El país de los micros ocultos

Este jueves, Economía Digital informa de la más que posible reapertura del caso Camarga, según el cual Convergència espiaba a Unió, al Partido Popular y a varios periodistas con fondos del ministerio de Exteriores de la Generalitat; es decir, el Barça. ¡¡¡Quinientos informes!!! O sea, pincharon a toda Barcelona (y parte de Madrid). Esta nueva oportunidad se produce gracias a la inestimable colaboración de Victoria Álvarez y las aseguradoras. Alicia Sánchez Camacho y los responsables de la agencia Método 3 pactaron olvidar el feo asunto mediante una indemnización de 80.000 euros, que ahora nadie quiere cubrir. Y el fiscal se frota las manos.

El espionaje es, como la sardana, una tradición catalana. Se ha fisgoneado en tantos asuntos y a tanta gente en Cataluña que, lógicamente, era imposible que el caso quedara resuelto por obra y gracia de un simple acuerdo. Eclosionaría, a pocos meses de unas elecciones anticipadas al Parlament, otra infección agónica en las filas catalanas de Mariano Rajoy y entre los correligionarios de Artur Mas. Hoy también damos una mala noticia para los socialistas catalanes: José Zaragoza, antaño todopoderoso líder en la sombra, tendría mucho que ocultar y, por tanto, que explicar.

De la desesperación política a la muerte hay pocos pasos. Exactamente los mismos que restan por recorrer a Sánchez Camacho. Cabe preguntarse sólo si el Partido Popular podrá sobrevivir a Alicia, la del país de los micros ocultos. La deriva que toman los distintos casos de corrupción en toda España tiene un efecto inédito, sorprendente. La credibilidad de los jueces y los periodistas gana enteros con cada presunto corrupto que amanece en los titulares. Así que el problema de que un fiscal reabra un caso es que la opinión pública tenderá a creerle en detrimento del político. Se acabó la presunción de inocencia.

El caso Camarga refleja la Cataluña real. Si partimos de que al tirar del hilo de la corrupción de Convergència se acaba en el PSC pasando por el PP, y viceversa, el manejo de la información es esencial para el chantaje. Se trata de la más baja de las estrategias: lograr pruebas y usarlas como escudo el día que a la oposición le dé por gritar con voz rasgada que tal partido también es corrupto. El destape generalizado que puede provocar el fiscal reabriendo el asunto Camarga resolverá la poca campaña electoral que ni Mas ni Rajoy han hecho aún a Junqueras.

Prueba de que la independencia de Cataluña no tiene ningún sentido es lo mucho que la une con Madrid. Si en Barcelona bailan sardanas con micros ocultos, en Madrid coreografían chotis al ritmo de escuchas ilegales. Roza lo artístico que la Audiencia Nacional mande detener, en plena deriva separatista, al número tres de Esperanza Aguirre, el mismo que espió al número dos del gobierno de la Comunidad, el actual presidente Ignacio González. Definitivamente, merecemos el castigo divino de sufrir durante cuatro años un gobierno de Esquerra en la Generalitat que conviva con Podemos en Moncloa.

Nos lo hemos ganado por imbéciles, por votar durante tantas elecciones a unos y a otros, tapándonos los oídos o envolviéndonos en la senyera con cada escándalo sin exigir dirigentes honestos. No hemos castigado la corrupción y, ahora, escarmentaremos con los oportunistas.