El naufragio americano de la izquierda identitaria
La derrota de los demócratas en Virginia demuestra, como pasó en las elecciones a la Comunidad de Madrid, el cansancio de la población con las políticas ‘woke’
Normalmente no es fácil generar interés en unas elecciones parciales a nivel regional y municipal en un país extranjero, incluso aunque se trate de los Estados Unidos. Sin embargo, me van a permitir que haga una excepción con el terremoto a pequeña escala que sucedió esta semana a lo largo del noreste del país, con epicentro en Virginia y Nueva Jersey.
A primera vista, el pánico desatado en las filas demócratas por su derrota en un estado de tamaño medio parece una sobrerreacción. Pero Virginia había sido el buque insignia de la estrategia demográfica de los demócratas en los último años: una coalición, si no de intereses al menos electoral, entre las clases profesionales credencializadas y los trabajadores de minorías étnicas, liderada, claro está, por las primeras.
El desarrollo económico de Virginia Septentrional se ha centrado en las últimas décadas en el Corredor Dulles de empresas tecnológicas y militares, así como en atraer altos funcionarios y lobbistas del gobierno federal de la vecina Washington, DC. La pérdida de peso demográfico de las zonas rurales conservadoras permitió a los demócratas arrebatar gradualmente lo que había sido sólido terreno republicano. Biden ganó por diez puntos de diferencia el año pasado, y el estado parecía haber pasado de bisagra electoral a permanente mayoría demócrata.
De ahí el estado de shock tras perder no sólo el poder ejecutivo, sino también el legislativo, todo ello en menos de un año. El caso de Nueva Jersey, un estado sólidamente demócrata desde hace décadas, y donde en este momento hay empate técnico en las elecciones a gobernador, es incluso más sangrante. A estos desastres hay que sumar una serie de derrotas a nivel local en Pennsylvania, Nueva York y Seattle, en las que algunos Grandes Visires de la organización demócrata local perdieron su puesto en distritos donde los republicanos llevaban décadas sin posibilidades de victoria.
Al igual que sucedió con las elecciones a la comunidad de Madrid, estos resultados no sólo son importantes regionalmente, sino que iluminan las tendencias políticas, culturales e identitarias a nivel nacional. En el caso estadounidense, los datos indican que el vuelco en Virginia se debió primariamente a la violenta reacción de los padres contra el ariete Woke en el sistema educativo, la Critical Race Theory, o CRT.
CRT es un concepto algo vago y difuso, un significante flotante con el que los republicanos han conseguido etiquetar una serie de medidas impulsadas por el establishment de la profesión educativa, uno de los grupos más influyentes dentro del partido demócrata: eliminar cursos avanzados, desmantelar escuelas selectivas, reemplazar los exámenes por criterios subjetivos e identitarios, y, en general, liquidar cualquier expectativa de rigor académico y sustituirla por humaredas ideológicas, a la vez que se multiplican asesorías, consultorías, y personal no docente.
La popularidad de este programa la podemos describir con un dato demoledor: la ventaja tradicional de los demócratas entre votantes cuya prioridad es la educación cayó desde los 33 puntos a un déficit de 9 a favor del candidato republicano en sólo un mes de debates y discusiones, un bandazo casi sin precedentes. Como en Madrid, el candidato de la derecha abanderó inteligentemente la libertad educativa de los padres y los distintos distritos escolares, una tradición mucho más arraigada en los EEUU que en España La respuesta del establishment demócrata consistió en agresivas acusaciones de racismo, dirigidas no ya al oponente, sino a cualquier votante que presentara dudas sobre el asunto.
El resultado electoral ha sido parecido al cosechado por la izquierda madrileña y sus “alertas antifascistas” en Madrid. Así como la izquierda madrileña pierde progresivamente votantes en los barrios populares que consideraba casi como su propiedad, los sondeos a pie de urna en Virginia y Nueva Jersey indican un claro trasvase de votos negros, y sobre todo hispanos, a la columna republicana.
Me temo que para los militantes Woke en los estamentos educativos y culturales la hecatombe de ayer no va ser más que un traspiés temporal. De hecho, su táctica habitual suele ser sortear cuidadosamente los mecanismos electorales y afianzar su poder mediante la ocupación discreta de organizaciones y aparatos administrativos.
Peor diagnóstico tiene el partido demócrata. El partido parece estar en manos de operadores que consideran al electorado o bien tontos de baba o bien reaccionarios irredimibles (¡más paralelos con la izquierda patria!) A poco que los republicanos repriman su oligofrenia trumpista, Biden y compañía podrían llegar a las elecciones generales de 2022 como el partido que trajo la inflación y lo Woke. Es difícil decidir cuál es más impopular.