El pujolismo dura y perdura
He aprovechado estos días para ver la enésima Comisión del Parlament de Catalunya. Ya saben esa eufemísticamente llamada «Comissió Antifrau». Vamos una forma suave, elegante y como no, políticamente correcta, que diría Jordi Pujol, de denominarla. Supongo que a los diputados les sonaría horroroso haberla llamado «comisión para saber de una puta vez si la familia Pujol son unos chorizos«. Ya saben estigmas de una época pasada donde el «no toca» o «lo escrito con corrección, políticamente claro» eran Ley y mando.
El resultado en dos palabras, que diría Belén Esteban, así nos ponemos a nivel de los parlamentarios, es «vergon-zoso». Por ejemplo ejerce un presidente, David Fernández, que ha pasado de tirar zapatillas a los comparecientes a colocar sus zapatillas en el otro lado de la cama. Esta muy bien ser el niño malo, pero sorprende cambiar la actitud según con quien se acuesta uno. Algunos les llamamos coherencia. No puedes decir, sigamos vocabulario horario infantil, que «te follas a todos para luego amarlos y abrazarlos en la intimidad con profundidad». Su conversión es rotunda. Vamos, David ha encontrado el amor.
Pero la corrección del Presidente de la Comisión enloquece cuando observamos a los parlamentarios. En ese grupo no consideramos a Meritxell Borràs. Alguien que desconocemos como puede tener la vergüenza de hacer felaciones públicas impúdicas en un lugar como el Parlamento. Para que nadie me tilde de machista, usé esa misma expresión para Mariano Rajoy hace años. Porque seamos francos ¿hay que ser considerados con una familia con claros indicios de delito?, o peor aún ¿hay que ser considerados con quién les hace reverencias?
Pero aún más. ¿Hay que permitir el choteo de la matriarca de los Pujol, la «Marteta de las flores»? o ¿hacer preguntas sin sustancia a algún hijo con más querencia a despistar el dinero y la inteligencia que al deber de país que ellos citan a diario? «Lo políticamente correcto» y «el ahora no toca» que diría Jordi Pujol se han convertido en el día a día de la comisión. Pujol, y el Pujolismo, no sólo sobreviven al escándalo, sino aún peor se han incrustado en la sociedad bajo una forma sibilina. Podemos decir, sin miedo a errar, que «el pujolismo dura y peor perdura entre nosotros».
Porque la teoría era fácil. Los diputados querían respuestas. Pero en vez de avezar preguntas inteligentes se han limitado a esforzarse en estar encantados en haberse conocido. Parecía un concurso sobre quien se había leído mas expedientes, o quién repetía más las noticias de los diarios. Una especie de subalternos de la prensa con un sueldo dorado. Y señores diputados y diputadas «su función era saber más de lo que sabíamos, y no recordar lo que simplemente sabíamos». Su función es sacar de las casillas si es necesario a los comparecientes, sin tirar zapatillas, pero siendo lo máximo de incorrectos que la Ley permite.
Sin ir más lejos, a mi me causó rubor cuando Marta Ferrusola se negó a hablar. Silencio. Los diputados simplemente humillaron su cabeza plebeya en el fango: «Pobre Marta pensaron». Aunque quizás debieron pensar en preguntar algo tan simple como: «¿qué opina que su marido tuviera una amante mientras hablaba de la unidad de la familia?», «¿o que pensaba mientras esperaba sola en casa mientras su marido yacía en la cama con otra?». Porque señores diputados interrogar es sacar lo peor de cada uno, para entender mejor el resto. Interrogar no es conversar. Es sacar información. Y con preguntas ñoñas salen respuestas ñoñas. Y si creemos que esa familia se ha comportado como lo peor de la especie humana, hay que interrogarlos con toda la dureza de la vida. No como si estuvieran invitados en su casa.
Si la familia Pujol, supuestamente, «se ha follado a toda Cataluña» no vale ahora retozar fumando un cigarro sobre sus blancas sabanas. No vale colocar sus zapatillas al otro lado de la cama. No vale señores diputados. No vale. Y sino lo entienden, quizás deberían dedicarse a otra función menos «in – púbica» para la sociedad. Si la Comisión no vale para nada es porque sus señorías han demostrado su real valor: cero. Lo máximo estar sentados, acatar ordenes, votar al ritmo de una luz o una instrucción. Seguir el ordeno y mando. Ninguno se libra. Ninguno ha seguido una estela más allá del Pujolismo de toda la vida. El «ahora no toca» o el «lo políticamente correcto».
Porque Jordi Pujol, creemos que se ha ido. Su familia creemos que se irá, seguramente de rositas, pero se irá. Eso sí su legado, su «deixa», que diría en los Juzgados, permanecerá en la sociedad catalana. Diputados con demasiados privilegios pendientes de pagar. Demasiadas señorías encantadas de haberse conocido. Demasiados personajes mediocres sin la mínima dignidad para hacer su trabajo meridianamente bien.
Sí hablamos de ustedes, diputados y diputadas de la comisión. Reiteramos, no de la Borràs. Tengan un poco de dignidad y en estos días interroguen seriamente, sin escrúpulos. Citen a amantes – no las conocidas, sino las otras de las que nadie habla-. Hagan preguntas para saber la verdad. Saquen de las casillas a los presuntos chorizos. Pregúnteles en que horario «se follaban a Cataluña y donde lo hacían». Hagan su puñetera función. Follar, ya les han follado, pero al menos ahora finjan que saben tener un orgasmo de realidad. Sino actúan así, la comisión antifraude sólo habrá sido un éxito para los Pujol. Habrá servido para reconocer que el Pujolismo no solo dura, sino que aún perdura entre nosotros.