El peligro del «populismo anticientífico»

La ola de los populismos que recorre occidente desde hace tiempo encuentra ahora un nuevo miembro en el populismo anticientífico, que comienza ya a emerger en la emergencia vírica.

Una ola de populismo se extiende por el mundo. Por populismo entiendo aquellos postulados simples basados en la emoción y el idealismo que ofrecen atajos infalibles a la solución de problemas sociales complejos. En nuestra época, se derivan sobre todo de la frustración de las expectativas[1] de progreso de la ciudadanía en un mundo globalizado. Son propuestas que no acuden a la razón, ni a la ciencia, ni siquiera a ese Big Data[2] tan de moda. Son puras corazonadas a las que tanto las derechas como las izquierdas se acogen. Las primeras activan el «anti darwinismo (en EEUU), el nacionalismo, la demonización de la inmigración o la vuelta a los valores religiosos y tradicionales. Las segundas no son más innovadoras: sacan las viejas recetas social-comunistas del armario y promueven el fin del capitalismo en un mundo más sencillo, viable gracias al reparto de lo que poseen los ricos.

Las barbaridades anticientíficas encuentran una sociedad debilitada por su sumisión a las corrientes populistas y por la ignorancia de los rudimentos del método científico a todos los niveles, incluida la universidad. Los dogmas de fe de lo políticamente correcto no encuentran ahí la oposición resuelta que deberían

Pero existen otros tipos de populismos igualmente desdeñosos de la evidencia y de la «falsación», que parecen menos políticos y más filosóficos, básicamente explotados por una izquierda que suele subvencionarlos, pero con una importante transversalidad. Uno de ellos es el populismo anticientífico que se caracteriza por el miedo irracional a determinados productos químicos, a los transgénicos, a las vacunas o a la energía nuclear. También arrasa el populismo de «género», con múltiples derivadas y gran capacidad de movilización. Calificamos estos populismos de «políticamente correctos», y son muy dominantes (mainstream en la jerga) pues se han hecho fuertes en las universidades, gran parte de los medios de comunicación, ONGs e instituciones supra nacionales. Aunque suelen subsistir de fondos directos de los impuestos de los ciudadanos, su influencia y su capacidad de mover sentimientos es tan grande que últimamente también vemos su impronta en grandes empresas, en la banca y distintas corporaciones. Tal vez porque ya son pasto de estas corrientes de opinión mayoritarias o porque sus gabinetes de comunicación están compuestos de profesionales formados en universidades y escuelas de post grado plenamente en la onda.

Todo esto ya estaba presente antes de la era del Covid. Y de una manera más generalizada de la que yo misma imaginaba pues descubrí que ni siquiera el Parlamento Europeo, donde fui diputada durante casi cuatro años, era inmune a estos tipos de populismo. Vi desfilar informes donde se daba por respetable la homeopatía o se animaba a dar enfoques «holísticos» a proyectos diversos sin otro ánimo que diluir el peso de la autoridad científica en ellos. Muchas veces se aceptaba como argumento de peso que determinada propuesta hubiera sido votada en referéndum (otra receta mágica, epítome del populismo) por una ciudadanía lega en el asunto, poniéndolo en pie de igualdad con una opinión emitida por una agencia europea formada por expertos.

La crisis de coronavirus nos ha dado una bofetada de realidad, pues cuando nos enfrentamos a la enfermedad y la muerte solemos acudir mayoritariamente a la medicina científica (ni siquiera en China han creado hospitales de campaña basados en la acupuntura o la homeopatía). Pero la tentación siempre está aquí, y el populismo anticientífico sólo espera su momento para desatarse. Existen soberbios que se creen en posesión de una lucidez especial porque ostentan una cátedra, una tribuna o son un personaje famoso. Hemos visto manifestaciones grotescas por parte de influencers o mediáticos como los cantantes Miguel Bosé y Enrique Bunbury. La ignorancia de la ciencia se ha mostrado en su crudeza cuando se han unido el discurso «alternativo» de la izquierda y el «curil» de la derecha. Thomas Cowan, un médico antropósofo, se ha hecho viral asegurando que cada pandemia ocurrida se corresponde con un «salto cuántico» en la «electrificación» de la Tierra. Por su parte, el presidente de la Universidad Católica de Murcia, José Luis Mendoza, especula públicamente con que «Quieren controlarnos, cuanto se encuentre la vacuna, con un chip sacado de uno de nosotros»

Todas estas barbaridades encuentran una sociedad debilitada por su sumisión a las corrientes populistas y por la ignorancia de los rudimentos del método científico a todos los niveles, incluida la universidad. Vemos como los dogmas de fe de lo políticamente correcto no encuentran ahí la oposición resuelta que deberían pues acallan opiniones discrepantes con el argumento de que resultan ofensivas. Es comprensible que el discurso del odio se penalice cuando causa daños directos serios, pero no se puede censurar una prédica por ser molesta o embarazosa. Es verdad que ciertas soflamas pueden contribuir a la discriminación, pero, como asegura Nadine Strossen,[3] no existe evidencia de que censurándolas se desactive.

En este clima no es de extrañar el escaso debate sobre la base científica de los dogmas del «mainstream». No sólo de los relativos a la ciencia y la tecnología (transgénicos, soluciones razonables al cambio climático, energía nuclear), sino tampoco de los que se beneficiarían muy positivamente de la mirada de la biología evolutiva o de la antropología («género», «heteropatriarcado, «identidad»).

La mayoría de los políticos evitan los temas controvertidos como al agua hirviendo. Y, lo que es peor, a veces los científicos son reclutados por políticos que los acaban convirtiendo en sus portavoces[4]. Este es uno de los mayores peligros a los que nos enfrentamos, pues lamina la confianza en la ciencia en general. Una vacuna triunfadora nos daría un respiro por un tiempo y reforzaría esa confianza. Pero podría suceder que tardase o no llegara, y deberíamos redoblar esfuerzos en una batalla cultural decididamente firme. Pues, parafraseando a este grande que fue Carl Sagan[5], la razón y la ciencia son una llama en una oscuridad siempre lista para devorarnos.


[1] https://nationalpost.com/opinion/peter-turchin-how-elite-overproduction-and-lawyer-glut-could-ruin-the-u-s

[2] https://elcultural.com/tag/todo-el-mundo-miente

[3] https://www.mprnews.org/story/2018/08/22/nadine-strossen-resist-hate-with-free-speech

[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_Sim%C3%B3n

[5] https://www.casadellibro.com/libro-el-mundo-y-sus-demonios-la-ciencia-como-una-luz-en-la-oscuridad/9788408058199/1021486