El orgasmo que no llega

Sin duda tiene mucho mérito saber mantener en tensión permanente, durante nada menos que cuatro largos años, a centenares de miles de ciudadanos de toda edad y condición. Esto es lo que, guste o no, viene sucediendo desde 2012 en Cataluña con el denominado proceso de transición nacional iniciado por el entonces aún presidente de la Generalitat, Artur Mas, con el objetivo de proclamar la independencia de Cataluña.

La demostración más clara de ello son las grandes manifestaciones inequívocamente independentistas que se han celebrado con motivo de la Diada, esto es, el 11 de septiembre.

Es indiscutible que el número de manifestantes de esta ya quinta gran manifestación ha sido considerablemente inferior al de las cuatro anteriores. Sea cual sea la base desde la que se compare el descenso en el número de manifestantes es innegable. No obstante, se trata de centenares y centenares de miles de personas que han salido a la calle a expresar sus emociones y sentimientos, sus ansias y deseos, su voluntad de independencia.

Serán o no 800.000 personas, como apuntan algunos cálculos, menos de la mitad según otros o cerca de un millón según sus promotores. En cualquier caso se trata de cifras muy relevantes. Negar la realidad es inútil. Es imprescindible y urgente que esta realidad sea asumida y reconocida, porque está ahí y seguirá estando ahí, como el dinosaurio del cuento de Monterroso.

El problema político planteado por el secesionismo es de extrema gravedad. Pero aún es mucho más grave el problema cívico y social. ¿Hasta cuándo se mantendrá esta tensión emocional y sentimental sin provocar un estallido?

Me comentaba un amigo que lo que ocurre con el movimiento secesionista es algo así como si este colectivo se encontrara en una erección permanente pero sin que llegara nunca al orgasmo, ni tan siquiera a la simple eyaculación, en una suerte de incesante «coitus interruptus».

Cada Diada es «histórica», «única», «irrepetible», «la última antes de la independencia». Y el marmoteo sigue, año tras año, con toda una sociedad, la catalana, atrapada en el tiempo y sufriendo priapismo, esa dolorosa enfermedad provocada por la erección prolongada del pene, sin llegar nunca al orgasmo y con la percepción cada vez más clara de que éste es inalcanzable.

¿Qué ocurrirá si algún día se acaba produciendo el más que comprensible estallido de los impacientes, hartos de tanto esperar? ¿Qué sucederá si se llega de verdad al conflicto institucional puro y duro, con todas sus consecuencias jurídicas, políticas, económicas y sociales? ¿Quién asumirá estas consecuencias?