El puente constitucional
Ya tenemos edad política para saber que la Constitución de 1978 no es el paraíso, pero mucho menos es el infierno. En la Catalunya que votó masivamente la Constitución de la concordia ahora se oyen voces que impugnan aquel consenso entre la oposición en el exilio, los reformistas del régimen franquista, los partidos nacionalistas y la oposición en el interior, la sociedad entera. Fueron previos la legalización del Partido Comunista y el restablecimiento de la Generalitat con Tarradellas.
Después hubo episodios cruciales: la disolución de UCD, la llegada del PSOE al poder para una larga estancia, los años de hierro del terrorismo, el pujolismo, Aznar, Zapatero y el retorno del PP a la Moncloa. Pasamos por un intento de golpe de Estado, ingresar en la Europa comunitaria y en la OTAN, la crisis del petróleo, el plan Ibarretxe, la práctica desaparición de ETA, la gravedad económica y ahora la coyuntura secesionista.
Hace ya 35 años que podemos conmemorar el sí masivo de la ciudadanía a la nueva Constitución. En una España históricamente aquejada por la profusión de constituciones, la de 1978 es ya la de más larga duración, la que ha aportado más estabilidad, convivencia y capacidad de crecimiento. Pero está circulando un argumento realmente excéntrico: hay que mutar la Constitución porque existe una generación que no la votó, porque estamos en un mundo digital, porque la economía se ha globalizado o porque hay un descontento constitucional en franjas manifiestas de la sociedad catalana.
Las constituciones no son intocables, ciertamente, pero a la vez son un pacto entre generaciones, entre el presente, pasado y futuro de un país. Ni la aparición del tren o del coche, ni el paso del carbón al petróleo, ni la llegada del hombre a la Luna requirieron cambios en las constituciones del mundo libre. Adaptarse a las transformaciones se hace con las leyes y con la política. Cómo para pensárselo en las horas perdidas de este puente.
Al hacerse la Constitución, el PNV pedía concesiones que –aseguraba– eran el fin inmediato de ETA. El terrorismo siguió matando, y más que antes. Por su parte CiU pedía una consideración específica y se apartaba de toda solicitud de autodeterminación. Una clave de la Constitución es el Estado autonómico, que fue bueno para todos aunque ahora algunos lo consideran disfuncional y el secesionismo lo da por agotado.
Al reclamar una reforma constitucional sería sensato tener en cuenta que cuando se comienza no se sabe cómo acabará. Y el secesionismo chocaría con la Constitución. Sería una ruptura. Desde luego, sin el puente de la Constitución de 1978, ni primero ni segundo “Estatut”, sino todo lo contrario.