El pacifismo de salón y el realismo político

El pacifismo de salón, en cualquiera de sus manifestaciones, acaba siendo, en el mejor de los casos, un placebo, y en el peor, un obstáculo para la paz

Parafraseando una vieja canción de autobús, qué buenos son los pacifistas que nos llevan, no de excursión, sino a la paz, la armonía y la fraternidad universal. Lo dijo el clásico: “Puedes decir que soy un soñador, /pero no soy el único./ Espero que algún día te unas a nosotros, /y el mundo será uno solo”. Falso. El pacifismo de salón, en cualquiera de sus manifestaciones, acaba siendo, en el mejor de los casos, un placebo, y en el peor, un obstáculo para la paz.

El pacifismo de salón tradicional

El patrón pacifista tradicional, encabezado por un Movimiento por la Paz (MPDL) que se “posiciona inequívocamente [hablan de la invasión de Ucrania] en contra de la guerra y de la participación (?) de España en la misma” encuentra inadmisible la política expansionista -sumisión y anexión territorial a la fuerza- de Putin al tiempo que reivindica que la OTAN “reconsidere sus objetivos” para así “replantearse nuevos escenarios que permitan abrir un diálogo constructivo hacia la Paz”.

Concluye: “no cesaremos de repetir que la paz es la única solución: el diálogo, la diplomacia, el objetivo de la paz siempre en el horizonte”. Horizontes lejanos de los cuales los agresores sacan provecho y los agredidos son víctimas sin solución de continuidad.

El pacifismo de salón lírico

El patrón pacifista lírico, encabezado por Federico Mayor Zaragoza –director general de la UNESCO entre 1987 y 1999-, y su En pie de paz (2008), se agota en su lirismo: “Pondremos flores/ en el ánima/ de los fusiles./ Y ramos/ en los cañones./ (Los niños verán/ los cohetes y las bombas/ en los museos)./ Y el resto/ lo fundiremos/ para hacer vigas/ para que todos/tengamos techo./ Pondremos flores/ en los fusiles/ y caricias/ en vez de armas/ en las manos/ de nuestros hijos”.

Un Federico Mayor Zaragoza que invita al ciudadano a ponerse “en pie de paz”, porque “sabemos bien el precio de la guerra”. Un “precio muy superior al de la paz. Vamos a prepararnos para la paz como en el pasado nos hemos preparado para la guerra. Hemos vivido, en pie de guerra, una cultura basada en la fuerza. Modifiquemos el adagio y digamos: si quieres la paz, prepárala cada día con tu comportamiento. Como recomendaba la profecía de Isaías, ‘convirtamos las lanzas en arados’. Transitamos hacia una cultura de la paz, de diálogo y entendimiento”. El pacifismo lírico o la mejor manera de que la guerra continúe y las víctimas aumenten.

El pacifismo de salón feminista

El patrón pacifista feminista, que tomó cuerpo con el Manifiesto de Mujeres de en Pie de Paz (2012), se agota en sí mismo: “somos mujeres, las madres del planeta… consideramos que nuestra misión es cuidar la Tierra y contribuir a la paz de la familia humana… en pie de paz… por todos los seres sintientes y por la Tierra… soñamos y queremos dejar en herencia… un mundo sano, amoroso y libre… seguro y acogedor que sea un verdadero hogar, donde el miedo y la violencia carezcan de sitio alguno, y las armas y guerras sean solo un triste recuerdo del pasado… en pie de paz para demostrar que otro mundo es posible… no dejaremos de reunirnos hasta que este sueño sea una realidad”. Diez años después, el mundo sigue igual.

El `trending topic´ del pacifismo de salón

Los tres patrones dominantes del pacifismo de salón encuentran quien los publicite en el WhatsApp, gracias a unas canciones convertidas en una suerte de himnos por la paz. Ahí tienen ustedes el trending topic de las canciones/himnos pacifistas que ha recibido quien firma estas líneas:

Un hombre pasa en bicicleta por el muro conmemorativo dedicado al músico John Lennon en Praga, República Checa. EFE/EPA/MARTIN DIVISEK

John Lennon. Give peace a chance. Dos versiones: la interpretada por su autor en inglés y la interpretada por Stas Namin & The Flowers en inglés, ruso y ucraniano.

John Lennon. Imagine.

