El PSC o cómo fracasar antes de intentarlo

La política catalana vive consigo misma. Y tan altas aspiraciones tiene, que muere con ellas mismas. Todo comenzó con la idea de reformar un Estatut, que acabó con la redacción de un nuevo Estatut, prolijo y agotador. Las lecturas interesadas de la sentencia del Estatut, por parte del Tribunal Constitucional, en 2010, provocaron que el movimiento soberanista cobrara una gran fuerza, y que marcara toda la agenda política posterior.

El PSC lo ha sufrido internamente. Como el que más. No se resigna a dejar de ser lo que fue, aunque haya quedado diezmado. Fue un partido catalanista, el más importante, sin duda, de Cataluña, más que la ahora agonizante Convergència Democràtica. Pero en sus filas siempre hubo nacionalistas, dirigentes para quienes Cataluña debe ser, en algún momento, un objeto jurídico y político propios, es decir, un estado en potencia, federado a la federación española, o asociado. Y esa semilla se mantiene, aunque ahora más por una cuestión de mercado: si un porcentaje elevado, desde el 35% al 45% de los catalanes, según los diversos sondeos y procesos electorales recientes, apuesta por la independencia, el PSC debería buscar alguna solución, se entiende.

Eso lo defiende Miquel Iceta, un político con una enorme capacidad de análisis, que tiene muy en cuenta los equilibrios internos de la política catalana. El PSC necesita ofrecer alguna salida en el terreno nacional para no quedar ya como una fuerza política marginal, o a expensas de En Comú Podem, la fuerza política que quiere consolidar Ada Colau para ejercer, precisamente, del PSC de hace unos años.

Y la paradoja es que la tiene. Iceta defiende con pasión un proyecto federal para España. Ha logrado que el PSOE la interiorice de verdad, que crea en ella. Inició ese proceso el anterior primer secretario, Pere Navarro, con la Declaración de Granada.

Pero surgen ahora dos ideas contradictorias. La primera es que, a pesar de esa apuesta federal del PSOE, no se percibe una gran voluntad. Con la investidura de Mariano Rajoy en el aire, los socialistas tendrían una enorme oportunidad de buscar objetivos conjuntos, y de arrastrar al PP hacia el camino federal, y solucionar los enormes problemas institucionales de España que quedaron a medias desde la transición.

Y uno de ellos es el encaje de Cataluña, que no precisa de una revolución, pero sí de algunos ajustes, que pasan por una reforma total del Senado, que podría completar al aire federalizante de la Constitución. Por supuesto, también otros, como la independencia de los órganos judiciales, totalmente mediatizados por los partidos políticos, como es el caso del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ).

La otra es más grave. No se entiende que un partido anuncie su fracaso, y diga que si la reforma constitucional en Cataluña no tiene éxito (pongamos que en el referéndum en toda España, en Cataluña no se aprobara) buscará un referéndum de secesión sólo en Cataluña siguiendo la vía candiense.

El PSC, con esa apuesta de Iceta, está fracasando antes de intentarlo, y eso es lo que provoca sonrojo. Pero la cosa es más complicada. Para que todo el soberanismo lo entienda, y también los socialistas seducidos por la vía canadiense, se debe recordar que la Ley de Claridad del Tribunal Supremo del Canadá llega después del referéndum de 1995. Los partidarios de la independencia del Quebec perdieron por muy poco. Ante esa tesitura, la Ley de la Claridad estableció límites para otro posible referéndum, y se refiere a la necesidad de una «mayoría clara», que no pasa por ganar por el 51% de los votos, o del 52%, como ha ocurrido en el Reino Unido con el Brexit.

La Ley de la Claridad, por tanto, no avala una vía hacia la independencia, sino que esclarece cómo llegar a acuerdos para realizar otra consulta, siempre que se agoten todos los pactos anteriores para un mejor encaje, en este caso, del Quebec en la federación del Canadá.

Por ello, el PSOE no entiende nada. Tampoco ha puesto mucho interés en los últimos años, pero ahora consideraba que en Cataluña el PSC había llegado a un cierta coherencia interna.

Lo más absurdo, porque se da alas a los que desean que esa reforma constitucional sea realmente un fracaso, es anunciar ya que no tendrás ningún éxito, que todo lo que haces no servirá para nada, y que ya tienes un plan B.

En ese caso, los adversarios te pedirán que pongas en práctica desde ahora mismo ese plan B. ¿O no?

Otra cosa es, y en eso piensa Iceta, que el PSOE se ponga las pilas de verdad, y no sea necesario ningún plan a la canadiense. En sus manos está, ¿Sí, señora Susana Díaz?