El nacionalpopulismo ligero en España

Los populistas –dicen- “no son fascistas que quieren derribar nuestras principales instituciones políticas”

La consolidación del Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen, así como el afianzamiento de Vox, confirman –no refutan hoy por hoy- las hipótesis de algunos de los trabajos recientes sobre el populismo, el neopopulismo o el nacionalpopulismo. Hablo –Vox, por ejemplo- del nacionalpopulismo democrático, no del nacionalpopulismo antidemocrático que –por poner un ejemplo próximo- caracteriza al independentismo catalán.

Las cuatro transformaciones

Sostienen Roger Eatwell y Matthew Goodwin (Nacionalpopulismo. Por qué está triunfando y de qué forma es un reto para la democracia, 2019) que el populismo de nuestros días –heredero del populismo ruso y americano del siglo XIX: el campesinado que rechaza el desarrollo capitalista y el radicalismo que arremete contra las oligarquías y desemboca en el caudillismo- se está transformando en una suerte de nuevo populismo que cabe denominar “nacionalpopulismo ligero”. Un nacionalpopulismo que se materializaría gracias a cuatro transformaciones interrelacionadas:

La “desconfianza” que genera “la naturaleza elitista de la democracia liberal” que “ha alimentado la sensación entre numerosos ciudadanos de que ya no tienen voz en el debate nacional”.

El “desalineamiento” o “debilitamiento de los lazos entre los partidos mayoritariamente tradicionales y el pueblo”.

La “destrucción” –el temor a la destrucción- que propiciaría “la inmigración y el hipercambio étnico [que] están ayudando a la aparición de grandes temores sobre la posible destrucción de las comunidades y la identidad histórica de los grupos nacionales y de los modos de vida establecidos”.

La “privación” –parcial- que engendra “la economía liberal globalizada que genera desigualdad económica”, que conduce al “aumento de las desigualdades” y a “la pérdida de la confianza en un futuro mejor” por parte de una ciudadanía que se siente excluida e ignorada por el poder.

Donald Trump en un acto de campaña a las presidenciales del 3 de noviembre de 2020 | Getty Images/Archivo

Todo ello, abre el paso a alternativas políticas distintas de las tradicionales. El Vox de Santiago Abascal, sin ir más lejos.

Unos partidos o movimientos que apelan al Pueblo. Ya sea la “mayoría silenciosa” de Donald Trump, el “ejército del pueblo” de Nigel Farage, la “Francia olvidada” de Marine Le Pen o la “España silenciada” de Santiago Abascal.

Objetivo: la superación de la desconfianza, el desalineamiento, la destrucción y la privación ya señaladas

Roger Eatwell y Matthew Goodwin matizan: el nacionalpopulismo –también, el populismo sin más- constituye una amenaza para la democracia liberal, pero no para la democracia en sí en tanto y en cuanto respetan la legalidad democrática. Los populistas –dicen- “no son fascistas que quieren derribar nuestras principales instituciones políticas”.

El fascismo busca devotos y el populismo quiere satisfacer los intereses del individuo y la nación. Objetivo: la superación de la desconfianza, el desalineamiento, la destrucción y la privación ya señaladas.

Conviene añadir que nuestros politólogos entienden el nacionalpopulismo como una ideología “basada en corrientes muy profundas y duraderas” que obedece a “cambios profundos y a largo plazo”. Una ideología transversal si tenemos en cuenta que entre sus votantes hay “hombres mayores blancos y enfadados”, pero también mujeres, jóvenes, millennials, migrantes, gente con estudios elementales y superiores, y miembros de los llamadas clases medias y populares.

El nacionalpopulismo en España

Si tenemos en cuenta la presente coyuntura europea –crisis económica, desocupación, migraciones, diferencias culturales, deriva identitaria-, ¿cuál puede ser el futuro del nacionalpopulismo –lean Vox- en España? Si hacemos caso a Roger Eatwell y Matthew Goodwin podríamos asistir a una “nueva era” de pospopulismo en la cual la ciudadanía evaluará “si votar a los populistas o no hacerlo” supone un “cambio tangible en sus vidas, e incluso si les importa”.

