El pájaro de Darwin y la economía zombi
El 27 de diciembre de 1831, Charles Darwin embarcó en el Beagle, al mando del capitán Robert FitzRoy, hacia América del Sur y las islas del Pacífico, con especial atención a las islas Galápagos.
Del estudio de un pájaro, denominado el “pájaro de Darwin” o el “pinzón de Darwin”, dedujo la teoría de la selección natural: subsisten los animales que se adaptan al medio. No necesariamente los más fuertes, sino quienes se acomodan al ambiente y se defienden de sus adversarios, resisten el rigor climático o son capaces de procurarse alimento.
En definitiva, quien compite mejor, sobrevive. Y quien no resulta competitivo, desaparece. ¿Por qué no recurrir hoy al darwinismo económico para entender el presente?
El darwinismo económico
El darwinismo económico no goza de buena prensa, pero tiene una mala salud de hierro. Por mucho que la izquierda hable de una ideología política al servicio del liberalismo insolidario, lo cierto es que el darwinismo económico es un buen instrumento para abordar problemas en beneficio de todos, empresarios y ciudadanos. La economía zombi, por ejemplo.
Resulta que en España –según diversos estudios: Banco de España, Banco de Pagos Internacionales, FMI y OCDE–, entre el 15% y el 30% de las empresas podrían catalogarse como zombis. Es decir, empresas endeudadas, sin inversores a la vista, con rentabilidad negativa, con productividad y competitividad bajas, ineficientes, y con demanda menguante que –costes y precios– perturba el mercado. Empresas técnicamente inviables. Un muerto viviente.
¿Qué hacer? Hasta ahora, las empresas zombis sobreviven –malviven– gracias a los créditos bancarios y a las ayudas públicas que reciben para conservar el empleo por la vía del ERTE. Despejo una duda: los bancos dan créditos a las empresas zombis para no aumentar la morosidad crediticia y verse obligados a provisionar más de lo que ya hacen.
La subvención permanente abre la vía al egoísmo insolidario perpetuo
¿Qué hacer? ¿Tiene sentido mantener sine die –con respiración asistida– a una empresa zombi? No.
Por varias razones: porque, la financiación bancaria y la liquidez pública podría adjudicarse a otras empresas con posibilidades ciertas de recuperarse después de la pandemia; porque, más pronto que tarde, la empresa zombi desaparecerá por la ley de la gravedad; porque, por la misma ley de la gravedad, el ERTE se transformará en ERE; porque, el banco y la Administración –con el dinero ahorrado- podrán invertir en otros negocios o ayudas más solventes y productivas.
Más mercado y menos subvención
Se dirá que si la ayuda cesa, la empresa cierra y la desocupación aumenta. Cierto. Como también es cierto –reaparece el pájaro de Darwin– que la amenaza de extinción estimula el afán de supervivencia de unos y otros. ¿Por qué el empresario en crisis no puede emprender un nuevo negocio? ¿Por qué el trabajador desocupado no pude encontrar otra ocupación o devenir un emprendedor?
Lo que sabemos –Charles Darwin nos lo enseñó– es que la falta de adaptación al medio conduce a la desaparición de empresas y al aumento de la tasa de desocupación. También sabemos que la subvención permanente no crea riqueza, sino escasez. De hecho, la subvención permanente distribuye pobreza.
Más: la subvención permanente abre la vía al egoísmo insolidario perpetuo. A más subvenciones, más empresas zombis de futuro incierto que la banca y la Administración deberán mantener. Por eso, no es descabellado que la selección natural haga su trabajo. ¿Por qué el Estado –el contribuyente– ha de costear a las empresas zombis? ¿Existe riesgo de crear más empresas zombis? Y la deuda que crece. Por eso, más mercado y menos subvención.
(Entre paréntesis: se dirá que hay empresas zombis que, una vez superada la pandemia, podrían resucitar con las ayudas pertinentes. Cierto. Estúdiese, procédase y contrólese. Una cautela: subvención, ¿hasta cuándo?).
De Adam Smith a Charles Darwin
Hace un par de años, BBC News Mundo publicó un artículo en que se preguntaba quién era el científico más idóneo para explicar el funcionamiento de la economía: ¿el filósofo y economista Adam Smith o el naturalista Charles Darwin? (Por qué es posible que Charles Darwin sea uno de los mejores economistas de la historia, 8/12/2018).
La respuesta la brindó Robert H. Frank, profesor de economía en la Universidad de Cornell, que en 2011 había publicado el ensayo The Darwin Economy. Liberty, Competition and the Common Good. Según el profesor, Darwin habría ido más allá que Smith al mostrar que la competencia que beneficia al individuo no siempre beneficia al grupo. Cosa, dice, que ocurre con frecuencia.
Robert H. Frank lo ejemplifica con el tamaño desproporcionado de las astas de los ciervos.
Si es cierto –producto evolutivo– que el aumento del tamaño de las astas beneficia a los ciervos que las tienen más grandes, en su pelea por ver quien se aparea con una mayor cantidad de hembras; si eso es cierto, también lo es que esos ciervos –como grupo– tienen las de perder –1,2 metros de altura y 18 kilos de peso– frente a un zorro que les persigue en zona boscosa. Lo que resulta ineficiente es que las astas evolucionan, no para competir en el ambiente, sino para que los ciervos compitan entre sí.
Traducción: de nada sirve que las empresas zombis compitan por obtener créditos bancarios y subvenciones oficiales sin adaptarse a las condiciones de esa zona boscosa que es el mercado. Finalmente, la selección natural se impone. Unos sobreviven y otros no lo consiguen.
Concluye Robert H. Frank que deberíamos prestar una mayor atención a Charles Darwin. Quizá tenga razón.