El pacto de CDC y ERC viene de lejos (II parte)

Tras la aceptación de la lista única por parte de quien la negaba (Oriol Junqueras), escribí un artículo recordando una comida que tuve en el Hotel Don Cándido de Terrassa hace doce años.

Tenía como comensales de mesa al conseller Felip Puig y Josep Rull, el actual número dos de Artur Mas, en el que el conseller decía que la independencia sólo se lograría si CDC y ERC hicieran un frente común y luego, ya con la independencia conquistada, ambas fuerzas serían el bipartidismo futuro de la Cataluña independiente: un partido derechas y el otro de izquierdas, y ante la pregunta de que si el President Pujol estaba de acuerdo, Felip Puig decía que sí, pero como ya iba a dejar la presidencia no se iba a comer el marrón de proponerlo… 

Era la síntesis del artículo, pero no dije otra cosa que hoy me parece capital en el doble sentido de la palabra. Felip Puig dijo que para acceder a la soñada independencia, Cataluña lo tenía más complicado que Euskadi por una razón fácil de entender: los vascos tenían la sartén por el mango, gracias al concierto fiscal. Si Ibarretxe decidiera desconectar con España tenía el mando a distancia en la mano: la caja. Simplemente, tendría que negociar con el Estado la compra de sus activos patrimoniales. Así de sencillo, decía.

Por el contrario, la dificultad para la futura Generalitat independentista sería negociar que la Administración General del Estado y la Tesorería de la Seguridad Social le traspasara la parte correspondiente al PIB, un 19%

No concretó más porque en el 2003 este planteamiento sonaba al Cuento de la Lechera. La célebre fábula que el griego Esopo escribió en el siglo VI a.C., y que ha llegado hasta nuestros días porque el Cuento de la Lechera, o construir castillos en el aire, ha sido una constante del hombre desde que el mundo es mundo.

Si hace doce años el Cuento de la Lechera era la quimera que escribió Esopo y que mucho más tarde popularizó en la baja Edad Media el Conde Lucanor con Patronio y en la Edad Moderna el alavés Félix de Samaniego con sus célebres fabulas… Hoy ante las autonómicas del 29S, por más que el primero vaya de cuarto en la lista única, y el segundo de quinto, continúa siendo aquel cuento que aprendimos de niños…

¿Saben por qué lo digo con tanta seguridad? No sólo es porque quiero que así sea (es vieja costumbre en el hombre creer que pasará lo que desea), sino porque así será. Creo que la lista única ganará las elecciones. Otra cosa es que tengan mayoría absoluta, pero ni siquiera con el apéndice de la CUP van a tener una mayoría del 51% sobre el censo electoral.

Si obtuvieran la mayoría absoluta del Parlament con el 51% de los escaños, eso traducido en el censo electoral no pasaría del 33%. Sí, tendrían la mayoría política, pero en el mejor de los casos, hoy Artur Mas lo firmaría con los ojos cerrados, no tendrían el sí quiero del 67% de los catalanes… La actual Ley Electoral no se ha cambiado porque se necesita dos terceras partes de la cámara, y una separación la puede decidir el 51% de los votantes. ¿Se ha perdido el seny que Salvador Espriu decía que era una de las tres señas de identidad catalanas? Estoy hablando dando por supuesto que la Lista Única sale ganadora.

España diría que no a la ruptura del orden constitucional con el mismo juego de frontón que hemos visto desde septiembre de 2012. Y si el Estado dice que no, blandir una declaración unilateral de independencia no deja de ser el melodrama tipo Ser o no ser de Hamlet. Todo lo poético y romántico que se quiera, pero una representación teatral… Porque aunque no sólo de pan vive el hombre: ¿quién pagará las pensiones y el paro? ¿Cómo se financiarán los ayuntamientos y la Generalitat sin las transferencias de la caja común? Cataluña desconectada de España equivale a un apagón general de Cataluña. Hay que estar muy enganchado para no verlo.

La respuesta de los independentistas sería de internacionalizar el conflicto y recurrir a Bruselas, pero el propio Artur Mas ha reconocido que «en Europa nadie nos espera». Lo ha dicho por activa y por pasiva.

A ningún Estado europeo le interesa la desintegración de España (al día siguiente la tentación vendría del País Vasco…), porque casi todos ellos tienen conflictos de esa naturaleza (la misma Bélgica, Gran Bretaña, Francia, Italia…).

Bruselas sólo podría plantear una negociación amistosa con el Estado si al menos el 51% del censo electoral quisiera la independencia… Pero eso ya forma parte de la fábula poética del vasco Samaniego. No me hace falta recurrir a Esopo.