El rebrote no es culpa de los jóvenes
La estrategia del Gobierno y sus medios afines es culpabilizar a los jóvenes de la segunda oleada, sin reparar en su inepta gestión
Los jóvenes son el nuevo chivo expiatorio al que culpar de los rebrotes de coronavirus que han surgido por doquier a lo largo de las últimas semanas. Los medios de comunicación emiten mañana, tarde y noche imágenes de fiestas o discotecas en las que no se respeta la distancia de seguridad y donde, por supuesto, la existencia de mascarillas brilla por su ausencia, responsabilizando así a sus partícipes de la oleada de contagios que golpea de nuevo a España.
Pero, si bien es cierto que la edad media de los nuevos casos detectados es inferior a la registrada al comienzo de la pandemia, el volumen total de jóvenes infectados se sitúa hoy muy por debajo de la de marzo o abril, ya que entonces tan sólo se hacían pruebas PCR a quienes acudían a los centros sanitarios.
Además, por mucho que, efectivamente, haya jóvenes que, fruto de la irresponsabilidad e inconsciencia propia de su edad, no tengan reparo alguno en incumplir las normas básicas de prevención a la hora de salir con sus amigos, especialmente cuando la ingesta de alcohol empieza a surtir efecto, eso no significa que tal comportamiento esté generalizado ni que, mucho menos, sean los principales responsables del actual rebrote.
No hay duda de que los restaurantes y bares de copas son un foco de riesgo a tener muy en cuenta para tratar de frenar la pandemia, sobre todo si no aplican como es debido las mínimas medidas de seguridad, pero eso no es óbice para condenar a muerte al sector del ocio nocturno, tal y como decretó el pasado viernes el Gobierno mediante la puesta en marcha de nuevas restricciones.
Las reuniones familiares, los centros de trabajo, el transporte público e incluso las instalaciones sanitarias son fuentes de contagio mucho más relevantes que los pubs y no por ello se limitan o prohíben con igual dureza.
Lo que subyace, por tanto, en la estrategia del Gobierno y sus medios afines es culpabilizar a los jóvenes de esta segunda oleada, sin reparar en que hay muchos países en los que la vida nocturna ha recuperado buena parte de su antigua normalidad y el uso de mascarilla ni siquiera es obligatorio. Lo que diferencia a España de esos otros lugares no es la irresponsabilidad mayor o menor de sus jóvenes, sino la gestión que han llevado a cabo sus respectivos gobiernos.
Lo peor, sin duda, ha sido desconfinar sin contar con una estrategia sólida y eficaz
Así, mientras que en Portugal las televisiones se han dedicado a concienciar a su población sobre la dureza de la enfermedad, emitiendo imágenes de pacientes intubados, los telediarios en España centraban su contenido en los aplausos de los balcones y los testimonios de los ancianos recuperados, escondiendo con ello la auténtica tragedia y dolor que se sufría en los hospitales y en la intimidad de multitud de hogares.
A tal punto llegó el esperpento que, pese a los cerca de 50.000 muertos que ha dejado tras de sí este desastre, las imágenes de ataúdes y entierros fueron la excepción y no la regla. Ocultaron la cruda realidad de la pandemia a los españoles a base de subvenciones millonarias.
Si a este mensaje de solidaridad y falsa superación durante los peores meses de la crisis se añade la “nueva normalidad” posterior, en la que el presidente del Gobierno, en un nuevo ejemplo de indecencia e ineptitud, no dudó en proclamar a los cuatro vientos la derrota del virus, animando a la gente a hacer vida “normal”, el cóctel cosechado ha resultado explosivo. Muchos pensaron, en especial los jóvenes, que todo había terminado. Craso error.
Aunque lo peor, sin duda, ha sido desconfinar sin contar con una estrategia sólida y eficaz por parte del Gobierno para mantener bajo control los contagios al tiempo que se reabría la economía, tal y como están haciendo otros estados. La única vacuna que funciona a día de hoy contra el coronavirus es la realización de test masivos para detectar a los positivos, identificar sus contactos de forma rápida y eficaz y proceder a su aislamiento inmediato.
Desde hace meses, existen aplicaciones que facilitan enormemente la trazabilidad de los infectados, mientras que Israel acaba de anunciar un nuevo test de saliva, con una fiabilidad del 95% y un coste de 25 céntimos, que permitiría la monitorización diaria de toda la población, pudiendo así detectar a los contagiados en tiempo real.
No es un problema de medios, sino de voluntad y diligencia. Pero España, por desgracia, está a otra cosa… Hoy es culpa de los jóvenes, mañana vaya usted a saber.