El Gobierno de Rajoy destinará (a fecha de hoy 27 de mayo 2012) 23.500 millones de euros al rescate de Bankia (unión de 7 cajas de ahorros, entre ellas Caixa Laietana). Ante el escándalo que supone que el rescate de un banco privado nos cueste 1.280 euros por contribuyente, algunos me preguntáis indignados, por qué tenemos que utilizar dinero público para salvar un banco privado. Trataré de explicar qué efectos produciría que el estado no aportara este dinero:
1.ª El efecto legal. El Estado garantiza hasta 100.000 euros por titular y entidad, a trabas del Fondo de Garantía de Depósitos. Teniendo en cuenta que los depósitos a Bankia suman un total de 156.000 millones de euros (es la cuarta entidad española, según datos del 3r trimestre de 2011), y que la media del importe del ahorro por español era inferior a 70.000 euros (en 2005) el Estado tendría que pagar una gran cantidad de estos 156.000 millones. Por lo tanto las pérdidas serían mucho más grandes.
2.ª El efecto pobreza. Haciendo un cálculo aproximado, los depositarios afectados por la quiebra de Bankia podrían llegar fácilmente a los 2,5 millones de personas, es decir un 5% de la población española. Que en una de cada cinco familias de España, uno de sus miembros perdiera una parte importante de los ahorros de toda una vida, podría tener unos efectos importantes sobre la economía del país entero. Psicológicamente ellos y sus familias sufrirían un total descalabro.
3.a El efecto contagio. Que una cantidad tan grande de personas, de las cuales un 50% podría ser de Madrid (un 52% de Bankia pertenece a Caja Madrid) hubiera perdido los ahorros de toda una vida, no pasaría desapercibido al resto de la sociedad. Los damnificados no pararían de protestar y manifestarse porque, entre otros cosas, ya no tienen nada a perder. Este descalabro crearía otro efecto psicológico de desazón en todos los ahorradores del país que al menor indicio de debilidad por parte de una segunda entidad bancaria, empezarían a sacar los depósitos.
4.º El efecto cadena. Una vez se desata la histeria colectiva ya no hay quién la pare (cómo ya pasó con el boom inmobiliario). Cuando muchos depositarios empiezan a sacar dinero, la entidad se queda sin liquidez, puesto que la mayoría de sus fondos no los tiene en efectivo, sino en forma de préstamos que ha hecho a otros clientes, a los cuales no puede pedir que vuelvan el capital de un día para el otro. Esta segunda entidad iría a la quiebra, y otro vez el Estado tendría que garantizar los depósitos y las inversiones hasta 100.000 euros por titular.
5.º El efecto corralito. Cuando los ahorradores, por miedo a perder su dinero, quisieran retirarlo de otras entidades, se produciría un colapso del sistema. La gente se daría cuenta que los números de su cuenta corriente no están garantizados con dinero en metálico y querrían obtener el suyo «por si acaso». Los bancos no tendrían suficiente dinero y habría que poner límite a las cantidades que alguien puede sacar en efectivo cada día: El país sufiría un corralito.
6.º El efecto carece de crédito. El sistema económico del Estado sufriría un auténtico descalabro. Si el dinero de los ahorradores se queda bajo una baldosa y no fluye hacia las empresas, ni hacia los consumidores que quieren comprar una casa, una nevera o un coche, la caída del consumo se precipitaría a niveles insospechados. Por otro lado, ningún inversor extranjero nos dejaría ni un euro, fuera el tipo de interés que fuera.
7.º El efecto déficit público. Nuestra credibilidad como país quedaría hundida. La prima de riesgo sería infinita, porque no habría ningún mercado que aceptara nuestra deuda pública. El déficit público no se podría seguir financiando y el Estado no podría pagar un 15% de sus nóminas.
Lo único que puede no desatar esta nefasta cadena es la confianza. Una confianza que el nuevo Gobierno de Rajoy tenía que infundir a los mercados y que ya hemos visto que no ha podido o no ha sabido hacer.
Puesto que no dan confianza, al menos, el que podrían es ofrecer esperanza. Ojalá.