El mensaje independentista de Pablo Iglesias
Resulta difícil entender algunas torpezas de los políticos que nos rodean. Son desaciertos pueriles, aunque tengan intención y estén dirigidos. Como si quisiéramos matar las malas hierbas en un campo de margaritas con un herbicida que consiguiera eliminarlo todo. Todo.
Un vicepresidente del Gobierno no puede permitirse comparar la fuga de Carles Puigdemont con el exilio durante la Guerra Civil. No puede confundir la ilegalidad cometida porque el que fuera president de la Generalitat con la desesperada y obligada marcha de un pueblo que huía de la guerra. De un conflicto bélico que sumió a España en una barbarie de muerte. No puede.
Su declaración, realizada en el programa Salvados de La Sexta, erosiona al Estado de derecho y debilita la democracia española, fundamentalmente porque es el vicepresidente del Gobierno.
La política da para decir muchas tonterías. La argumentación de unos y otros, en ocasiones, puede no acabar de entenderse. Este contraste de pareceres es el habitual. El problema radica en que sea concretamente uno de los responsables de mantener la arquitectura democrática de una institución quien deteriore con alevosía sus cimientos.
Estos argumentos utilizados por el líder de Podemos están en la habitual órbita del independentismo. Son los desarrollados para satisfacer a su parroquia. Pero no por Pablo Iglesias.
El fin que busca es ser aceptado, escuchado y comprendido por aquellos que consideran de forma falaz que en España existen presos políticos. Su acercamiento es electoral. Las razones pueden ser muchas.
Puede ir desde que en Cataluña la devoción que se pudo tener por los comuns está en un momento de fuerte retroceso hasta que la designación de Salvador Illa como candidato socialista a la presidencia de la Generalitat ha debilitado el voto simpatizante de la lista que representa Podemos en la política catalana.
Cualquier idea es posible para explicar las incomprensibles declaraciones de este miembro del Gobierno.
La fuerza de Colau no parece suficiente como para arrastrar el voto morado
Las elecciones que se van a celebrar en Cataluña (algún día se harán) son, siguiendo la norma habitual de los últimos años, de lo más extrañas. Y, además, con una prospectiva de resultado todo lo alocada que da el momento.
Así, se nos presentan encuestas donde el partido más votado no coincide. Para un especialista demoscópico esta indecisión en el voto debe ser a la vez interesante y un incordio. De hecho, los resultados varían entre una victoria de ERC, o del PSC, o hasta de JxCat. Se ha dado el caso de que una misma empresa encuestadora ha acabado con resultados diferentes en trabajos distintos en tiempos coincidentes. Menudo misterio.
Todos los cortocircuitos generados, y algunos detalles más relacionados directamente por la propia candidatura, sitúan a los comuns en una mala posición para enfrentarse en la arena política catalana contra quien sea.
Lo tienen bien analizado. La fuerza de Ada Colau en Barcelona no parece suficiente como para arrastrar el voto morado al Parlament. Por supuesto, la impresión en Cataluña es diferente. Pero el partido a nivel nacional lo entiende de otra forma. Así consideran que la solución transita por un acercamiento a todas las tesis independentistas.
Pero al querer vestir al santo catalán, Iglesias ha logrado desvestir los pocos parámetros que soportaban la imagen institucional de un vicepresidente que ya ha pasado a formar parte de la casta.
El mismo exfiscal Jiménez Villarejo, en otros tiempos cercano a la formación, criticó el comentario de Iglesias. En un artículo publicado en La Vanguardia sentenció: “¿Cómo puede comparar a Puigdemont con el presidente Azaña?”.
Pero el equipo de Iglesias está satisfecho. Consideran que la declaración en un programa de máxima audiencia logró lo que buscaba: situar a Podemos en Cataluña en el espacio de las formaciones próximas al independentismo. O, al menos, no rechazables, como pueden ser el PP o Ciutadans. O el PSC.
Un Iglesias (hagamos un poco de historia) que había criticado con saña y crudeza todo aquello que representaba el nacionalismo más identitario en aquellos primeros mítines en la Barcelona del llamado cinturón rojo. Es probable que ni él lo recuerde.
Esta claridad en sus mensajes puede ser determinante cuando se acerque el día de las elecciones. Pero a Iglesias no parece importarle la erosión institucional que ello comporta. Ni desde un punto de vista nacional, ni internacional. Como Atila. Debe pensar que arrasar con todo tiene sus compensaciones.