El pal de paller ha caído. ¿A las trincheras?
El pal de paller es una expresión catalana que se utiliza para referirse a algo que es fundamental, insustituible, en una organización. Cuando ese pal de paller cae o desaparece, aquello que cimentaba la organización se deshace y la continuidad de ésta resulta imposible.
Al expresident Pujol, y confeso defraudador a Hacienda, le gustaba referirse a la colación que lideró durante muchos, muchos, años precisamente como el pal de paller de la sociedad catalana. Sin CiU, defendía él, no sería posible entender Cataluña, no habría ninguna garantía de su éxito y progresión hacia ese futuro siempre mejor que el presente que él ponía como señuelo de su discurso autonomista y a ratitos algo más.
Sus herederos, con Artur Mas a la cabeza, ha finiquitado sin reservas el pujolismo, ya muy denostado por sus pecados fiscales, y seguramente también acaban de derruir ese pal de paller que daba sentido a la arquitectura de la actual sociedad catalana, que garantizaba el equilibrio de aspiraciones diversas y a veces contradictorias, pero que siempre alcanzaban un punto de equilibrio gracias al pal de paller.
El acelerón que CDC está dando al proceso soberanista en Catalunya ha arrojado de las cómodas aguas de la federación de CiU al socio menor. En palabras de su secretario general, Josep Rull, la coalición ya no existe, la C y la U representan proyectos políticos distintos y, al parecer, incompatibles y cada uno se ha de buscar la vida por su cuenta.
Con la muerte de CiU, la incógnita se limita a saber si Duran i Lleida, esa especie de Gorbachov siempre más admirado fuera de Cataluña que dentro, será capaz y tendrá ganas de construir un espacio intermedio donde puedan convivir los catalanistas de Unió Democràtica, los no independentistas de Iniciativa y los restos del PSC liderados por Miquel Iceta. Un espacio político entre el unionismo más radical, la izquierda rara de Podemos y afines y las fuerzas soberanistas que girarían en torno a los hombres de Mas, Homs y Rull, ERC y los extremistas de las CUP.
No será fácil. Está por ver si en esta Cataluña castigada por la deriva sin sentido de Mas hay espacio para los moderados, para aquellos que no renuncian a gobernar cada vez más amplias zonas de poder pero con una visión de construir y sumar a España, a Europa y al resto del mundo, más preocupados por las personas que por las fronteras.
Desde luego, hay razones para el pesimismo: la sociedad catalana se está radicalizando en sus extremos y éstos se demonizan entre sí. El sentimiento, el sectarismo, las aspiraciones identitarias se imponen, o lo intentan, sobre los problemas cotidianos. Hay excepciones como el caso Colau, pero no está clara su evolución y capacidad de liderazgo político.