El Príncipe de Maquiavelo y el liderazgo de Pedro Sánchez
La figura de Maquiavelo solo es posible en la medida que este atesora el liderazgo. ¿Existe en España este liderazgo?
Una pregunta para los tiempos convulsos en que vivimos: ¿cómo actuaría hoy el Príncipe de Maquiavelo? Actuar correctamente es hacerlo ordenadamente. Idea que nos remite a la virtù de Maquiavelo y el método de Descartes.
Para Maquiavelo, el obrar correctamente equivale a la práctica de la virtù que el buen gobernante debe poseer para hacer frente a los problemas de una época –la suya– que, por cierto, se caracterizaba por el conflicto y la transición histórica.
La virtù o la sensatez, la prudencia, el coraje, la ambición y el liderazgo. Una virtù que implica, a veces, actuar con “pocos miramientos” para evitar determinados “vicios” y “canalizar los desórdenes”.
La virtù del Príncipe
De eso se trata, de recurrir al maquiavelismo –con dosis de cartesianismo metódico– para combatir la crisis sanitaria propiciada por el coronavirus. En definitiva, la virtù –la sensatez, el coraje y la ambición sin miramientos– frente a la improvisación, la precipitación, el oportunismo o el electoralismo.
¿Cómo actuaría hoy el Príncipe de Maquiavelo frente al coronavirus?
1. No iría a rebufo de los acontecimientos, sino que se anticiparía sin complejos a los mismos.
2. No se escudaría en los asesores de comunicación, ni en los intereses inmediatos de su partido, ni en las exigencias de sus socios de gobierno, ni en la presión de determinados movimientos sociales y medios de comunicación, ni en el estado de la opinión pública, para tomar unas decisiones de las cuales asumiría por entero toda la responsabilidad.
3. Antes de tomar las decisiones –una responsabilidad inexcusable– tendría en cuenta las opiniones de los científicos, aun sabiendo la falta de consenso en un mundo científico que se mueve entre conjeturas y refutaciones.
4. Tomaría la iniciativa y las decisiones, no por defecto, sino por exceso. Para que nadie –a posteriori, después de amagar con una u otra alternativa– se sintiera engañado y manipulado y le reprochara el “¿por qué no lo hiciste antes si sabías que eso acabaría ocurriendo?”.
Sánchez ha ido a remolque de los acontecimientos
5. No dudaría en utilizar todos los medios a su alcance –los poderes ordinarios, extraordinarios y especiales que brinda la legalidad: Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana, Ley Orgánica de Medidas Especiales en Materia de Salud Pública o el estado de alarma constitucionalmente previsto– para implementar las medidas que, según su parecer, fueran necesarias para hacer frente a la crisis sanitaria.
6. Asumiría –mando único: el virus no entiende de fronteras ni de unos privilegios autonómicos o cantonalistas que son egoístas e insolidarios por naturaleza– la dirección, ejecución y coordinación nacional de las decisiones tomadas por estrictas razones de racionalidad, equidad y eficacia.
7. Apelaría a la colaboración ciudadana y a un individualismo –propio del ser humano– que sabe que la mejor manera de cuidar de sí mismo consiste, a veces, en alejarse temporalmente de sus iguales.
8. No buscaría sacar provecho político de las decisiones tomadas, porque es lo suficientemente inteligente para comprender que la ciudadanía, en situaciones críticas, percibe el oportunismo político y lo castiga severamente.
No dejes nada al azar
Hecho lo cual, nuestro Príncipe, después de valorar el resultado de sus decisiones, reflexionaría, a la manera cartesiana –por si hubiera que matizar o corregir el rumbo: la duda como fundamento–, sobre determinadas cuestiones como la división del problema en partes, el tránsito de lo simple a lo complejo o el tratamiento específico de algunos parámetros relevantes.
Cosa que haría teniendo en cuenta la respuesta que Descartes dio a una pregunta de Isabel de Bohemia sobre El Príncipe –el original publicado en 1532– de Maquiavelo: “Hay que colocarse fuera del imperio de la fortuna”. Esa es la divisa de nuestro Príncipe: no dejes nada al azar.
El liderazgo
No conviene olvidar lo siguiente: la figura del Príncipe solo es posible en la medida que este atesora el liderazgo. Es decir, en la medida que resulta creíble y, en consecuencia, es capaz de convencer y “arrastrar” a los ciudadanos y a las autoridades autonómicas y locales. ¿Existe en España este liderazgo?
Hay indicios para pensar que Pedro Sánchez –desaparecido durante algún tiempo– ha ido a remolque de los acontecimientos y ha tomado tardíamente y tímidamente algunas decisiones. Pero, finalmente, las decisiones están ahí. Veremos qué llegará –hay que dar un margen de confianza al presidente del Gobierno– a partir de ahí.
¿Alcanzará Sánchez un liderazgo sin “miramientos” ni “vicios”? ¿Superará la división interna de un gobierno de coalición que cuestiona su liderazgo? ¿Cómo repercutirá en su liderazgo la falta de un programa económico contundente para hacer frente a los efectos de la epidemia?
Sánchez tiene la responsabilidad de combatir eficientemente la grave crisis sanitaria que padecemos
¿Cómo afectará –corto o medio plazo– en su liderazgo la figura emergente de una Isabel Díaz Ayuso que ha tomado la iniciativa? ¿Sabrá aprovechar Sánchez la máxima que dice que en tiempos de guerra no se discuten las órdenes del general? ¿Surgirá una suerte de liderazgo colectivo difuso –la calle– que opacará cualquier liderazgo político?
En cualquier caso, Sánchez tiene la responsabilidad –en buena medida, la responsabilidad también es nuestra– de combatir eficientemente la grave crisis sanitaria que padecemos.
Sánchez –ahí también está el liderazgo–, ¿conseguirá sacar lo mejor de una ciudadanía que lucha –todos juntos– para sobrevivir a las sacudidas de la historia y los vaivenes de la existencia?