Los politólogos sostienen que el vencedor será el nacionalpopulismo ligero. O lo que es lo mismo, Vox condicionará la política española para bien o para mal.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la presentación de la precampaña del PSOE para las elecciones generales del 28 de abril

¿Qué razones existen en España para que en la “nueva era” pospopulista que se avecinaría se imponga –de una u otra manera- el nacionalpopulismo ligero de Vox? Por ejemplo: la defensa del nacionalismo español frente a la deslealtad de un independentismo catalán al que el gobierno del PSOE “indulta”; el repudio de una coalición gubernamental que incluye un partido comunista y se sustenta con el auxilio de un partido independentista y otro surgido de un pasado poco edificante; el rechazo de la inmigración irregular; la crítica del autodenominado progresismo con especial atención al feminismo institucionalizado; la reprobación del establishment político, y quién sabe si también habrá de añadir la propuesta de recentralización del Estado.

Conviene matizar que, con toda probabilidad, esta “nueva era” no será capitaneada por Vox, pero sí condicionada por el partido de un Santiago Abascal que se verá obligado –cuestión de supervivencia- a moderar el discurso. El centro derecha –lean PP- necesitará los escaños de Vox para acceder al poder y Vox necesitará apoyar al PP para no convertirse en el partido de la protesta permanente que se agota en sí mismo y acaba deshinchándose.

La socialdemocracia española destaca en el arte de ponerse la soga al cuello

Otro gallo cantaría si el PSOE se prestara –nunca mejor dicho- a sostener/colaborar a/con un PP ganador de las elecciones. Según parece, el PSOE –mejor, Pedro Sánchez- no está por la labor y prefiere que el PP se vea obligado a pactar con Vox.

¿Para qué? Para tildarles de extrema derecha o de pactar con la extrema derecha. La socialdemocracia española destaca en el arte de ponerse la soga al cuello.

¿Otro `manistream´?

Un empecinamiento que finalmente facilitaría la creación de un espacio propio –proyecto, relato y lenguaje- en donde, no solo aterrizarían el PP y Vox, sino también ex votantes de Ciudadanos y del propio PSOE. Ya lo dicen nuestros politólogos de referencia: el nacionalpopulismo ligero es transversal al tener en cuenta la voluntad, sentimientos e intereses del pueblo.

Suena a populismo. Lo es. Pero, también es la expresión democrática de la ciudadanía.

El secreto del populismo

A los interesados en el extenso y proceloso mar del populismo se les recomienda la lectura del libro de Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwalsser titulado Populismo. Una breve introducción (2019). Esa es su definición: “una ideología delgada, que considera a la sociedad dividida básicamente en dos campos homogéneos y antagónicos, el `pueblo puro´ frente a la `elite corrupta´, y sostiene que la política debe ser expresión de la voluntad general del pueblo”.

¿Ideología delgada? Responden: “una suerte de mapa mental gracias al cual los individuos analizan y comprenden la realidad política”.

Una ideología que, al ser delgada, no se distingue por sus substantividad y suele hospedarse en otra ideología de mayor enjundia y alcance. De ahí, que hayan populismos de derecha, de extrema derecha, de izquierda y de extrema izquierda.

No se descarta que existan también populismos de centro. Un populismo que suele ir más allá de los partidos políticos; aunque estos partidos usen el populismo en su estrategia política.

La candidata del partido francés de extrema derecha Rassemblement National (RN) Marine Le Pen. EFE/EPA/YOAN VALAT

Es entonces cuando aparece Adam Smith: el político y el partido político, según dicte el mercado y/o los intereses, o bien oferta populismo o bien satisface la demanda de populismo. Quizá ahí esté el secreto de la cosa.