El PSOE y sus dinosaurios
El PSOE se encuentra ahora en una circunstancia crítica. Si renuncia a la posición mantenida con aparente unanimidad y firmeza hasta el penoso espectáculo de su último Comité Federal, corre el grave riesgo de una división interna sin precedentes en la ya más que centenaria historia de este partido.
Una división interna no sólo entre sus parlamentarios, dirigentes institucionales u orgánicos y sobre todo militantes, sino en el conjunto de sus todavía hoy millones de votantes. Porque el «no es no» dicho y redicho hasta la saciedad es ampliamente compartido por los votantes y los militantes socialistas, e incluso por gran parte de sus dirigentes y cargos públicos e internos.
De ahí el golpe de fuerza provocado en el pasado Comité Federal por parte de la vieja guardia del PSOE para facilitar la nueva investidura presidencial de Mariano Rajoy. Y de ahí sobre todo no ya el miedo sino el auténtico terror que esa misma vieja guardia socialista tenía, tiene y tendrá siempre a una consulta libre y democrática a sus bases, esto es al conjunto de la militancia socialista.
Como suele ocurrir muy a menudo con los liderazgos indiscutidos e indiscutibles, Felipe González no supo o no quiso organizar un proceso ordenado para su sucesión como máximo dirigente del PSOE. Es evidente que pudo hacerlo, porque su liderazgo seguía siendo aún incuestionado e incuestionable. Pero no quiso o no supo hacerlo. Optó por la cooptación y así llegó Joaquín Almunia a la secretaría general. Pero a Almunia le salió un valiente competidor interno, Josep Borrell, que le venció democráticamente en las primeras elecciones primarias que el PSOE celebró para elegir a su candidato a la Presidencia del Gobierno.
Lo que ocurrió entonces con Borrell, torpedeado por la dirección del partido con la inestimable colaboración mediática de quienes urdieron un escándalo de fraude fiscal que en nada afectaba al político catalán, fue un nuevo indicio de la resistencia numantina que la vieja guardia del PSOE iba a presentar ante cualquier posible cambio profundo en la dirección socialista.
Todo lo ocurrido desde entonces no ha sido más que una sucesión de ejemplos de esa resistencia de lo que podríamos denominar algo así como «el PSOE gatopardiano», aquel que anuncia cambios para que todo siga igual, siguiendo la frase del célebre libro de Tomasi Luigi di Lampedusa: «Si queremos que todo quede como está, necesitamos que todo cambie».
De ahí que, tras la defenestración de Borrell y la clamorosa derrota electoral de Almunia que le valió la mayoría absoluta a José María Aznar, la vieja guardia fracasó en su intento de situar a José Bono al frente del PSOE y se vio obligada a aceptar que fuese José Luis Rodríguez Zapatero quien asumiese el cargo por elección congresual.
La inesperada victoria electoral del PSOE y las dos legislaturas de ZP como presidente del Gobierno aplazaron la sucesión inconclusa de Felipe González. Pero Carme Chacón fue ‘invitada’ a retirar su candidatura en unas primarias que al fin no se celebraron y quien fue elegido entonces fue Alfredo Pérez Rubalcaba, el mismo que derrotó por muy pocos votos a Chacón en el siguiente Congreso del PSOE.
El descalabro electoral socialista –conviene recordarlo, porque ahora se quiere atribuir a Pedro Sánchez- comenzó entonces. El acceso de Sánchez al liderazgo del PSOE fue en gran parte urdido por algunos de quienes –como el mismo Rubalcaba o Susana Díaz, entre otros, que no querían a Eduardo Madina- le han obligado a dimitir cuando se atrevió a acelerar el proceso para convocar a la militancia a unas elecciones primarias y a un Congreso extraordinario y urgente, con negociaciones ya muy avanzadas tanto con Unidos Podemos y C’s como con los nacionalistas catalanes y vascos, que podían convertirle en el nuevo presidente del Gobierno.
Una curiosa y extraña coalición formada por pura y dura vieja guardia, con Felipe González a la cabeza pero también, entre otros, con Alfonso Guerra, José Luis Rodríguez Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba y Juan Carlos Rodríguez Ibarra, con añadidos que parecen contradictorios como pueden ser Carme Chacón y Eduardo Madina, más barones y baronesas territoriales tan distantes y distintos como Susana Díaz, Ximo Puig, Emiliano García Page, Javier Lambán o Guillermo Fernández Vara, de nuevo con el potente apoyo de algunos medios de comunicación privados, frustró las aspiraciones de Sánchez.
No obstante, suele ser arriesgado vender la piel del oso antes de haberlo cazado. Es más que probable que, no sin problemas, el Comité Federal del PSOE decida finalmente facilitar la nueva investidura presidencial de Mariano Rajoy. Tal vez se vea obligado a hacerlo mediante el recurso vergonzoso y vergonzante de la ausencia de once diputados socialistas. Sin embargo, más pronto que tarde el conjunto de la militancia del PSOE deberá ser consultada en unas elecciones primarias y posteriormente también en un congreso federal.
Entonces los dinosaurios socialistas seguirán allí, como el dinosaurio del célebre cuento de Augusto Monterrosso. Pero muy probablemente se encontrarán con alguna sorpresa. Como mínimo, la de que por fin habrá llegado la hora de la sucesión de Felipe González.