El retroprogresismo pedagógico
La educación en Cataluña cada vez está más cuestionada por las asociaciones escolares
A nadie debe sorprender que la FAPAC (Federación de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos de Cataluña), cuya “misión es reforzar y defender una educación pública de calidad, catalana, gratuita, democrática y laica” (¿alguien puede pedir más?), convoque una macroreunión urgente sobre las pruebas de tercero y sexto de primaria que el Consejo Superior del sistema educativo de la Generalitat pretende realizar entre marzo y mayo.
El objetivo no es otro que el de preguntarse si las pruebas sirven para “evaluar” o “clasificar” y si “nuestros hijos e hijas han de hacer las pruebas” o hay que convocar “movilizaciones en contra”.
Finalmente, la FAPAC impulsa una campaña contra las pruebas de evaluación diagnóstica de educación primaria, porque “son un instrumento para consolidar una educación basada en la competición que abre la puerta a su privatización y mercantilización a través de rankings entre escuelas”.
La FAPAC cree que la educación en Cataluña deriva hacia una dinámica de premio-castigo que segrega alumnos
Por lo demás, añade que las pruebas se caracterizan por el “reduccionismo flagrante que reconduce la educación hacia una deriva academicista de premio-castigo que segrega alumnos y no garantiza la igualdad de oportunidades”.
Y la FAPAC, como no podía ser de otra manera tratándose de una institución soi-disant progresista que lo sabe todo y más, “exige” un “proyecto global de evaluación educativa realizado desde un enfoque verdaderamente pedagógico e inclusivo”.
Las propuestas de la FAPAC
¿Qué propone? No quiere la fiscalización externa e invasiva del trabajo de los docentes, ni clasificaciones, ni etiquetas, ni pruebas externas estandarizadas, sino pruebas adaptadas a la realidad socio-económica de cada centro.
Por eso, por cuarta vez consecutiva, la FAPAC plantea la objeción de consciencia de los padres: “no lleven los hijos e hijas a la escuela para evitar que hagan las pruebas”.
Decía al inicio que a nadie debe sorprender la FAPAC. A fin de cuentas, el retroprogresismo dominante que azota la educación ha sido legitimado desde los tiempos de la LOGSE. Así piensan y actúan los pedagogos que nos han conducido a donde estamos.
En cualquier caso, la FAPAC tiene un par de méritos indiscutibles que no pueden pasar desapercibidos.
La pedagogía igualitarista no entiende que los alumnos son diferentes y están distintamente dotados
En primer lugar, es el fiel retrato de una pedagogía retroprogresista que promueve el igualitarismo, reglamenta de facto la promoción automática de curso, reduce los contenidos, relativiza el esfuerzo, rechaza los exámenes, huye de la competencia, relaja la disciplina…
Una pedagogía retropogresista que no quiere ser controlada. El resultado: fracaso escolar. Y que nadie otorgue la culpa a la sociedad, la televisión, la falta de ordenadores o la escasez de recursos.
¿Qué podíamos esperar de una pedagogía que –por referirme a los exámenes que nos ocupan- impide que el alumno con actitudes y aptitudes –obligado por decreto a compartir aula con quien no muestra interés en el estudio y dificulta el normal desarrollo de la actividad educativa– adquiera más conocimientos?
La FAPAC organiza «reuniones urgentes» por las pruebas de tercero y sexto. ED
En segundo lugar –constatada la mediocridad del retroprogresismo triunfante y los efectos que produce-, invita a la rectificación. De manera sucinta: contenidos, control de calidad, disciplina, esfuerzo, trabajo, exigencia, competitividad, búsqueda de la excelencia, repetición de curso cuando proceda, itinerarios y alternativas profesionales. En suma, hay que recuperar la meritocracia escolar.
Una legión de pedagogos, psicólogos, sociólogos, políticos y sindicalistas progresistas insisten y persisten en su remedio: más recursos, más formación del profesorado, más tratamiento de la diversidad, más implicación de la familia, más autonomía docente, más igualdad y más educación en valores.
No voy a negar que todo eso sea necesario y conveniente. Pero se da el caso de que esas medidas ya se han puesto en práctica y pocas cosas han cambiado, porque el origen del fracaso está en otro lugar.
Por tanto, ¿qué hay que hacer?
Archivar la filosofía igualitarista que sospecha del éxito, que se niega a seleccionar en función del rendimiento, que acaba legitimando y legalizando la mediocridad. Triste paradoja: se predica la igualdad y se instaura la desigualdad.
La pedagogía igualitarista no entiende que los alumnos son diferentes y están distintamente dotados, no entiende que los alumnos manifiestan actitudes y aptitudes diversas, no entiende que la selección es necesaria para situar a cada uno en su lugar, no entiende que la escuela democrática es la que ofrece igualdad de derechos y oportunidades sin penalizar a los más aptos o a los que muestran mejor actitud o resultados.
La pedagogía igualitarista no entiende que el aula –como la vida– no es un falansterio.