El PDECat busca a su Landelino Lavilla
Desorientación total. Una prueba de ello, la enésima, fue el encuentro entre el vicepresidente del Govern, Oriol Junqueras, y la vicepresidenta del Gobierno español, Soraya Sáenz de Santamaría. El PDECat mostró su irritación por el anuncio de Junqueras justo antes de iniciar el Consell Executiu de cada semana. Pero los republicanos sostienen que la reunión se quería llevar con total discreción, y que fue Carles Puigdemont quien la filtró. El hecho es que el PDECat es un manojo de nervios, porque asiste al protagonismo calculado de Junqueras, que sabe que ha llegado el momento histórico de los republicanos para gobernar por primera vez, desde los años treinta, la Generalitat de Cataluña.
Los errores han sido numerosos. El gran protagonista durante los últimos años ha sido Artur Mas, que verbalizó los defectos de su propia gestión. «Mi misión es acompañar», aseguró, en alusión al movimiento independentista, en lugar de liderar un proyecto político claro, al margen de las emociones de una parte de la sociedad catalana.
Pero ahora todo eso ya no cuenta. El PDECat debe asumir su actual situación, y, tras la constatación de que Puigdemont no quiere ser candidato –en unas elecciones al Parlamet, que es lo que acabará pasando, dejando de lado un referéndum imposible– el partido busca ya a su Landelino Lavilla, (Lleida, 1934).
¿A quién? Landelino Lavilla era el presidente del Gongreso cuando se produjo el golpe del 23F, en 1981. Fue un dirigente fiel a Adolfo Suárez, dentro de la UCD, hasta que se distanció, como buena parte del partido, del primer presidente democrático de España. Su papel crucial, el que nos sirve para buscar esos paralelismos, llegó en las elecciones de 1982.
Fue el candidato de la UCD, tras la salida de Suárez, y tuvo que asumir la derrota sin paliativos. La amalgama de tendencias y familias políticas que había sido la UCD se hundió al pasar de 168 diputados a sólo 11. Lavilla y otro dirigente, Juan Antonio Ortega, secretario general de UCD, dimitieron tras la derrota. Lo hizo también la ejecutiva, se nombró a una gestora, y el partido se disolvió en febrero de 1983. Fin de la historia, aunque el centrismo siguiera unos años más con Adolfo Suárez y su nuevo instrumento, el CDS.
El PDECat busca ahora a su nuevo candidato, a alguien que asuma la derrota frente a Esquerra Republicana, y quien, si no hay reacción sobre la naturaleza política del partido –¿qué defiende exactamente?– lo acabe enterrando.
Antes, sin embargo, el Landelino Lavilla del PDECat deberá servir para restarle algo de apoyo a Esquerra Republicana. Será importante como último servicio para el Gobierno central, que pide a gritos a alguien en el otro lado, y que no dependa de fuerzas como la CUP, pero que tampoco quiere que lo sea un Junqueras con un poder excesivo.
Ese puede ser el destino final de Convergència, el partido que fundara Jordi Pujol, y de la coalición CiU, que gobernó Cataluña en un primer periodo fundamental, entre 1980 y 2003.
Landelino Lavilla, tras el fracaso electoral, planteó un congreso extraordinario, tras poner sobre la mesa diversas ideas en la ejecutiva del partido. Es curioso recordarlas ahora. O se afirmaba la UCD «en sus propios términos para tratar de capear el temporal», o se mantenía la UCD en sus «términos actuales, buscando una especie de cobijo temporal en otras fuerzas políticas, a la espera de acontecimientos, o la disolución del partido, no como solución, sino como salida a una falta de solución». Había una cuarta, la «reconversión del partido», según sus palabas en una entrevista en El País.
Todo eso se lo puede aplicar el PDCat, con un agravante: acaba de cambiar su nombre, acaba de refundarse, pero no sabe qué quiere defender, ni qué espacio desea cubrir. ¿Le queda «buscar cobijo temporal», que acaba siendo permanente, «en otras fuerzas políticas»?
Como si fuera un destino inexorable cuando se llega a estas situaciones, el PDECat ya se prepara para lanzar a su Landelino, o Landelina Lavilla. Y si pretende burlar ese destino, la reacción ya llega tarde.