El precio de la hispanofobia
La hispanofobia de esta élite tiene un precio que pagamos todos los catalanes en forma de reputación decreciente
El president Pere Aragonès pasó sin pena ni gloria por Hispanoamérica. Su agenda acabó siendo más parecida a la de un crucerista que a la de aquellos presidentes de la Generalitat que se reunían con grandes líderes políticos en activo. La carta de presentación no era la mejor: el joven Aragonès había sido uno de los promotores de la campaña insolidaria “Espanya ens roba” y, como presidente, se ha caracterizado por marginar ilegalmente la lengua de aquellas personas con las que aspiraba a reunirse.
Tampoco le habrá ayudado que la imputada por desobediencia y consejera de Acción Exterior, Meritxell Serret, fuera gritando a los cuatro vientos que “el conflicto político en Cataluña está más vivo que nunca”. Así, a nadie debería haber sorprendido que el tour latino resultara un estrepitoso fracaso.
Aragonès buscaba fotos impactantes y encontró puertas cerradas. El balance: 9 días, 4 países, algún momento grotesco y ningún beneficio para los catalanes. Abrirá una nueva delegación (embajada fake) en Buenos Aires, pero no ha logrado ninguna inversión para Cataluña.
Gira hispanoamericana
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, le anuló el encuentro cuando ya llevaba horas esperando en el palacio presidencial. Al menos el president catalán ya había conseguido colarle la nacionalización de su amigo, reconocido “conseguidor” y exmiembro del grupo terrorista Terra Lliure, Xavier Vendrell. Macabro regalo con lacito amarillo. También tenía previsto un encuentro con la vicepresidenta de Uruguay, Beatriz Argimón, pero finalmente no se produjo. El eufemístico “problemas de agenda” fue una constante. Tampoco el presidente chileno Gabriel Boric, cuyo bisabuelo era catalán, quiso recibir a Aragonès.
La realidad es que los discursos de odio no son bien aceptados por la comunidad internacional. Ningún político razonable quiere generar problemas con una democracia europea como la española y, lamentablemente, esa es la única oferta del actual president de la Generalitat. Ya puede aumentar el gasto en viajes y autobombo hasta cifras récord que, de seguir en esa línea política, su impacto será cada vez menor en la agenda de otros países. Nunca la Generalitat había gastado tanto en acción exterior y nunca su presidente había sido tan irrelevante.
En los presupuestos de la Generalitat de Cataluña aprobados con el voto del PSC, se incrementan los recursos públicos destinados a acción exterior hasta alcanzar los 108 millones de euros. Los diputados socialistas siempre pagan la fiesta de unos pocos con el dinero de todos, pero esta vez es la fiesta de los hispanófobos. De hecho, sin contar a los diputados de Esquerra Republicana, la única persona que ha elogiado con fervor la estrafalaria expedición ha sido el líder del PSC, Salvador Illa.
La hispanofobia de esta élite tiene un precio que pagamos todos los catalanes
Aragonès ya hizo el ridículo en la cumbre hispano-francesa, al salir corriendo cuando iban a sonar los himnos de Francia y España, y ha hecho el ridículo en su gira hispanoamericana. Desde JxCat se frotan las manos y se ríen sin disimulo, pero más allá de algunos emisarios de Vladímir Putin, tampoco es que Carles Puigdemont tuviera una agenda internacional estelar. Y ya no digamos Quim Torra.
La hispanofobia de esta élite tiene un precio que pagamos todos los catalanes en forma de reputación decreciente. Desde 2012, año del inicio del procés, la imagen de Cataluña se ha asociado a la idea de conflicto. Esa era la misión de organismos públicos como Diplocat y de toda la acción exterior de la Generalitat.
Para desgracia de los catalanes, lo consiguieron. Barcelona era la principal marca catalana, asociada al espíritu olímpico y a valores como la modernidad, la vanguardia, el mestizaje, la libertad o la seguridad. Con la desidia o la complicidad de la izquierda, y con una acción premeditada y potente del nacionalismo, han conseguido invertir todos esos valores. Han manchado la imagen de Barcelona y han logrado que, cuando el mundo mira a Cataluña, solo vea motivos que espantarían a cualquier inversor.