– se considere como una requisa o agravio nacional.
5. Supremacismo. Esa arrogancia, o complejo de superioridad, de quien se cree distinto –es decir, mejor– al Otro por ser quien es. Un supremacismo detrás de la cual suele encontrarse un pretencioso incompetente. De ahí, que cuando el coronavirus ya estaba en auge se dijera que las mascarillas no son recomendables ni ofrecen seguridad, que no había transmisión local en Cataluña, que no había que cerrar escuelas, que preocupaba más la gripe que el coronavirus.
6. Irresponsabilidad. A vueltas con la psicología, el independentista es un adulto inmaduro, inclinado al arrebato, que culpa al otro y se victimiza. Un comportamiento reflejo, emocional y compulsivo que obstaculiza su propio bienestar y el de los demás. De ahí, que se afirme que desplegar el ejército –¡español!– en Cataluña –¡para desinfectar infraestructuras!– es del todo innecesario y no se trata de pedir el rescate a no se sabe qué ejército.
La sanidad en cifras
El gasto sanitario de la Comunidad de Madrid representa el 35,6% de los Presupuestos de 2019. Por su parte, el gasto per cápita asciende a 1.221 euros. El gasto de la Comunidad Autónoma de Cataluña representa el 28,9% por ciento de los Presupuestos de 2019. Por su parte, el gasto per cápita asciende 1.167 euros. (Fuente: Expansión/Datosmacro).
¿Quién maltrata a quién?
Yo el Supremo
Señala Immanuel Kant que al egoísmo y la arrogancia sólo puede oponérsele el “pluralismo”. Esto es, un modo de pensar que consiste en “no considerarse ni conducirse como si uno fuera el mundo entero, sino como un simple ciudadano del mundo”. El independentismo catalán –Yo el Supremo, sacando a colación la novela del paraguayo Augusto Roa Bastos– nunca hará buenas migas con Immanuel Kant.