El ridículo de Badalona

Acción, reacción, acción. Eso es lo que busca el independentismo desde el inicio del llamado procés. Aunque es cierto –y en este medio se ha escrito en numerosas ocasiones– que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut en 2010 fue contraproducente, con la Diada de 2012 se inició un proceso que busca, con pequeñas llamaradas, que el Gobierno cometa algún error importante que beneficie al soberanismo.

Pero a esa estrategia, que sigue a pies juntillas el consejero de Exteriores, Raül Romeva, con esas cartas a la ONU sobre la supuesta persecución judicial a los políticos independentistas, se ha sumado la CUP y el movimiento de la llamada nueva izquierda con polémicas tan absurdas como las que han protagonizado en Badalona. Parece, y esa es la gran cuestión que desacredita a toda la política catalana, que lo que desea es alimentar a su contrario para llevar a la ciudad a una situación de conflictividad estéril. Y es que la CUP desea inflamar al PP de García Albiol, que ganó las elecciones, pero fue desalojado del poder por una aglomeración de fuerzas de izquierda, para poder justificar sus acciones y volver a empezar.

La CUP y esa amalgama en la que participa también Podemos e independientes, que forman Guanyem Badalona, quiere cambiar el propio lenguaje. «No se permite abrir el Ayuntamiento», aseguran sus dirigentes en Badalona, cuando lo que ha ocurrido es que en un día festivo, como el 12-0, las dependencias municipales están cerradas. Se habla con impunidad de que se ha perpetrado un ataque a la «soberanía local», y eso ya lo dice la consejera de Presidencia, Neus Munté, en un alarde de que se trata de confundirlo todo en aras del proceso soberanista.

Curiosamente, la alcaldesa de Badalona, Dolors Sabater, se encuentra de viaje en Colombia, el día en que no se quiere celebrar el descubrimiento de América, fiesta nacional de España.

La cuestión no es el 12 de octubre, que invita, de nuevo, a un debate sobre qué fiestas se deben celebrar, aunque el independentismo se confunde, y olvida que se trata de una festividad que se adoptó, primero, en los países latinoamericanos, alarmados por la influencia de Estados Unidos en el continente, aunque partiera de la ‘perversa’ España.

El problema es la enorme repercusión de todo lo que propone una pequeña formación como la CUP, alimentada por el soberanismo, que tiene el poder institucional. El problema es la búsqueda constante de la reacción, como si fuera una guerra de guerrillas –curiosamente un vocablo muy español que ha pasado a ser internacional—a modo de subversión y con la idea de que, poco a poco, se desobedecerá todo lo que viene de España.

¿A qué juega realmente la política catalana? ¿A seguir haciendo el ridículo o a un movimiento revolucionario subversivo con todas las consecuencias?