Iva Zanicchi. La riva bianca, la riva nera.

Jimi Hendrix. National Anthem.

Franco Battiato. Bandera bianca.

Unas piezas que muestran la persistencia de un pacifismo de salón incapaz de superar el estado de la eterna adolescencia. Incluso, cuando la guerra está ahí al lado. ¿El pacifismo de salón detiene a Vladímir Putin?

La superación de la `philosophia perennis´ pacifista

Frente al pacifismo de salón progresista y “buenista”, frente a la “misión” del pacifismo de salón en sus diversas expresiones, frente a la philosophia perennis pacifista –“dar una oportunidad a la paz”, “imagina a toda la gente compartiendo el mundo”, “debe hacer un alto mi capitán”, “en el puerto ondea la bandera blanca” y Jimi Hendrix distorsionando el Himno Nacional de Estados Unidos-, está el realismo político. Tres modelos.

De la guerra

Carl von Clausewitz es un clásico en el arte de la guerra que nos recuerda que hay que invertir recursos en la formación militar, que hay que tener ejércitos bien preparados, que en la guerra hay que tomar la iniciativa, que el ejército y la guerra son claves para defender la nación, que existe una relación –“la guerra no es más que la continuación de la política del Estado por otros medios”, afirma- entre guerra y política, que la guerra es un medio para obtener determinados fines como, por ejemplo, la paz.

¿La alternativa pacifista? Escuchemos al maestro Clausewitz: a “las almas filantrópicas que podrían fácilmente pensar que hay una manera artificial de desarmar o derrotar al adversario” hay que decirles que “por bien que suene esto, hay que destruir semejante error, porque en cosas tan peligrosas como la guerra aquellos errores que surgen de la bondad son justamente los peores” (De la guerra, 1832). Ejemplos, sobran.

De la resistencia

A veces, los tambores de guerra son tambores de paz. El día de la Liberación, el 24 de agosto de 1944, Combat, cuyo redactor-jefe era Albert Camus, inicia su editorial con las siguientes palabras: “París dispara todas sus balas en esta noche de agosto. En este inmenso decorado de piedras y de agua, alrededor de este río cargado de historia, una vez más las barricadas de la libertad se han levantado. Una vez más, la justicia debe alcanzarse con la sangre de los hombres”. Cruel, pero es así.

De la guerra y la resistencia. Pero, hay que ejercitar el sentido del límite que traza una frontera entre las guerras justas e injustas.

Guerras justas e injustas

Michael Walzer, teórico de la política y ensayista de cabecera de Barack Obama, en su trabajo Guerras justas e injustas. Un razonamiento moral con ejemplos históricos (1977), retoma la distinción medieval entre el ius ad bellum (el derecho a la guerra) y el ius in bello (el derecho en la guerra) para concluir que, en determinadas circunstancias, existe una justificación moral de la guerra. Por ejemplo: cuando la causa es justa, cuando no existen otras alternativas, cuando la acción es reconocida por la autoridad legítima, o cuando la violencia es proporcionada.

La guerra tienes sus reglas. Hay que proteger a los civiles y excluir aquellas armas e intervenciones que acarreen la destrucción masiva

Michael Walzer

La guerra –añade- tiene sus reglas. Así, hay que proteger a los civiles y planificar las acciones en función de un coste/beneficio que excluya aquellas armas e intervenciones que acarreen la destrucción masiva. El libro, repleto de ejemplos que van de la Guerra del Peloponeso a la Guerra de los Seis Días, se cierra con un post scriptum en donde, razonadamente, se critica el pacifismo ingenuo y la no violencia por conducir a la ética del esclavo.

Los vicios del pacifismo y la virtud del realismo

El pacifismo de salón incurre en un par de vicios que falsan su ideario: creer en la posibilidad de reconciliar el género humano por la vía exclusivamente pacífica; creer que la paz es un valor absoluto o un universal empírico del género humano. Traducción: el deseo de reconciliar el género humano por la vía exclusivamente pacífica es un postulado antropológico que lamentablemente choca una y otra vez con la realidad; los únicos valores absolutos del género humano son la libertad y la vida digna, y no la mera vida.

La virtud del realismo: deviene un mal menor –una situación de excepción- dotado de un sistema de frenos y contrapesos democráticos autocorrectivos.