El orgullo liberal capitalista
La izquierda progresista frente a la derecha reaccionaria. Un trasunto de la dicotomía entre socialismo progresista versus liberalismo reaccionario. Un tópico persistente que ha devenido moneda de circulación corriente desde que en la Asamblea Nacional (1789) los partidarios del veto real se colocaron a la derecha y quienes se oponían a dicho veto a la izquierda. En cualquier caso, como dijo Mirabeau, esta “geografía de la Asamblea” se ha consolidado con el paso del tiempo.
Lo que también se ha consolidado es una determinada imagen de la izquierda y el socialismo, y la derecha y el liberalismo, con sus correspondientes atributos. La izquierda y el socialismo: democracia, igualdad, justicia, transformación social, distribución de la riqueza, progreso, renovación, tolerancia, pluralismo, futuro. La derecha y el liberalismo: despotismo, conservadurismo, injusticia, desigualdad, conservadurismo, intolerancia, uniformidad, pasado. El tópico que no cesa. La falsedad que perdura.
Durante las últimas décadas, la dicotomía ha sido matizada. Así, Norberto Bobbio (Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política, 1995) aduce que lo propio de la izquierda y el socialismo es la igualdad y lo característico de la derecha y el liberalismo es la libertad. Para el jurista y politólogo, 1) la izquierda y el socialismo buscan la igualdad material –no solo la igualdad ante la ley– para alcanzar una vida digna que satisfaga derechos económicos y sociales, y 2) la derecha y el liberalismo recelan de esa igualdad material en beneficio de la libertad formal.
Una generosidad –la del socialista moderado italiano– que se traduce en la continuación renovada del tópico. A saber: la izquierda y el socialismo son los únicos que desean un futuro mejor, más digno y más libre para los ciudadanos. ¿Una derecha y un liberalismo reaccionarios frente/contra una izquierda y un socialismo progresistas? Hay cosas que no se pueden decir impunemente. Y se dicen. A pesar de las lecciones de la Historia.
Si tenemos en cuenta las lecciones de la Historia –sucintamente: la utopía socialista ha fabricado sociedades despóticas e ineficientes y la política de izquierdas suele malbaratar la riqueza común—, ¿por qué persiste el tópico de la izquierda y el socialismo buenos por definición frente a la derecha y el liberalismo malos por naturaleza? Dos razones fundamentales: porque la izquierda y el socialismo 1) ganan la batalla de la comunicación, la ética y la épica apelando a un supermundo –que nunca existirá– en donde reinará la libertad, la justicia, la igualdad y la felicidad, y 2) consiguen transmitir la idea de una derecha y un liberalismo en pecado original permanente y sin posibilidad de redención por su dependencia del mercado y los mercaderes.
¿Qué pueden hacer la derecha y el liberalismo para neutralizar el tópico y el yudo moral –también, la dramatización– de una izquierda y un socialismo –engreídos, imprudentes, oportunistas– en estado de promesa permanente? ¿Cómo hacer frente a una demagogia y populismo que, en el mejor de los casos, no lleva a ninguna parte y, en el peor, atiza las pasiones que pueden conducir al conflicto permanente y la frustración endémica? Sin olvidar el desprestigio de la política y el político.
La tarea de la derecha y el liberalismo en nuestro presente se compendia en tres proposiciones y un corolario. Primera: complejidad del presente. Segunda: si otro mundo es posible está en éste. Tercera: sentido del límite. Corolario: hay que volver al mundo real.
Traducción práctica de lo dicho: 1) hay que alejarse de cualquier ideología redentora o determinismo histórico, porque –hoy– ya sabemos que la salvación es la antesala del totalitarismo, 2) hay que aceptar el orden liberal capitalista existente con todas sus posibilidades y limitaciones, 3) en el bien entendido de que este mundo –el nuestro– es hoy el mejor de los existentes y, además, admite mejoras.
Y en eso estamos: en mejorar nuestro mundo. ¿Cómo? Anoten: derechos fundamentales, democracia formal e igualdad de oportunidades. También: ley y orden, autoridad, seguridad, individualismo racional, economía de mercado, gestión de los intereses, eficiencia económica, meritocracia, esfuerzo, unidad de la comunidad política, responsabilidad. Y eso es lo que, lejos de la ensoñación izquierdista y socialista, facilita un liberal capitalismo gracias al cual el ser humano –crecimiento, desarrollo, reparto de la riqueza y estado del bienestar (a fin de cuentas el estado del bienestar lo implementó Bismarck) y no la socialdemocracia como erróneamente se dice– ha conseguido vivir con cierta dignidad.
Sí: orgullosos de ser liberal capitalistas frente a los extravíos de un progresismo que ha generado una sucesión de monstruos que han sumido al hombre en la miseria política, económica, social y moral. ¿Qué el liberal capitalismo también ha generado sus monstruos? Lamentablemente, es así. Pero, el sistema tiene una gran capacidad de pulir aristas para adaptarse a la realidad y administrar la convivencia e intereses ciudadanos.
Un cierto cinismo, dirán algunos. Al respecto, recuerdo una lúcida cita de Ambrose Bierce: el cínico es un “sinvergüenza cuya visión defectuosa le hace ver las cosas tal como son y no como deberían ser” (The Cynic’s Dictionary, 1887). Veamos, ¿quién no desea instalarse en el Occidente liberal capitalista? Lo dijo Emmanuel Todd (La invención de Europa, 1995): el ciudadano prefiere el Occidente liberal porque “descubre en su entorno la sociedad ideal felizmente realizada”. El francés exagera. Pero, ¿dónde hay algo mejor?