El milagro económico de Aznar en el banquillo
El presidente Mariano Rajoy, en un juego de adivinanzas, desveló en Antena 3 televisión que las elecciones generales se celebrarán el próximo día 20 de diciembre, dos días antes del pistoletazo de salida de las navidades, con el sorteo emblemático del día 22; lotería en vísperas de la votación con premio.
Dos meses y medio de vacaciones políticas para el nuevo gobierno de la Generalitat -si logra formarse- en los que los gobernantes de Cataluña no tendrán interlocutor en Madrid. El asunto catalán agitará la campaña de las generales con postureo secesionista en espera de los efectos de aplicación de la reforma del Tribunal Constitucional.
De momento, la CUP pretende que el nuevo gobierno acepte algunos, pocos o muchos, de sus postulados anticapitalistas. Recuerden que la CUP no solo quiere salir de la Unión Europea y del Euro sino que además quiere acabar con el capitalismo. Y tienen por lo menos dos escaños de los diez que son imprescindibles para que Junts pel Sí invista a uno de los suyos.
La cosa queda más o menos así. Dos meses y medio de campaña electoral, guerra de nervios para formar gobierno en Cataluña e incapacidad absoluta de ningún acuerdo del gobierno de Rajoy, ya en funciones de hecho, con la oposición, para dar respuesta a las pretensiones secesionistas.
El panorama es todo menos aburrido. Rajoy está tocado por los resultados de las elecciones generales, por las críticas a su gestión de José María Azar, por el estado de gracia de Ciudadanos y por el desfile judicial de Rodrigo Rato, como símbolo caído de lo que se llamó milagro económico de Aznar y que ahora se transforma en corrupción.
El personaje de Rodrigo Rato cada vez me provoca más interés sociológico o antropológico. Lo tuvo todo, lo dilapidó todo. Hijo de una familia asturiana de empresarios, con rango pretencioso de una cierta nobleza financiera, todo le ha salido mal. Los negocios de la familia tuvieron el estigma de la autodestrucción y del escándalo.
Estos días hemos sabido que Francisco González, cuando fue elegido por Aznar y Rato para presidir Argentaria, formaba parte del entorno de amigos del presidente Aznar que fueron colocados en empresas privatizadas e instituciones financieras dócilmente manejables. Juan Villalonga, que se hizo rico o más rico en la presidencia de Telefónica; Francisco González que se aupó ni más ni menos al presidencia del BBVA y Miguel Blesa, presidente de Caja Madrid, entre otros.
Francisco González un broker financiero de segundo nivel, estaba destinado a más importantes logros. La fusión del banco público y el Banco Bilbao Vizcaya tenía como objetivo que el banco vasco entrase en la órbita de poder del gobierno de Aznar. Para ello había que acabar con el clan familiar de Neguri. Francisco González no tuvo que rebuscar mucho debajo de las alfombras, y los financieros vascos se disolvieron como agua en azucarillo. El BBVA, uno de los grandes, tenía a un amigo de José María Aznar.
Francisco González ni siquiera ofertó disimulos para agradecer al vicepresidente Rato su nombramiento y su ascensión como uno de los grandes, sin capital propio ni experiencia de referencia. Le perdonaron créditos por ochocientos mil dólares y él concedió a la familia Rato un crédito de más de seis millones de euros con la sola garantía de un apellido: «garantía Rodrigo Rato».
El vicepresidente Rato estaba colocado en la pole position para suceder a José María Aznar en la presidencia del Partido Popular y en la candidatura a presidente de Gobierno. Algunos asuntos personales de Rato le distanciaron del entorno personal del presidente Aznar y de su mujer Ana Botella. El elegido no fue finalmente designado. Pero, probablemente, había algo más. La obsesión de Rato con su situación financiera y de las empresas de su familia le hacía muy vulnerable.
Con el apoyo del PSOE, Rodrigo Rato pasó a presidir el Fondo Monetario Internacional. Un cargo de la máxima importancia en el sistema financiero internacional. Retribución generosa e influencia máxima. El exvicepresidente no cumplió su mandato, dando una estampida por razones familiares que dejó a todos los que se habían comprometido con su elección con cara de estupor.
El resto de la trayectoria de Rodrigo Rato es una carrera hacia el abismo personal. Hasta ahora, y hay más, está implicado en la falsificación de la contabilidad de Bankia en su salida a bolsa, en la existencia de las tarjetas Black de las que hizo un uso personal generoso y en el cobro de comisiones ilegales por contratación de publicidad por más de cincuenta millones de pesetas. Nadie tuvo tanto y se comportó de una manera más carroñera.
Todo esto que les he recordado viene a colación de la campaña electoral. Va a comenzar con el paseíllo de Rodrigo Rato por los juzgados, una vez que sus dos testaferros y su secretaria de confianza han pasado por los calabozos y los juzgados para deponer sus declaraciones sobre las fechorías económicas del padre del milagro económico de Aznar.
Con estos mimbres, con el sello de caducado con que le han sentenciado las elecciones catalanas, Mariano Rajoy tiene que hacer frente a la eclosión de Ciudadanos. Partido de moda en el electorado más joven y urbano del PP.
El PSOE se sitúa como enemigo de referencia de Mariano Rajoy, haciendo caso a las teorías de «no pienses en el Elefante» de los politólogos norteamericanos que disponen la necesidad de reafirmar el electorado duro propio y no mencionar al verdadero competidor. Piensan que ningunear a Ciudadanos es el camino para evitar que este partido les dé el sorpasso.
Con Podemos en fase acentuada de estancamiento o declive, con la izquierda más radical dividida, la partida es a tres. Los dos clásicos PP y PSOE juegan la supervivencia del bipartidismo compensado y Ciudadanos apuesta por ganar la carrera.
En una situación como la que estamos, nada está escrito. Y dos meses y medio es mucho tiempo con vaticinios de una caída en el crecimiento económico que es la última esperanza de Rajoy. El actual presidente está en una conjunción astral muy complicada. Demasiadas amenazas. Pero sobre todo la sensación generalizada de caducidad del producto que en los últimos veinticinco años ha tenido el monopolio del centro derecha español. Las modas son así. De repente nadie quiere saber nada de las gaviotas.