El nacionalismo catalán se borra de la campaña

El nacionalismo tiene un componente negativo. La historia pesa, y existe una prevención ante alguien que se define como nacionalista. Porque, además de eso, ¿en qué otras coordenadas se mueve?

En el caso del nacionalismo catalán se debería ser muy prudente. En España ha actuado durante décadas como una herramienta en favor de la modernización del conjunto del país. Habría que recuperar ahora al gran historiador Vicente Cacho Viu, un madrileño que amó Cataluña. Su libro, El nacionalismo catalán como factor de modernización, (Quaderns Crema) que vio la luz en 1998, un año después de su muerte, es un canto a esa implicación constante para hacer de España un país democrático, moderno y competitivo.

En gran medida, el nacionalismo catalán ha tenido éxito. España es ahora un país más equilibrado, con problemas y carencias, pero homologable a cualquier estado del entorno europeo.

Cacho Viu repasaba los hitos de la Lliga Regionalista, la complicidad también del catalanismo con la Institución Libre de Enseñanza. Con todas las contradicciones, pero incidiendo en los logros. A Jordi Pujol le gusta ese libro. Aunque luego consideró que España no había correspondido de la misma forma a Cataluña.

Lo que ocurre ahora es que, al margen de que el proyecto independentista tenga o no posibilidades de éxito, a corto, medio o largo plazo, el desinterés por el proyecto del conjunto es total. El tristemente fallecido David Taguas, que fuera director de la oficina económica de La Moncloa, con Rodríguez Zapatero, se quejaba en los años del inicio del proceso soberanista, en 2012 y 2013, del distanciamiento intelectual con los economistas catalanes.

No por la parte madrileña, a su juicio, sino por la catalana, que no quería saber nada del debate económico español, –o no mostraba públicamente interés– centrado en toda esa fase en cómo salir del enorme endeudamiento y en cómo rehacer el Estado para lograr que fuera más competitivo y menos pesado.

Y es cierto que se produjo ese foso. Sólo en los últimos meses un economista nacionalista, Miquel Puig, que se ha enrolado en la lista de Democràtica i Llibertat al Congreso, se interesa por el salario mínimo, el sector del turismo o la inmigración del conjunto de España, con algunas propuestas.

El nacionalismo catalán ha decidido borrarse, sin embargo, en esta campaña electoral, porque entiende que ya no pinta nada en la política española. En realidad, querría participar, pero no sabe cómo hacerlo, con ese señuelo del independentismo que se ha colado desde 2012.

No es una buena noticia. Los empresarios catalanes querrían que se recondujera esa posición. Desde Foment, siempre vinculada a esa modernización de España –previa petición del proteccionismo, que no lo olvide nadie– se querría ahora encontrar puentes tras el 20 de diciembre. Y trata de mantener ese espacio Josep Antoni Duran Lleida, con el apoyo de algunos empresarios.

Nada es irreversible. Los que saben muy bien que las cosas requieren su tiempo, con menor lealtad que el nacionalismo catalán, –curiosamente– son los nacionalistas vascos. Atentos al resultado y a sus movimientos tras las elecciones del domingo.