El público desencanto del Cercle

No hay que decir que la del Cercle es una historia de éxito, hasta que pasó a influir, cada vez menos, luego casi nada, ahora nada. La brújula se ha desimantado.

Ante todo hay que recordar para qué nació el Cercle d’Economia. Fue nada más y nada menos que para articular la muy maltrecha sociedad civil de los años cincuenta, así como influir de modo decisivo en el rumbo del país, de modo principal a través de la ordenación de la economía española y catalana.

En el Cercle todos eran demócratas, europeístas, clarividentes, avanzados a su época, y al mismo tremendamente realistas, o sea contrarios a las utopías que a tantos catalanes han desorientando y siguen despistando. No hay que decir que la del Cercle es una historia de éxito. De rotundo éxito…

Hasta que dejó de influir. Léase bien, influir. No mandar, pero sí influir. Influir desde las ideas y las propuestas bien elaboradas. Influir mucho o bastante… hasta que pasó a influir, cada vez menos, luego casi nada, ahora nada. La brújula se ha desimantado. El que fuera un peso pesado de la sociedad civil es ya un liviano recuerdo de lo que fue. No es por culpa de sus presidentes y juntas directivas. Son las circunstancias.

¿Qué ha ocurrido? En primer lugar, que el primer Cercle era un oasis y ahora es uno más en la variopinta arboleda de think tanks que lo rodea. Arboleda que, dicho sea de paso, no constituye precisamente un sistema, algo articulado y más o menos dotado de una orientación.

El contaste entre el principio de los años cincuenta y el principio de discordia de la actualidad es elocuente. Si sus fundadores fueron destacados empresarios, a los que se incorporaron economistas de primera fila, muchos de los cuales llamados desde Madrid a reorganizar el desastre, ahora, y desde hace un tiempo, la mayoría de las juntas están formados por capitanes de empresa, o sea altos empleados y algún empresario salido de la nada (dicho sea con toda la admiración), además de profesores cuyo principal mérito extra académico es la sensatez. De burguesía, nada, muy poca, residuos.

Sobre la famosa burguesía catalana, tres breves apuntes. Uno, que es la clase que más ha contribuido al éxito económico del país en los últimos dos siglos. Sin su casi heroica burguesía no hay Cataluña. Sin su burguesía visionaria aliada a la cultura, Barcelona no sería más que Valencia, Génova o Marsella.

Dos, que es una clase efímera, formada con contadas excepciones por emprendedores cuyo padre calzaba alpargatas y cuyos nietos más afortunados han sido rentistas y los demás han reingresado en la mesocracia. Verbigracia, la dinastía más influyente, los Maragall. El padre del poeta doblado de ideólogo principal del catalanismo, y sé lo que me digo, empezó siendo un don nadie, comercial de tejidos.

Rosa Cañadas y Jaume Guardiola, rivales en las elecciones del Cercle. Imagen: Cercle d’Economia

Los hijos y los nietos del prócer, entre los cuales Pasqual, el político más querido por la clase acomodada, a trabajar para ganarse la vida como los demás.

Y tres, que sus ambiciones políticas se han visto, en las antípodas de sus iniciativas empresariales, coronados por el más rotundo de los fracasos. Cambó apoyando a Franco según el patrón inaugurado por Puig y Cadafalch que despidió con honores a Primo de Rivera tras el golpe de Estado cuya primera víctima fue el catalanismo.

Fracaso que, en circunstancias mucho menos dramáticas, se repite con el doble portazo, de Madrid a las principales reivindicaciones como el aeropuerto, y de los partidos, de todos, de todos, a sus pretensiones de resolver el conflicto mediante una salida más o menos federal.

Un Cercle sin mandato

¿Quién manda entonces en Cataluña? Nadie ni dentro ni alrededor de la plaça de Sant Jume. ¿Quién marca un rumbo, unas prioridades? Muchos, y no siempre ni en todo, y cada vez menos dispares. ¿Cuál es el resultado, la traducción en la práctica? Cero o casi. Así andamos. Sin clases dirigentes, ni desde arriba ni desde abajo. Sin nada parecido a una intelectualidad. Sin medios con mirada propia. Sin políticos capaces, no ya de tomar decisiones, sino de simplemente decir la verdad sobre la situación real en la que nos hallamos empantanados en vez de enmascararla.

Completemos la circunvalación volviendo a la pequeña pero significativa ruptura de la placidez en el Cercle. Síntoma sin duda de un malestar creciente ante una impotencia que ya no hay manera de disimular. Los políticos acuden en tropel a su reunión anual, Sitges o Barcelona. También van a Davos los líderes del mundo, pero Davos no es más que un escenario.

Concluyamos. ¿Quién manda de veras en Cataluña? Madrid. La rival que ha tomado la delantera y sigue avanzando con todo a su favor. ¿Alternativas? Ninguna a la vista. Lo que más habría que aplaudir de la candidata alternativa Rosa Cañadas, incluso más que su osadía en romper el frágil y ya inútil juguete, es su apuesta por convertir Barcelona en una capital mediterránea. Bienvenida al pequeño club de los que, también inútilmente, llevamos décadas predicando lo mismo en el mismo sordo y desértico entorno.

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