El problema de Enric Millo en Cataluña
Agarrado a la brocha y sin la escalera. Eso le puede ocurrir a Enric Millo, el delegado del Gobierno en Cataluña. Un político con experiencia, que conoce bien la sociología del catalán medio, que ha urdido mil batallas como dirigente de Unió Democràtica, y del PP catalán después, puede ser víctima de las divisiones en su partido, que no tiene nada claro qué debe hacer frente al movimiento independentista en Cataluña.
Lo que ocurrió este lunes es duro para Millo, pero tampoco depende de él. Si el domingo se descolgaba al anunciar que existía un contacto entre el gobierno catalán y el gobierno central, con conversaciones privadas, el hombre fuerte del PP catalán, que será consagrado el próximo mes como presidente, Xavier García-Albiol, le afeaba su actitud y aseguraba con rotundidad que no ha habido ninguna reunión «secreta», y que el Gobierno no trabaja en ninguna propuesta alternativa para lograr que el Ejecutivo catalán retire su proyecto del referéndum. «Si alguien tiene en su cabeza que el Gobierno pueda sentarse a presentar una oferta alternativa para que la Generalitat reitre el referéndum (…) puede tener absoluto y rotundo convencimiento de que jamás se producirá».
¿Qué quiere decir? García-Albiol tiene el respaldo de la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, que acaba de ser reelegida. Enric Millo, en cambio, es una apuesta personal de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Y, mientras, Mariano Rajoy mantiene el discurso de que no habrá nada nuevo que no pase por mejoras en el campo de las infraestructuras y en la financiación autonómica, aunque éstas tampoco se producen.
Ante eso, las visitas de Soraya Sáenz de Santamaría se limitan, por ahora, a escuchar y a buscar una cierta complicidad. Poco más. Ahora mismo el Gobierno no quiere dar ningún paso, a no ser que se vaya complicando la situación en los próximos meses.
El problema central es que el PP también escucha lo que ocurre en determinados círculos políticos, sociales y empresariales de Madrid. Y el tono, en las últimas semanas, ha subido. No se esconde que se pueda suspender la autonomía. Y se culpa a la «burguesía catalana» de no haber hecho nada por impedir que el independentismo haya alcanzado un gran apoyo en la sociedad catalana.
Lo dijo una periodista veterana, Victoria Prego, invitada en el Círculo Ecuestre en Barcelona el pasado 2 de febrero. Los asistentes querían aplaudir a Prego, testigo de la política española desde la transición, pero no pudieron. El varapalo fue directo, dirigido a los asistentes, que, en su gran mayoría, son contrarios al proceso soberanista. Pero la idea de que todo ha sido culpa de la burguesía, de la sociedad catalana que no ha querido ver cómo el nacionalismo iba tomando posiciones hasta escalar hacia el independentismo, se consideró excesiva.
Y esa posición forma parte del debate interno en el PP. ¿Se busca una negociación, o se mantiene una posición dura y se despliega el paraguas? ¿Debe seguir García-Albiol, con un lenguaje firme, sin ninguna cintura, o se debe transitar por el camino que marca la propia personalidad de Millo? Existe la creencia de que cualquier relación con el nacionalismo catalán entrará, por fuerza, en lo que se ha pasado a conocer como «estrategia del contentamiento». Y que debe haber un día en el que se diga basta. ¿Pero qué consecuencias puede tener ese ‘basta’?
Es, justamente, lo que está calibrando el Gobierno del PP. Y que afecta directamente a Enric Millo. Pero en los próximos meses la cuerda se irá tensando, aunque una parte del PP siga pensando que el inicio del juicio del Palau de la Música será determinante, porque afecta al actual PDECat y a Artur Mas, que quiere volver por la puerta grande.
No es ya un problema de Cataluña, y de la sociedad catalana, es una cuestión política de enorme dimensión, que afecta a toda España. Esta vez, Mariano Rajoy deberá tomar una decisión, que, a grandes trazos, supone inclinarse, con todas las consecuencias, por Cospedal o por Sáenz de Santamaría, que, aunque con la ley en la mano, quiere establecer complicidades y acuerdos.