El PP de Rajoy va y viene
El Partido Popular necesitará algo más que un picnic sabatino para argumentar la reversión de la iniciativa secesionista en Catalunya. Una notable carga de fondo ha sido la propuesta de Cristóbal Montoro para reformular las balanzas fiscales. Es una propuesta que –guste más o menos- tiene racionalidad.
Sobre las balanzas fiscales están en desacuerdo los economistas y mucho más cuando los prejuicios se usan como fuerza aérea robotizada, del mismo modo que sobre el significado de 1714 no se ponen de acuerdo ni los historiadores.
La respuesta de Artur Mas al lanzamiento de tropas especiales del PP en paracaídas ha querido ser ingeniosa: si el PP tiembla y gruñe es –ha dicho- porque sabe que, en el fondo, la consulta se llevará a cabo y con resultado afirmativo. Es una réplica, como mínimo, de política ficción porque el consenso sobre la impracticabilidad del referéndum tiene por ahora una dimensión casi universal. Buena parte de los miembros del ejecutivo de Artur Mas reconocen en voz baja que la consulta no se hará, y que además es imposible.
La escenificación ocasional de una reflexión participativa del PP sobre el momento catalán es insuficiente para sedimentar un argumentario no independentista. Hay un vacío estratégico en el PP de Catalunya que difícilmente puede ser suplido en los despachos de la calle Génova. En realidad, el rompecabezas de la estrategia territorial del PP está incompleto. Una cosa fue la logística del desembarco de Normandía y otra el ir y venir de ministros a Barcelona. Con todo, la claridad en la intervención de Mariano Rajoy marca un nuevo tempo.
Pero sería ilusorio suponer, y más por parte de un político realista como Rajoy, que con un discurso se desarma toda la ofensiva secesionista. De hecho, ni el más efectivo y convincente de los discursos trastocaría la opinión de quienes dan por hecho que “España nos roba” o que “no nos dejan votar”. Ni tan siquiera van a contrarrestarse los estados de opinión más moderados con una capacidad de razonar la reconversión de las balanzas fiscales. La polarización sigue su curso. Los estados de opinión son un largo proceso, con ramificaciones emotivas o de intereses que no siempre coinciden con una razonable concepción del bien común.
Tras una crisis económica de infarto, la crisis catalana añade un plus de inestabilidad al panorama de España. Visualizar formas de entendimiento que no representen una cesión es una empresa con graves dificultades. No hay otra vía que la constitucional a la vez que el traqueteo por el que pasa la sociedad catalana se ve incrementado por políticas anacrónicas del todo o nada, por la mítica exigencia de máximos.
Perdura la vieja política en el PPC y no se advierten nuevas formas, nuevos rostros, nuevos argumentos, nuevas calidades. Para suplirlo, Rajoy tiene que empaquetar los bocadillos y llegar a Barcelona en horas punta del AVE, a sabiendas de que la maquinaria política de destino puede estar averiada y de que la erupción nacionalista no solo se neutraliza con discursos.