El peligro del totalismo soberanista
En Cataluña hay cosas que una parte de la sociedad ha considerado que son ‘normales’. Forman parte de los nuevos tiempos. Se trata de una «evolución», constatan, de los catalanes que ya han superado los miedos de la transición y que apuestan, sin tapujos, por un estado independiente.
Y no hay nada que objetar a ello. Es evidente que las cosas cambian, y que los apoyos políticos son dinámicos. Pero otra cosa es mezclarlo siempre todo para poder ensalzar un determinado ideario político, sin pensar en la pluralidad de la sociedad catalana, y sin respetar actos que están pensados para trascender esas diferencias, para aunar esfuerzos por cuestiones tan importantes como la propia democracia.
Fueron corresponsables de ello todo el Govern de la Generalitat, con el presidente Carles Puigdemont al frente. Se dirá que era del todo lógico, pero muchos de los presentes comenzaron a sentir un dolor de estómago evidente, y el propio director del Memorial Democrático, un señor culto, educado y de una gran sensibilidad, como Plàcid Garcia-Planas, que ideó el acto, sintió que algo había fallado.
¿De qué hablamos? Para recordar el 80 aniversario del estallido de la Guerra Civil, el 18 de julio de 1936, el Memorial Democrático organizó ese mismo día –la pasada semana– un acto en el Palau de la Música de una gran significación. Se trataba de evocar el último concierto de Pau Casals, que, en realidad, fue un ensayo. Con el título de El último ensayo, se revivió la actuación de Casals en el mismo Palau de la Música con su orquesta y el Orfeó Gracienc.
Interpretaban, sin público, el último movimiento de la Novena de Beethoven. En Barcelona, en ese momento, se levantaban las barricadas, ante el inicio de la Guerra Civil. Se trataba de un ensayo para el concierto de apertura de las Olimpiadas Populares que estaba prevista para el día siguiente, un evento deportivo que se había organizado para hacer frente a los Juegos Olímpicos de Hitler en Berlín. La apertura de las Olimpiadas Populares se iba a realizar en el Teatre Grec de Montjuïc.
Y sí, Pau Casals, avisado de que en cualquier momento se esperaba el alzamiento en Barcelona, decide continuar el ensayo. «En voz alta leí el mensaje a la orquesta y al coro y dije: Queridos amigos, no sé cuándo volveremos a estar juntos de nuevo. Como un adiós de cada uno a los demás, ¿podemos tocar el final? Y contestaron: ¡Sí, toquemos el final! La orquesta tocó y el coro cantó como nunca lo había hecho. Las lágrimas no me dejaban ver las notas. Me despedía de mis amigos, era como mi familia», se explica en las biografías de Casals, de Albert G.Khan y Josep M. Corredor, como ha narrado Elianne Ros en La Vanguardia.
El acto, por tanto, fue emotivo, trascendente, cargado de significado, de unos músicos que se despedían ante una guerra que sería una catástrofe para todos.
La sorpresa para muchos de los presentes es que todo acabó, en el Palau de la Música, con cánticos y aplausos a favor de la independencia. La proclama la gritaron parte del público y las propias autoridades, sin ningún tipo de pudor por parte del mismo Carles Puigdemont.
¿Por qué? ¿A qué venia? ¿O no estaba en aquel momento en peligro la democracia, y, por tanto, 80 años después, se podía aplaudir por esa democracia recuperada?
Nadie pone en duda el catalanismo y el compromiso de Pau Casals con Cataluña. Pero lo que no puede ser es que cada acto, cada importante acontecimiento para rememorar el pasado de la sociedad catalana –con todas sus contradicciones, con todas sus imperfecciones– acabe con proclamas independentistas.
El señor Puigdemont es el presidente de todos. Y el acto sobre el último ensayo de Pau Casals quería evocar el final de la democracia, y el estallido de una guerra civil que perjudicó a todos los españoles, catalanes incluidos.
Porque si ve todo eso ‘normal’ se acabará considerando que el soberanismo tienen en su seno una ambición totalista.